Opinión

André Malraux1Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[

─Amigo mío, más valdría que no me hablase demasiado de dignidad… Mi dignidad, para mí, consiste en matarlos. ¿Qué quiere usted que a mí me importe China? ¿Eh? ¡La China sin bromas! No estoy en el Kuomitang nada más que para mandar matar. No revivo como en otro tiempo, como un hombre, como cualquiera, como el último de los brutos que pasan por delante de esta ventana, sino cuando se mata. Pasa como a los fumadores con sus pipas. ¡Cómo! Un pingajo. ¿Venía usted a pedirme su piel? Aunque me hubiera usted salvado tres veces la vida…

André Malraux

Trotski examina cada personaje según su medio de origen, sus ideas, sus actos, sean o no compatibles con la línea revolucionaria correcta. La lectura es en primer grado maniquea, como la de un niño que se identifica con los “buenos” del cuento antes de dormir y que desenmascara a los “malos”. Pues bien, el libro es “notable” ─concluye cándidamente el maestro─, y podría decirse que “sin siquiera pensarlo”, da testimonio de la política estalinista en China, cuyos nefastos efectos, sin embargo, no se han hecho esperar: victoria de Chiang Kai-chek , aplastamiento del Partido Comunista Chino.

Jean-François Lyotard

La primera escena es un asesinato. Treinta minutos después de la media noche del 21 de marzo de 1927 Chen, firme militante comunista, entra a un cuarto de hotel en Shanghái y acuchilla a un hombre dormido. Poco antes se da él mismo un corte en un brazo, como si fuera necesario templar el pulso. La víctima es un intermediario en la venta de armas para el gobierno. Después de tomar un respiro (en que coinciden el peso de la reflexión y la luz de la ciudad por la que lucha) en que pareciera que abandona el lugar, retorna al cuarto y se apodera de un documento que ampara la entrega de trescientas pistolas. La insurrección popular está en camino, una rebelión en su mayoría desarmada y con un gran número de activos que no saben manejar un fusil.

    Se trata del inicial fragmento de la parte primera de “La condición humana” de André Malraux:

    ¿Intentaría Chen levantar el mosquitero? ¿Golpearía a través de él? La angustia le retorcía el estómago. Conocía su propia firmeza; pero sólo era capaz, en aquel instante, de pensarlo con el embrutecimiento, fascinado por aquel montón de muselina blanca que caía desde el techo sobre un cuerpo menos visible que una sombra y de donde emergía sólo aquel pie medio inclinado por el sueño, vivo, no obstante, de la carne de hombre.

    La escena toda y las oraciones gramaticales primas, según el poder nemotécnico de los lectores, están entre las más evocadas y citadas por los asiduos a la gran novela del siglo veinte. El subconjunto constituye una pequeña pieza que, ante el dar muerte por propia mano, así sea por altos ideales, urge a seguir o a abandonar lo que sigue. La novela está disponible en la actualidad en el catálogo de Edhasa, aunque para efectos de este comentario me baso en la edición conmemorativa, Colección Diamante, de los 60 años de la editorial Sudamericana (Buenos Aires, 1999, 302 pp.).

    Tanto el libro como el autor han salido avantes de las oceánicas tormentas de las lecturas ideológicas, sean intra o extraliterarias: pugnas al interior del existencialismo, entre existencialistas y nuevos novelistas, miembros de la Resistencia y Gaullistas, marxistas y escuelas del discurso, Guerra Fría, lectores del nuevo siglo. Sin duda la unidad de la novela, el meter a una historia sencilla todo el universo de lucha en esa parte de Asia y forjarla sobre las acciones de los personajes, con sus luchas interiores y exteriores es el gran acierto de André Malraux. Además de la carga profética que le dio el sentido de la historia al convertirse China en el gigante autónomo que en 1927 era objeto de las divisiones internas y las intervenciones de las grandes potencias mundiales con un colonialismo agónico.

