Opinión

aniversario100
A CONTRAPELO

LUIS ROJAS CÁRDENAS

 

La revolución rusa de 1917 significó el principio del fin de las utopías. El sueño dorado de las sociedades igualitarias se transformó en la peor pesadilla de la humanidad. A partir de los acontecimientos desatados por los bolcheviques, la historia nos enseñó con sangre que el socialismo científico no es otra cosa más que una variante del socialismo utópico, quizá más utópico que el propuesto por Roberto Owen, Enrique de Saint Simón, Carlos Fourier y Augusto Blanqui, porque se enmascaró con el quimérico adjetivo de científico, y con el disfraz de ciencia los socialistas científicos pusieron en práctica una serie de dogmas que dieron forma a un socialismo más patafísico que científico. A cien años de distancia quedó demostrado que la vía propuesta para alcanzar el paraíso terrenal es un camino equivocado, tortuoso y empedrado con cadáveres, una ilusión sustentada en el crimen. El socialismo científico resultó ser una auténtica estupidez seudocientífica que costó millones de vidas.

¿Cuáles son los frutos de la revolución rusa? ¿Hay algún resultado positivo que haya quedado como producto de la toma del Palacio de Invierno por los bolcheviques? Luego de cien años, el balance es desalentador, sólo produjo terror, esclavitud, sometimiento, engaño, canibalismo, traición, genocidio, holocausto, muerte, carrera armamentista, guerra fría y desesperanza. Como se ve, la revolución bolchevique no fue impulsora de las virtudes humanas.

Cierto, la toma del Palacio de Invierno por los bolcheviques fue casi pacífica, costó muy pocas vidas, el ascenso al poder resultó sencillo para los revolucionarios rusos. Son ficción esas masas armadas que se ven en la película Octubre de Serguéi Eisenstein, donde se arremolinan las multitudes ansiosas por acabar con el Gobierno Provisional (y burgueses que lo acompañaban). Esa toma revolucionaria cinematográfica (de muy buena calidad visual) no es más que propaganda: ideología decantada vil.

El enfrentamiento armado que condujo a la toma del Palacio de Invierno tuvo muy bajo costo de vidas, poco le faltó para que fuera una revolución de terciopelo. Pero lo que vino después de la toma del poder es lo aterrador. Tradicionalmente se menosprecian, ocultan, minimizan o soslayan, las enormes cordilleras de cadáveres arrojados durante los primeros años del gobierno bolchevique, para qué hablar de ello si el Comité Central del Partido Comunista dirigía sus esfuerzos a la construcción de una sociedad más justa que la burguesa, no importaba que los peldaños que llevarían a la cima de esa quimérica sociedad estuvieran construidos con las osamentas de las víctimas de la revolución (un notable esfuerzo para obtener una estimación de esa primera etapa sobre los miles de asesinados, lo presenta Jacques Baynal, El terror bajo Lenin, Madrid, Tusquets, 1978), la cifra de los crímenes revolucionarios es pavorosa.

Para muchos, la cuenta de los asesinatos masivos empieza a partir de que murió Lenin y asumió el control total José Stalin. Los asesinatos durante el leninismo no cuentan, porque exhibirlos es tanto como decir que todo estuvo podrido desde el principio. En la lógica de los feligreses creyentes en la revolución socialista, se valen estos crímenes porque los masacrados eran contrarrevolucionarios, complotistas, saboteadores, kulaks (campesinos ricos), rebeldes burgueses y guardias blancos, enemigos de clase, pues. Sin embargo, con afanes propagandísticos, algunas veces se retoma el episodio de los marineros de Kronstandt (se estiman alrededor de 10,000 muertos) donde el responsable de la masacre es León Trotsky, pero se trata tan sólo de un botón de muestra en el océano de sanguinolento que produjo la revolución bolchevique, pues no sólo Lenin y Trotsky se mancharon las manos de sangre en los primeros años de la revolución, sino la mayoría de los miembros del Comité Central del Partido Comunista. La “Estadística sangrienta” de aquellos años no puede borrarse de la memoria histórica de un plumazo. Stéphane Courtois (El Libro negro del Comunismo. Crímenes terror y represión, 1997) hace un recuento que muestra cifras escandalosas del número de muertos que los regímenes totalitarios  dejaron en el siglo XX a lo largo y ancho del mundo: URSS, 20 millones de muertos; China, 65 millones; Vietnam, 1 millón; Corea del Norte, 2 millones; Camboya, 2 millones; Europa oriental, 1 millón; América Latina 150,000; África, 1.7 millones; Afganistán, 1.5 millones.

