Soledad Jarquín Edgar/ Mujeres y Política
SemMéxico
El nombre de Rosario Ibarra de Piedra es sinónimo de dignidad. La mujer de una voluntad indómita –usando sus propias palabras-, que la convirtió no sólo en su voz, sino en la voz de miles de mujeres y de hombres desaparecidos.
Desde hace 46 años sus palabras son reflejo de una lucha por la verdad, esa que la justicia mexicana le ha negado a ella, a su familia y a su hijo desaparecido desde hace 46 años, Jesús Piedra Ibarra. Ella convertida en ellas, su familia vuelta cientos de familias, Jesús Piedra Ibarra vuelto un rosario infinito de nombres de hijas y de hijos que no volvieron nunca. Ella es múltiple mujer a lo largo de más de cuatro décadas.
Por eso este miércoles volvió a recordarnos el país que somos.
Retomo este párrafo de su discurso leído por su hija Claudia Piedra Ibarra en la Cámara de Senadores, cuando recibió la medalla Belisario Domínguez: “Estos señores del poder quisieron borrar todo rastro de sublevación o rebeldía, pero no pudieron, siempre queda algo, siempre hay alguien que prosigue por la brecha para seguir abriendo los caminos”.
Y eso hizo. Siguió los rastros, a veces de sangre. Dejó huellas para abrir caminos. Su congruencia es ejemplo y seguramente lo será por mucho tiempo. Hasta que la verdad sea.
Esa ilación lógica de Rosario Ibarra de Piedra es la que deja en manos del presidente Andrés Manuel López Obrador la medalla: “te pido que me la devuelvas junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos y añorados hijos y familiares y con la certeza de que la justicia anhelada por fin los ha cubierto con su velo protector”.
Sin duda certera, necesarias sus palabras, el recordatorio, la memoria, lo que no se puede olvidar, pero tampoco repetir. Pero pasa cada día en México. Son circunstancias distintas dirán algunas personas, sin embargo, en el fondo están los mismos actores y resultados semejantes:
“La impunidad absoluta de este aparato represor y de sus creadores, ha permitido que hasta nuestros días se siga cometiendo la desaparición forzada y se continúa arrojando lodo y agravio en nuestros familiares desaparecidos ya sin lucha, que solo fue la continuidad de otras luchas emancipadoras y origen de la nuestra, la del Comité ¡Eureka! que estamos aquí para arrancar de raíz el agravio, para limpiar ese lodo y para seguir luchando por la vida y su libertad como siempre, con todo el espíritu de una voluntad indómita”.
Ella, como la voz de todas las voces, conoce el significado de sus palabras que es la palabra de muchas otras: “El puñal clavado tan profundamente por los malos gobiernos tal vez sea retirado, pero la herida abierta solo dejará de sangrar cuando sepamos dónde están los nuestros y aun así quedara por siempre una cicatriz indeleble que nos recordará lo sufrido y que no permitirá que nuestra conciencia se aquiete …”.
López Obrador tendrá en sus manos la mellada de doña Rosario Ibarra de Piedra cuya conciencia no estará quieta hasta que la verdad vuelva. Y sí como ella señala en su discurso, “la presea lleva el nombre de un gran revolucionario, don Belisario Domínguez, y con la cual hoy me honran, traen consigo un gran fardo moral ineludible para mi conciencia y que me alienta aún más a continuar luchando para liberar a esa justicia que fue amordazada y llevada a una cárcel clandestina hace ya tantos años”.
Esa justicia que no vuelve a este país y que esperan miles de mujeres, sobre todo mujeres, por sus hijos e hijas desaparecidas o asesinadas por motivos políticos, por defender la tierra y los recursos naturales, por la inseguridad que provoca un narco-estado y por tantos porqués… Por eso Rosario Ibarra de Piedra, es ejemplo de congruencia y dignidad, porque como ella expresó en Monclova, a propósito del primer aniversario de la explosión de la mina 8 de Pasta de Conchos en la que murieron 65 mineros, un 19 de febrero 2006: “Son interminables los agravios que hemos recibido mexicanas y mexicanos”.
¡Interminables!, dijo bien.