Alejandro García/]Efemérides y saldos[
A Roberto Galván
Después del estreno de Los tres huastecos, la reacción del medio fue terrible. A los periodistas no les cabía en la cabeza que un chamaco hilara un éxito tras otro; se negaban a concederme el menor mérito. “Orsoncito”, “Genio de chisguete” y quién sabe cuántas tarugadas me decían, en secreto y por escrito.
Ismael Rodríguez.
Pobreza y redención se convirtieron para el cine mexicano en su mejor estrategia para documentar las vicisitudes sociales y económicas de un país en eterna transición; un país de proyectos truncos y de aspiraciones cortadas por las políticas sexenales. Por ello, hombres de cine como Ismael Rodríguez y sus coguionistas Pedro de Urdimalas, Rogelio A. González y Carlos González Dueñas planteaban curiosas soluciones a este tipo de dilemas… “Ustedes los pobres que tienen un corazón tan grande para todo…”.
Rafael Aviña
De la llamada época de oro del cine mexicano, heredé el conocimiento de al menos los nombres de una gran cantidad de actores. Los acomodé en mi imaginario, algunos me eran simpáticos como Pedro Infante, Blanca Estela Pavón, Cantinflas, Elsa Aguirre, Tin-Tan, Irasema Dilián, Viruta y Capulina, Miroslava. Otros me eran antipáticos o se me imponían: Pedro Armendáriz, María Félix, Carlos López Moctezuma, Indio Fernández, Dolores del Río, Miguel Inclán, Marga López, Jorge Negrete, Libertad Lamarque. Con el tiempo hubo reacomodos y más bien una ampliación con el reconocimiento y con la experiencia de vida y de cultura. Vino también una buena cantidad de incorporaciones, entre ellas la de Silvia Pinal que por mi infancia hacía de payasita en la televisión junto a Enrique Guzmán. Quizá de las personas que hacían posible el cine sólo me quedó el nombre de Ismael Rodríguez, asociado siempre a Pedro Infante y a películas como Los tres García, Nosotros los pobres, La oveja negra y sus correspondientes segundas partes.
Gracias a una conversación con mi buen amigo Roberto Galván, amplio conocedor de cine y encargado de la librería EDUCAL en Zacatecas, ha caído en mis manos Memorias de Ismael Rodríguez (México, 2014, CONACULTA, 107 pp.). El libro consigna como editor a Gustavo García, investigador y crítico del séptimo arte que murió en noviembre de 2013. No se da cuenta de la tarea de García, ni del grado de trabajo sobre el manuscrito; pero en internet hay algunas notas que explican que Ismael Rodríguez (1917-2004) se negó a publicarlo en vida. Lo afirma su hijo, del mismo nombre. Sea como sea, el pequeño volumen es valiosísimo, desde muchos puntos de vista.
Ismael Rodríguez pertenece a un grupo de realizadores que se hizo en el campo de batalla o que hizo el campo cinematográfico en México. Sin todas las discusiones que ahora enriquecen al cine y lo llevan desde la más cruel industria al más influyente arte, Rodríguez fue desde extra y pizarrista hasta director y productor de grandes éxitos, un cine para divertir. Se hizo echando a perder. En este sentido, rebasó, como muy pocos los círculos de críticos y dictadores de enseñanzas y se convirtió en asiduo mensajero de y para las masas. Al igual que sus hermanos Roberto y Joselito, tal vez ahora más en la mente de especialistas, salió de la vecindad capitalina que después tipificó. Se puso al día de los revolucionarios cambios en el terreno de los aparatos electrónicos y, en una tienda de radios de Emilio Azcárraga, conoció los instrumentos necesarios para hacer cine en el México de los 30. Fue sólo el punto de partida. El caso es que alrededor de sus 30 años, ya había producido las más taquilleras películas de nuestro cine y había consolidado al fenómeno de masas que es Pedro Infante.
Pero detengámonos antes en una anécdota, cuando ante la falta del pizarrista, entró al quite, y al marcar el inicio de la escena, atrapó la nariz, ni más ni menos, de don Fernando Soler. O cuando sus hermanos fueron invitados a Los Pinos por el general Lázaro Cárdenas y él tuvo que quedarse al margen, con la ventura de toparse de pronto al presidente quien lo saludó de mano y lo elogió:
Vi una sombra a mi lado… ¡Era el presidente! Pegué un brinco y él me preguntó: “¿Te asusté?” “No, señor pre… sidente. Allá lo están esperando los productores.” “¿Y tú?” “Pues no me dejaron, que estoy muy chico”. Sonrió y me dijo: “Tienes cara de listo” y me tendió la mano.
Años después tendría necesidad de pedirle prestada una finca a Cárdenas para filmar allí y resultó que, esa habilidad muy de los políticos, el expresidente recordaba con puntualidad el encuentro y lo que había dicho.