A la caída del gobierno zarista, una de las primeras tareas a la que se enfocaron los bolcheviques fue a la creación de una policía política, así la policía secreta del imperio ruso denominada Ojrana fue sustituida por la Cheka bolchevique. Este órgano policiaco pronto alcanzó tal poder que se decía que la consigna leninista de “Todo el poder a los Soviets”, se había transformado en “Todo el poder a la Cheka”: la burocracia criminal marcó el rumbo de ese engendro llamado socialismo real. Las fuerzas de la Cheka desempeñaron un papel fundamental en la represión de Kronstandt. La Cheka se mantuvo durante todo el régimen socialista con cambios en su estructura y nombre, pero sus siglas se convirtieron en símbolo de terror: GPU, OGPU, NKVD y KGB. Este órgano policiaco estuvo presente en prácticamente todos los asesinatos selectivos y masivos que se sucedieron en la historia soviética.

Durante el ciclo de vida de la revolución rusa, la intelectualidad de izquierda se pasó la vida debatiendo aspectos teóricos del socialismo, que si se trataba de un Estado obrero burocratizado, pero se hacían de la vista gorda respecto a que: Estado obrero que mata a sus obreros, no es un Estado obrero. Que si el socialismo realmente existente distaba del realmente imaginado, que si socialismo en un solo país, que si revolución permanente y mientras tanto miles morían en las hambrunas y bajo las armas de las persecuciones desatadas como resultado de las marchas forzadas de la construcción del socialismo.

La industrialización de la Unión Soviética, a través de los llamados planes quinquenales logró hacer que se viera como obra de principiantes el proceso de la acumulación originaria de capital (realizada a sangre y fuego) descrita por Marx en el capítulo 24 de Das Kapital. La “acumulación originaria de medios de producción social” o “acumulación originaria de capital socialista”, por llamarla de alguna forma, se sustentó en hecatombes y hambrunas. Millares murieron por las armas y millares por el hambre. Vasili Grossman (Vida y destino, 2013, Galaxia Gutenberg, México) narra la siguiente historia: “Vio a una campesina arrestada, cubierta de harapos, el cuello carniseco, las manos oscuras de trabajadora, a la que quienes escoltaban miraban con espanto; la mujer enloquecida por el hambre, se había comido a sus dos hijos”. Si bien, se trata de un relato publicado con formato de novela, está basado en hechos históricos; es una crónica fidedigna plasmada en una de las más grandes obras de la literatura desesperanzadora. La hambruna (Holodomor) en Ucrania de 1932-1933 alcanzó grados de exterminio, esta hecatombe fue producto de la colectivización forzada de la URSS, y quedó plasmada en imágenes de la prensa occidental que hielan la sangre. Por otra parte, el canibalismo por hambre es un hecho documentado, apareció durante los mismos años, en plena industrialización soviética en la región de Tomsk, en la isla Nazino, también llamada la Isla de la Muerte o la Isla Caníbal. Así fue el socialismo real al que condujo el levantamiento bolchevique.  

Los asesinatos cometidos en contra de la comunidad judía por el ejército de Hitler también resultan poca cosa en comparación con los crímenes del socialismo soviético. Los campos de concentración nazis tuvieron su inspiración en los campos de concentración soviéticos; de hecho, en los tiempos de la colaboración nazi-soviética, el ejército alemán envió una delegación a la Unión Soviética para conocer su funcionamiento para implantarlos en el territorio alemán. Pero, los soldados de Hitler resultaron sólo aprendices en el asesinato multitudinario, nunca lograron los alcances del estalinismo en materia de crímenes colectivos. ¿Por qué la intelectualidad purificada con el adjetivo de izquierda justifica los crímenes soviéticos y los cometidos por los nazis no? Acaso se deba a que Hitler no ofrecía como recompensa el paraíso terrenal.

