Opinión

Raúl Reyes
Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[

Desde los años setenta del siglo XX y mucho más en lo que va del presente siglo XXI, es notorio que la labor literaria se ha profesionalizado

Raúl Reyes Ramos

Considerando la literatura como aspecto privilegiado para configurar rasgos identitarios de la ciudad de León, Raúl Reyes Ramos ensaya el conjunto de combinaciones que relacionan a León con sus escritores. No se trata de una historia cultural sino de la revisión del vínculo que los participantes de una geografía o de una cultura mantienen con el entorno que lo provoca.

Benjamín Valdivia

I

1. Conversaba en días pasados con una colega, diálogo en corto y previo a la presentación de un libro que es la historia de la principalísima calle Hidalgo de la ciudad de Zacatecas, sobre lo interesante que ese fuera un libro de historia (una tesis doctoral en esa disciplina), realizada por una arquitecta, que de entrada tenía a la mano dibujos, planos, fotografías, la idea de la ciudad como una red urbana y no sólo la inmensa selva de acertijos de un archivo y la redacción del cuerpo de la tesis con puras palabras. Uno entra a un archivo y no sabe qué encontrará o cómo lo encontrará. En cambio, si uno tiene la calle y sus edificios, los cambios de la traza, de los nombres, de los dueños, de los negocios, se tratará de rellenar huecos y de construir, cierta e incontrovertiblemente, la trama que allí se esconde. Pienso en las tesis que uno tiene que atravesar para darse cuenta de que allí hay pleitos de los sustentantes o de los asesores o de los miembros del tribunal, o de las mordidas de métodos e ideologías, llenos de culpa o de maldad, y no propiamente algo que prepare para la exhibición y la contundencia de la tesis. Con los años, uno puede ver lo que se podía haber suprimido o dejado de lado, si hubiera llegado antes al callejón de los milagros o a la avenida que pide los datos que completen el tamaño de adecuado de la memoria. 2. Tengo una excelentísima alumna que hizo posgrado en Alemania y ahora está en Escocia realizando tesis doctoral sobre J. R. R. Tolkien. Ahora recuerdo los comentarios que la detuvieron en el camino para que hiciera un esbozo, a la medida de la piedra y el sapo, para la Licenciatura en Letras. Por supuesto, dominaba el inglés, pero campeaba la idea de que era más propio estudiar autores en el idioma materno. Ella no sólo dominaba el inglés, sino que era muy competente en la oralidad del español y era una muy buena escritora. Este es un ingrediente que debería ser primario en la redacción de tesis. Eso lo han comprendido algunos excelsos filósofos, historiadores, antropólogos, sociólogos que han entendido que el asunto de la forma es fundamental en su disciplina: pienso en Barthes, Adorno, Burke, Bourdieu, Ginzburg. Esto también es fundamental en el terreno de la reflexión sobre la literatura, en donde se cometen muchos asesinatos en nombre de la crítica. 3. Tenemos en Cinco narradores leoneses del siglo XX (México, 2018, Ediciones de la Rana, 138 pp.) de Raúl Reyes Ramos un libro que viene del margen en estos asuntos que he planteado y más específicamente en lo que he señalado en la idea anterior. Como la autora con que abro estas líneas, Raúl se planta en una de las calles simbólicas de León y se pregunta quién escribe, quién tiene libros y qué relación puede tener con esa calle, con ese barrio que no se ve, con esa ciudad que cobija y descobija y que está allí, con otras manifestaciones más fuertes o más cultivadas, pero que también es afectada por el fenómeno lingüístico y literario. No es fácil el asunto, piense usted en escritores de Azcapotzalco o de Milpa Alta o de Tláhuac. Incluso el plantear escritores de la Ciudad de México resulta así como un chaleco al que, aquí sí, se le extrañan las mangas.