    En lugar de tratar de construir un gran escenario, que históricamente lo es, el autor va trazando el camino de los comunistas, siguiendo su situación, que están a punto de levantar a los sectores obreros de la ciudad de Shanghái y, unidos con las fuerzas de Chang Kai-chek, expulsar a los señores de la guerra. Chen lleva el documento y lo entrega en un lugar de venta de fonogramas del simpatizante europeo Hemmerlich, a los que completan el grupo de acción en tipos: Kyo, el cerebro del grupo y Katow, el organizador. Chen es el militante puro, el que con dudas y temores hace las cosas, atenta contra el enemigo. Junto a estos tres está Gisors, padre de Kyo, hombre reflexivo, sin filiaciones políticas y con dependencia en el consumo del opio y está May, la mujer de Kyo, quien lucha por ser diferente en un mundo donde las mujeres brillan por su ausencia.

    En la novela, May se acuesta con otro hombre y se lo confiesa a Kyo, quien se mantiene firme en su concentración, pues al día siguiente avanzarán sobre la parte de la ciudad que es ajena a las masas.

    La otra mujer es la pretendida por Ferral y juega el papel de alterne y acopiadora de regalos y comodidades. El francés nunca podrá atraparla. Es un mundo oscuro en el que las mujeres aparecen sólo en los sitios de diversión de los hombres o en los lindes de las actividades normales. Esta última mujer negocia con el que sea, tenga dinero. Vista como objeto, su única oportunidad es aspirar a algo en un mundo de seriedad cuando pesen los años.

    En cambio May, alemana, médica, alguna vez residente en París y en Heidelberg, trabajadora en un hospital de la ciudad, introduce a luchadoras anónimas al universo novelesco, como en un parpadeo. Ella aparentemente pelea sola, no puede acercarse a Kyo. Cuando caminan juntos por fin, cerca del desenlace, regresando de la reunión, la policía lo atrapa y se lo lleva, casi sin que ella se dé cuenta.

    ─Y la mitad de las heridas morirán… El sufrimiento no puede tener sentido más que cuando no conduce a la muerte, y conduce a ella casi siempre.

    May reflexiónó.

    ─Sí ─dijo al fin─. Y, sin embargo, quizá esa sea una idea masculina. En mi opinión, para la mujer, el sufrimiento (resulta extraño) más hace pensar en la vida que en la muerte… A causa de los partos, quizá…

    El mundo del poder está representado por Ferral y Martial, el director de Policía. Éste recibe los diversos informes que hablan del éxito de la rebelión comunista. En cambio Ferral representa los intereses financieros, comprometidos en esa parte del mundo y el riesgo de perder las inversiones con la llegada de los insurrectos.

    Los comunistas saben que su situación es endeble. Apenas si pueden armar a unos cientos de trabajadores. Cuando Kyo ve el vale por las armas, se da cuenta de que aún no las ha pagado el gobierno. Así que tendrá que conseguir el dinero para el pago y para la comisión que se le da al barón Clappiqe, personaje caricaturesco que al final se queda solo y sin recursos para regresar a Europa.

    Han triunfado como aliados de los nacionalistas. Ahora vienen las pugnas en el Kuomitang, donde tienen mayoría, pero no la pericia necesaria para sacar mantener la seguridad de sus hombres. Tanto Kyo como Chen viajan a Han Cow para conseguir apoyo que les permita dar la vuelta de tuerca a la situación. Es obvio que se está en negociaciones para que Chang Kai-check desarme a los comunistas y los elimine. El levantamiento de Shanghái ha sido una enorme muestra de poderío, pero está en peligro de convertirse en nada. El consejero ruso con quien se entrevista Kyo no parece estar muy de acuerdo en ampliar el campo de batalla. Allí se presienten las pugnas entre la Revolución en un solo país y la Revolución permanente. Cheng no tiene la capacidad de audiencia de Kyo. Regresa perturbado y dispuesto a actuar para agudizar las contradicciones. O será mejor decir para ejecutar un golpe de mano.