Los ríos de sangre que brotaron durante la revolución de 1789 en Francia, resultaron cosa menor comparados con los asesinatos multitudinarios cometidos durante la consolidación de la revolución rusa. Robespierre con su enfebrecida locura por la sangre, al lado de Stalin puede parecer un personaje de bondad suprema creado por Walt Disney. El grueso de la sociedad, sin distingo alguno, padeció el terror de este gobierno criminal. Nadie se sentía a salvo: nadie estaba a salvo. Antonio Elorza nos recuerda un chiste que traigo a colación porque resulta por demás ilustrativo: “Se encuentran tres condenados en un campo del gulag y uno le pregunta a otro por las razones de su encierro. Este responde: ‘Yo era enemigo de Popov, ¿y tú?’ ‘Pues yo era amigo de Popov’, replica el interpelado. Entonces ambos se dirigen al tercero: ‘¿Y tú?’ ‘Yo soy Popov’, contesta, dejando claras las cosas” (Letras Libres, abril de 2014). Generales, coroneles, soldados rasos, niños vagabundos, acabaron confinados en eso que Alexander Solzhenitsyn denominó Archipiélago Gulag: auténticos campos de concentración en donde miles acabaron sus días en las condiciones más inhumanas imaginables, las deportaciones a Siberia que hacía el gobierno zarista eran juegos de niños en comparación de los destierros ejecutados por el gobierno emanado de la revolución de octubre.

A finales de la década de los 30, mediante los llamados Procesos de Moscú se condenó al cadalso a los principales dirigentes comunistas que habían tenido papeles decisivos en el triunfo de revolución de octubre. Humillados, sometidos y desmoralizados invariablemente se declaraban culpables de crímenes que no habían cometido para evitar represalias en contra de sus familias. La gran purga estalinista depuró al Comité Central del Partido Comunista para conformarlo con incondicionales que tampoco estaban a salvo. El sistema de mantener como rehenes a los familiares de los detenidos para obligarlos a declararse culpables, fue instaurado por León Trotsky para asegurar la lealtad de los oficiales zaristas que incorporó en el Ejército Rojo; posteriormente, Stalin replicó esa política contra todos los que se tornaban en sus enemigos.

Stalin llevó el terror incluso al interior de su familia. Su hija describe los sentimientos que se le desataron al ver morir a su padre: “…comprendía que se trataba de una liberación para todos, y también para mí, de la liberación de un yugo que había oprimido almas, corazones y mentes…” (Svetlana Stalin, Rusia, mi padre y yo, España, Ed. Planeta, 1967). Stalin pudo salvar a su hijo mayor, quien capturado por el ejército alemán se suicidó arrojándose a una cerca electrificada, su padre pudo canjearlo por Von Palaus, pero no lo hizo por considerar que su descendiente era cobarde y traidor por haberse entregado al enemigo durante la batalla de Smolensko. Son muchos los indicios que comprometen a Stalin como responsable del asesinato de su mujer (la madre de Svetlana) luego de una riña que tuvo frente a un selecto grupo de amigos. Su patología criminal la transportó al Estado de Terror fundado por los bolcheviques.

El cáncer criminal no se quedó encerrado en las fronteras de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, a punta de cañonazos el gobierno estalinista la extendió por los países de toda Europa del Este. Por todas partes del mundo surgieron gobiernos totalitarios China, Corea, Cuba, Venezuela, etcétera. Y en el mundo burgués la enfermedad de los crímenes socialistas se dejó sentir a través de los partidos comunistas. En nuestro país, el Partido Comunista Mexicano desempeñó un papel central en el asesinato de León Davidovich, Trotsky, no olvidemos que Valentín Campa Salazar fue expulsado de la dirección del PCM por negarse a colaborar con los asesinos materiales del dirigente bolchevique, tampoco se puede menospreciar la participación decidida de David Alfaro Siqueiros en el atentado que buscaba matar al viejo bolchevique mientras dormía. En el asesinato del revolucionario cubano Julio Antonio Mella también se ven los rastros del PCM, a través de Vittorio Vidali, un criminal internacionalista que estuvo involucrado en decenas de homicidios bendecidos por Moscú. La derrota de la República española se debió en gran medida a los intereses de la Unión Soviética en aquel momento. Parece infinita la lista de acciones delincuenciales que a través de la Internacional Comunista se cometieron en el detestable mundo capitalista.

La violencia revolucionaria que traería una nueva sociedad hizo que la esperanza en un mundo mejor se convirtiera literalmente en mierda, pues una mejor sociedad no se puede construir sobre un basamento de crímenes.

En la actualidad, las cosas no están mejor en Rusia, el presidente Vladimir Putin gobierna con vicios arraigados que le vienen de su formación en la burocracia soviética, pero esa es otra historia.

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