Opinión

Cortez Perez]Efemérides y saldos[

 

En léxico la nueva ciencia cognitiva es el corolario de las investigaciones. En ella se apuesta a que la estructura del léxico en el cerebro, en producción y comprensión, obedece a estructuras lingüísticas que se procesan en diferentes lugares del cerebro, tanto los niveles de la lengua como las clases de palabras.

Gabriela Cortez Pérez

 

ALEJANDRO GARCÍA

Si vivimos un tiempo en que la construcción de escenarios y percepciones depende de los medios, podemos llegar a la conclusión de que vivimos acotados en nuestras tres dimensiones. Los cinco sentidos responderían a una maquinaria siempre dispuesta, en una amarga actualización del perro de Pavlov. Y en el centro la imagen y el secuestro de ojo y hemisferio cerebral correspondiente. Ni para dónde hacerse. Más que ángeles de la guarda o demonios exterminadores seríamos perseguidos por sombras, por aniquiladores olores o sabores, por una piel que renunciaría a la diferencia, por un ruido que sería sal y azúcar de la existencia. En el avance terrible de ese Alzheimer envolvente tal vez tendremos que poner en los objetos (en papelitos de múltiples colores) la palabra que los designe y los rescate del olvido. Digamos que sería la mala noticia.

  La buena es que con quebranto y todo, el lenguaje doblemente articulado, hablado y escrito, está vivo. La palabra bulle, se escurre, escapa, asedia, asusta, da vida. Aún los litigios se resuelven en lenguas y los enfrentamientos pasan de las fintas y los portentosos escenarios al tú a tú donde, espero, campea la razón humana.

  Si una empresa despide a una empleada porque rompió las reglas y abre fuego con un cañón publicitario para resolver un asunto doméstico, la palabra es ¿justicia?, ¿igualdad?, ¿cobro? Si la empleada responde por el mismo medio y exige un trato es ¿abuso?, ¿soberbia?, ¿igualdad? Si una vez despedida, ella se refugia en internet y la empresa contesta desde su medio es ¿Derecho?, ¿castigo?, ¿poder? Si el vocero se refiere a la despedida con un “tú” es muestra de ¿confianza?, ¿complicidad?, ¿desprecio? Y aunque suene triste y pobre de espíritu, uno piensa en un “ave” y un “copete” en algún lugar del escenario.

  Desde el lado de la individualidad podremos decir que a mí no me va a alcanzar. Al tiempo. Desde la trinchera de la colectividad, podremos decir ya ni modo, aquí me tocó vivir, en la región más transparente…

  La lección lexical como propuesta de enseñanza de vocabulario a estudiantes de primer año de Licenciatura de la Universidad Autónoma de Zacatecas (Tlacuilo/UAZ, UAL, México, 2014, 83 pp.) de Gabriela Cortez Pérez es un excelente ejemplo del aprecio por el lenguaje y muestra de los diversos intentos por proponer soluciones para su óptimo manejo. Se trata de una investigación que parte de diagnósticos en donde se detecta el problema del vocabulario, de su adquisición y su manejo. Están los otros niveles de la lengua, pero la autora trabaja sólo el léxico (habrá quien diga que como eso del fracaso en la adquisición de habilidades lingüísticas se ha repetido hasta el cansancio, habrá que cambiar de tema y olvidarlo: el prietito en el arroz).

  Al estricto problema de incorporación de palabras, Cantinflas lo hace muy bien, se agrega el del sentido (también lo hace Cantinflas, pero allí se queda casi solo). La palabra es esencial para la experiencia humana: “limón”, “beso”, “mucosidad”, “patria”, “México” vienen cargadas de la vivencia, de inmediato levantan una parte de la vida del enunciador. De modo que si el inventario de palabras es pequeño, podemos resignarnos y matar con la frase de cajón: “¡qué padre!”.

  Cortez Pérez se arropa con los métodos de la lingüística aplicada, en particular a la enseñanza de la lengua materna. Se aprovisiona de términos, todo un cortejo para acompañar la aventura. Aprovecha además la experiencia de Gloria Matanzo en la incorporación de palabras y la enriquece con la propuesta lexical de Juan López Chávez. Una vez que tiene esos diagnósticos y las herramientas teóricas construye su propio instrumento de prueba. Al final coteja los resultados de Matanzo con los de su propio aterrizaje de la lección lexical. El resultado es una propuesta donde se puede reducir el número de repeticiones para que una palabra se incorpore tanto a la memoria de corto plazo como a la de largo plazo y en donde además se dé ese salto cualitativo entre la repetición y la incorporación de la palabra al repertorio y a la vida, a la experiencia.

  Aumentar el vocabulario de los hablantes tanto en números como en rendimiento, es decir, palabras que realmente utilicen en su vida académica, cotidiana y laboral; porque el conocimiento que brinda la escuela debe ser beneficioso y se tiene que vincular con la vida cotidiana, es por ello que se tiene que planificar no sólo cuántos vocablos se deben enseñar, sino cuáles y cómo.

  La autora corre el riesgo de “inventar” las palabras a incorporar, enfrentar a un grupo de personas a palabras nuevas, ajenas a su idiolecto, con esto pone distancia del trabajo de aula, la talacha, y se incorpora a una propuesta que busca regularidades en cuanto al número de veces que, más allá de los casos concretos, se necesita manejar la palabra para hacerla propia. Sale bien librada del ejercicio y creo que señala rumbo, ahora sí, a los esfuerzos particulares y a los enfoques teóricos o a nuevas búsquedas.

  La reflexión a la que conduce este trabajo es que los métodos empleados para la incorporación de palabras nuevas no son ineficaces, el error está en la manera de presentarlos, ya que emplearlos de manera aislada no garantiza que el vocablo se incorpore más allá del solo reconocimiento.

  Gabriela Cortez Pérez (Zacatecas, 1978) forma parte de un equipo en el que se desarrollan investigaciones lingüísticas que vienen desde los años 80 (Juan López Chávez, Matilde Hernández Solís, Mónica Muñoz Muñoz, Rosa Cecilia Trejo Acuña, Cecilia Acosta Cadengo) y cuyos resultados, por fortuna, se están dando a conocer.

  De modo que este libro de Cortez Pérez dialoga con este entorno en donde a pesar de los peligros, de los intentos de imperializar el abuso del discurso, se sigue sosteniendo y defendiendo la importancia del manejo del lenguaje en su función de soporte al pensamiento, de herramienta que le permite leer, interpretar la realidad y construir el destino de la especie.

  Si no hay paranoia en mi visión inicial, entonces tendremos que tomar en cuenta que el peligro del arrebato, del secuestro de la palabra, avanza, y por lo tanto a los problemas tradicionales de dominio de la lengua ya de por sí importantes, habrá que agregar el de su rescate, sin más objetivo que la búsqueda de su precisión y contenido de vida, de experiencia. Creo que ante este escenario no sólo dotar de las habilidades de lectura y escritura es labor de la escuela, también lo son hablar y escuchar, pues si bien es cierto que los desarrolla el entorno, también lo es que el ruido es intensísimo y la disonancia cognitiva aparece muy pronto en nuestras vidas.

  País el nuestro con una gran inversión en instituciones educativas, asaltado por la violencia en los últimos años, mordido por la corrupción, por la discrecionalidad, por el descontón, por la inercia, requiere más que nunca el empeño por el dominio del lenguaje. Periodista. Prostituta. Actriz. Respeto. La palabra va en prenda.

 

 

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Guadalupe