    Antes del desenlace, Cheng reaparece por una de las calles principales de Shanghái, con dos activistas. Su intención es atentar contra la vida del general Chiang Kai-chek. Su primer intento se frustra porque el anticuario de la tienda en que entra a tomar posiciones y administrar el tiempo, se enterca en que compre algún objeto. Más tarde, por la noche, sabedor de los hábitos del militar de la contraparte ya enemiga, que ha desarmado a las milicias de sus camaradas, se lanza al paso de su auto. Chiang Kai-chek no va en el vehículo.

    El desenlace no es una gran pelea. Otra vez el escenario es pequeño. Los revolucionarios, sabedores de sus limitaciones, esperan el ataque en  una casa de dos plantas. Los otros se posicionan en la de enfrente. Allí atacan con ametralladoras. Se defienden con granadas. Kyo ha sido detenido al salir de la reunión del Comité, Katow encabeza la resistencia. Chen ha muerto con una de sus piernas mutilada por la explosión. Van cayendo poco a poco, hasta que introducen un pequeño cañón al edificio que les permite ahorrar parque.

    El desenlace se da con el encuentro de Katow, los acompañantes de Chen en el atentado y Kyo, quien ha sido llamado por Köning, el ahora jefe de la captura y represión. Éste le había ofrecido el perdón a cambio de la información adecuada. En la espera de la muerte, altivos, saben que a los detenidos los lanzan vivos a la caldera de una locomotora. De cuando en cuando se oye la sirena de la muerte. Kyo traga la pastilla de cianuro que carga siempre con él. Katow ofrece la suya a los otros dos. Espera la condena.

    Hay un desenlace más: May y Gisors en Japón, con la duda de qué hacer, a partir de la derrota. Ella tiene la opción de viajar a Rusia, a él no le interesa. El otro desenlace es la valoración de Ferral de la situación financiera después del triunfo de Chiang Kai-chek. Los dueños del dinero no quieren mayor riesgo.

    Al igual que en 1937 con “La esperanza”, Malraux traza el problema de la guerra civil. Al conflicto entre hermanos, habrá que agregar el de los aliados. En “La condición humana” se está en espera de saltar al cuello del otro: los nacionalistas sobre los comunistas, estos sobre aquellos. En “Bajo el volcán” Malcolm Lowry o su voz narrativa hace saber al lector que el cónsul Firmin acaso se haya entregado al alcohol y torcido su vida a partir de haber lanzado a las calderas de un barco a un grupo de prisioneros. En la novela de Malraux, en lugar de fusilar a los que hasta horas antes eran aliados, son lanzados en lugar del carbón a la caldera de la locomotora.

    Los comunistas son unos solemnes traidores, nos traicionan a nosotros, sus fieles aliados. Se convino en que colaboraríamos juntos, y la cuestión social se plantearía cuando China quedase unificada. Y ya la plantean. No respetan nuestro contrato. N quieren restablecer la China, sino los Soviets.

   La novela nos narra el gran quiebre histórico de China en 1927. La lucha se prolongaría por 20 años para el triunfo de los comunistas, ya con la figura de Mao. Y claro, serían dos décadas de relativo triunfo para Chiang Kai-chek y su posterior refugio en Taiwan. Pero también es el quiebre de los personajes, la derrota, el cambio de rumbo después de la victoria acariciada.

    Chen, Katow, Kyo son avasallados por las grandes decisiones y sus actos, perturbados, problematizados, son objeto en la decisión de personajes que nunca aparecen en la novela. De allí tal vez la importancia de Gisors, el personaje que entiende el mundo, que conoce a su hijo, que no cree en las situaciones políticas. Todos mueren por la causa, Kyo ni siquiera tiene tiempo de examinar lo que ha cambiado entre May y él.

    El mundo de oscuridad se los traga. Si no es la caldera, es la bomba o la pastilla de cianuro. Tendrán que ser otros los que levanten el telón de la historia.

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