La memoria del cineasta nos entrega algunas estampas que sin duda pertenecieron al mundo del rumor o del chisme o de su trato cotidiano con actores y que sin duda son también un poco la versión narrativa de lo que recordaba su cerebro y su palabra de otros tiempos. Así nos enteramos del profesionalismo de María Félix una vez que se enterró una espina en la planta del pie durante la filmación de Tizoc, y que contrario a lo que él pensaba, contó el tono perentorio de la diva de que siguieran filmando. O la capacidad de amarrar navajas del Indio Fernández, quien de un momento a otro incidió sobre la conducta de Pedro Armendáriz en unos diálogos de La cucaracha. O las inseguridades de Pedro Infante frente a otros actores y su gran capacidad de alegrar los lugares de filmación. O lo que representó para Fernando Soler La oveja negra y No desearás la mujer de tu hijo. Soler, Infante y el mismo Rodríguez tuvieron poca atención de los organismos encargados de entregar premios. Véase nada más la historia o el listado de los Arieles. Digamos que su fama no se correspondió con el peso dentro del cine de calidad o los círculos que ha engendrado.
Renglón importante del libro está en algo que ignoramos por lo general los asistentes al cine. Su soporte técnico. Empezó por el área de sonido. Ya como director, Rodríguez cuenta lo que tuvo que hacer para que las escenas donde coinciden los personajes de Los tres huastecos se pudieran grabar. Fue un proceso innovador, para el cual no contaba con la infraestructura en México, ni siquiera en los Estados Unidos para tres personajes, por lo que tuvo que recurrir a lo hecho para dos tomas en el vecino país, pero en este caso con un trío. También están sus relaciones con Franz Capra y los intentos de una consolidación internacional vía Anthony Quinn, vía Marlon Brando.
El momento más importante de la cinematografía de Ismael Rodríguez, dentro del mal llamado cine culto está en Los hermanos del hierro y Ánimas Trujano. Se trata de dos piezas extrañas dentro de nuestro cine. Don Ismael cuenta la forma cómo fue armando las piezas de esos rompecabezas y uno se queda con esos entramados que hacen posible una historia. En lo particular, tengo una admiración por Ánimas Trujano, me gustan los arranques del personaje, me divierten, y más la admiro ahora cuando me entero de la humildad en el trabajo de Toshirō Mifune.
En los vaivenes de la fortuna, Rodríguez elogia a la actriz Evita Muñoz “Chachita”, quien formó parte de sus películas taquilleras, pero que ha ido saliendo de carteleras y exhibiciones en medios masivos. Ya en su fase de televisión no correspondía a su pasado de chiquilla avispada. Lo mismo sucede con Carlos Orellana, el tortero negado por los hijos de aquella famosa película de la época de oro. Orellana fue muy amigo y colaborador estrecho de Rodríguez, pero nunca recibió el apoyo para convertirse en una gran figura. Ismael Rodríguez afirma que hay actores que tienen ángel. Pedro Infante es uno de ellos, Joaquín Pardavé es otro, Fernando Soler lo logra en La oveja negra. Pero hay los que no tienen esa chispa, ese agregado, o que lo tienen por un tiempo y las generaciones posteriores lo retiran.
El relato de Ismael Rodríguez durante las décadas posteriores al 70 (incluyéndola), lo muestra en activo, pero es evidente que la realidad del campo cinematográfico ha cambiado. La censura gubernamental llega a tener papeles tan tristes como imponer un diálogo escrito por parte del censor. Se pelea por los recursos económicos, por los apoyos. A veces se ganan y luego los retiran. La pelea para un realizador durante medio siglo, después de que ha logrado sus cañonazos en taquilla, es dura, más si se le niega de manera discreta o indiscreta la calidad. Entre esa fauna tuvo que vivir, aunque en las memorias no escurren lamentos ni lágrimas. Al contrario, a veces se escucha la voz de un hombre de ego fuerte que quiere ser escuchado y se excede.
A mí la lectura de Memorias me ha llevado al pasado, a ese pasado en que el cine no podía ser culto o de alta factura para mí. Si podía ser en cambio muestra de la miseria en que vivía, de la dificultad para salir adelante, del entusiasmo para ver otros mundos, inventarlos, vivir otras experiencias. Tocar el miedo y el erotismo, la muerte y la violencia. Pero todo al final con una sonrisa o risa plena, porque el cine era esa proyección de la vida. El cuerpo quemado de Torito, el ojo picado por la punta de madera sobre el rostro del que después sería el tuerto; los ojos aterrorizados de la anciana, mientras Miguel Inclán roba el dinero que Pepe el Toro oculta para comprar madera. Esas y muchas otras fueron parte de una escuela de la vida e Ismael Rodríguez produjo al menos esas que he mencionado.
Si a esas vamos, me he nutrido con esos apetecibles churros: ““Ismael Rodríguez va a hacer para Gregorio Wallerstein Los hermanos Del Hierro. Seguramente se trata de otro churro”. Todavía no la hacía y ya la estaban destrozando!”