II

Antes de perderme en más elucubraciones, también más pleitos míos que de ustedes, quisiera señalar los aciertos que me parecen dignos de resaltar de este libro en una primera lectura. El primero. El registro y la construcción de una línea del tiempo. Raúl Reyes hace la primera operación del historiador, en este caso de la literatura: qué se produjo y quién fue el responsable y cómo se ubican en el tiempo, ya que el referente espacial es una ciudad. Y qué le resulta: Armando Ayala Anguiano (1928-2013), Ariel Muniz (1942-2005), Agustín Cortés Gaviño (1946-2000), Alejandro García (1959-) y León Fernando Alvarado (1961-). Tenemos a un escritor de la generación de Carlos Fuentes, nacido antes de 1930, 2 de la generación de José Agustín y Sáenz, uno de la generación de Agustín Ramos y Enrique Serna y otra de la década de los 60, cercano al anterior, pero con una mirada más joven. A excepción de Ayala Anguiano, los otros cuatro cumplen un papel fundamental para asumir de manera diferente a la literatura, quizás todavía previa a la profesionalización, y a la provincia, quien es vista con todas sus contradicciones de la urbe moderna. Cortés fue activo desde muy joven, al igual que Alvarado y García, lamentablemente falleció a los 54 años, cuando iniciaba y fortalecía actividades políticas de izquierda en una ciudad tan ingrata a estas casusas como León. Su muerte señala una cesura en el tiempo y ayuda a detener los instrumentos de delimitación de escritor de este libro. Libros o producción y algunas de sus características ayudan a dejar en esos cinco el registro. El segundo rasgo es encontrar las obras que lleven ese registro a un nivel de consideración de existencia y apuesta por la permanencia: Las ganas de creer, Circuitos raros, El hombre que volvió de la chingada y otros regresos y El obispo que quería ser papa y otros deslices semejantes, Sobre las montañas y muy lejos y La noche del Coecillo es de agradecerse que se incluyan aquí las portadas de las cinco obras). Casi de a libro por cráneo y en el caso de Cortés, aunque utiliza dos, sólo se refiere a cuatro cuentos. En lo respecta a Ayala Anguiano es bueno recuperarlo para la ciudad que lo vio nacer y comentar esa novela que es casi inencontrable. Ayala fue conocido por Contenido y eso marcó la distancia de algunos de mi generación más partidarios de una literatura militante en aquellos años. Llama la atención la fortuna del título del libro de Cortés que no sólo nos resulta familiar por el rancho de San Juan de los Lagos, sino por la importancia que ha adquirido para las luchas de AMLO y para su presidencia y lo que viene. Me imagino un cuento: “Cuando regresó de la Chingada, la presidencia seguía allí”. En el caso de Muniz también es buena la selección, porque es una de esas presencias que vienen de otra tierra y con toda su carga de trasterramiento, se quedan en las que los adopta. Y en el Caso de León Fernando está la decisión de quien se queda en la ciudad a pesar de que sabe de que perderá algunas oportunidades o podrá ser desplazado por los que llegan. 4. El siguiente punto de valor es la generosidad del autor que busca lo propio o lo que parece que resalta de mejor manera la obra que estudia. No sólo la registra y la mete a la línea del tiempo, no sólo da una valoración previa y algunos criterios para hacer interesante al lector esa quinteta de sus gallos, también les busca un filtro a modo: en el caso de Las ganas de creer es el lenguaje coloquial y el héroe-antihéroe, lo mismo definiciones de diccionario que referencias de Alatorre o de Carlyle; en el caso de Muniz lo mismo Hofstadter que Blanchot o la teoría de la recepción; tanto Gorki como la teoría del juego, como una mirada de mucha simpatía y comprensión personal de Raúl Reyes Campos en el caso de Cortés Gaviño; Loaeza, Stern, Leighton y las diferencias de clase y de visión de algunos de sus miembros en la transformación del mundo, en el caso de León Fernando Alvarado y el mito de Ulises y el eterno retorno de Eliade en el caso de García. Es de señalar que este comentario que busca la mejor teoría para explicarlo es una de las cosas que un autor agradece cuando de su obra se habla, que se relaciones con otras cosas y con otros, que se desdoble lo que dejó el acto creativo.

III

En la Universidad Autónoma de Zacatecas se dio un fenómeno que por fortuna está por dejarse de lado. Ante la necesidad de registros de libros, se patrocinaron tirajes de 100 ejemplares. Y como no se podían vender se regalaban en las presentaciones, así que esos libros ahora son raros y difíciles de adquirir. También es cierto que cada vez hay más indicios de que hubo ediciones que se pagaron como tirajes de 500 o 1000 ejemplares y sólo se sacaron los 50 que hacen esas máquinas gringas tan modernas, estafitas maestras.

Ante un mundo de adversidades y selectividades extrañas, celebro que se pueda tener este libro después de algunos años de estar allí a la espera, como el tigre en la selva. La verdad es que Cinco narradores leoneses del siglo XX es un libro ligero, generoso, interesante y que, como aquel libro sobre la avenida hidalgo, nos dice que en el siglo XX hubo cinco escritores que hablaron sobre su ciudad o se trajeron algo de ella sin que necesariamente fuera una calca. Como señala Benjamín Valdivia: uno no quiso saber nada más de León, otro llegó del extremo austral a vivir y se murió pronto, otro regresó al terruño y también murió, el siguiente escuchaba música y amaba a su ciudad y peleaba con ella y uno iba y venía sin encontrar, como algunos perros, el lugar para echarse a morir. Bienvenido este libro y ojalá vengan otros de esta buena raza.

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