Opinión

Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[

 Nélida Piñon

Jamás había aspirado a atarse a un profeta loco, dispuesto a convencerla de que pondría a su alcance un mundo ideado por él

Nélida Piñon

“La camisa del marido” es un compendio de todos los sentimientos que rigen las relaciones personales: del amor al odio, pasando por los celos, la compasión, el deseo, la dependencia y el miedo. Piñon los ha escrito como si se tratara de una enciclopedia de afectos que remata con “un epílogo protagonizado por Luís de Camões” (1524-1580), uno de los mayores poetas en lengua portuguesa. En ese relato, titulado «La desdicha de la lira», nos presenta al escritor al final de su vida, despojado de ilusiones. La autora considera que el tema de este cuento es también la familia, precisamente por el peso de su ausencia. «Con la vejez la familia ya no importa, te quedas solo frente a la muerte y te preparas, mejor o peor, para enfrentar tu destierro definitivo».

Fernando Díaz de Quijano

Nélida Piñon (Río de Janeiro, 1937) es una de las escritoras brasileñas más conocidas en nuestro país. Cuando en 1995 se le otorgó el Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo apenas circulaba, en español, la edición colombiana de Norma (1991) de “La república de los sueños” y el Consejo Nacional Para la Cultura y las Artes de México incluyó ese mismo año “Tebas de mi corazón”, tomada de Alfaguara, en la colección Fin de siglo.

     Para 2005 en que recibió el Premio Príncipe de Asturias ya había un mayor conocimiento de su obra y de su trascendencia. Las dos novelas mencionadas son base firme e imprescindible de su escritura y bien vale la pena acercarse a ellas. También vale la pena superar las barreras de la pandemia y conseguir “Una furtiva lágrima” (2019,  Alfaguara), su obra más reciente o “Voces del desierto” y “Libro de horas”.

     “La camisa del marido” (México, 2015, Alfaguara, 162 pp.) es un libro de nueve cuentos, donde la primera impresión nos lleva a la familia. Esto se debe a la fuerza de las dos primeras narraciones: “La camisa de papá” y “El tren”. En el primero una mujer pone la camisa ensangrentada de su esposo asesinado en el lugar que le correspondía a él en la cama y espera a que aparezca en lugar próximo y visible el asesino. Mientras se dilata la espera o el correr de los acontecimientos, se intercalan las voces de la familia entera: el primogénito y el benjamín, en una pelea a fondo por la herencia y el poder, el intermedio, anulado, pero capaz de dejar testimonio de las luchas entre padres e hijos y los acomodos por la preferencia  del cabeza de la familia. También habla la mujer del primogénito, Santiago y nos anuncia la pelea de su esposo con el benjamín una vez que aparezca el asesino y no haya más deuda con el muerto. La madre habrá zanjado parte de su venganza, mas la soledad le pedirá algunas cuentas que heredaría a sus hijos.

     Ella sabía que yo no nací para ser un guerrero diestro con las armas, capaz de responder a un ataque enemigo, a diferencia de mi hermano pequeño, que podía golpear a cualquiera, como ahora, que se preparaba para hablar.

     En “El tren” se trata de un padre que inventa historias a sus hijos, trata de meterlos a viajes, a territorios y un día los lleva a un vagón abandonado donde puede percibir los diversos apegos a la ficción que inventa. Un fenómeno de la naturaleza los pone en carrera, le rompe el relato y lo muestra ante la familia en su todo su sentido impráctico. Los hijos se irán lejos, entre el deseo de aventura y el ansia de partir, quien relata puede rescatar la figura del padre y su rol sensibilizador.

     Detrás de esa presencia de la familia ya está en estos dos relatos la importancia de la ficción como constructora de mundos y puerta para resolver la vida fuera del territorio más próximo o más allá de los dictados de la realidad inmediata. Las voces de “La camisa del marido” son relatos en sí, dentro del gran relato que ha querido hacer la madre. A diferencia de la anciana de “Una vendetta” de Maupassant, la madre no sólo se venga del crimen, en este caso, de su hombre amado, sino que quiere dejarlo escrito o por lo menos oralizado. Para el lector es evidente que ésta es una historia escrita, pero también puede ser el testimonio oral de algunos grupos sociales que lo trasmiten de boca en boca.

     En cambio, el padre dice palabras y va construyendo realidades. Los lugares empiezan a tener un cuerpo o una existencia, sea nebulosa o nítida, sea creída o rechazada por los hijos, pero allí está, como un aderezo para enfrentarse a la vida, así sea en el rincón más apartado de la tierra, en este caso de Brasil. Ante la tormenta que los sorprende en el vagón, el padre no ofrece respuesta, a pesar de que vive en esa tierra, y es la madre la que los regresa a la seguridad de la casa. La aportación del padre es intangible, se necesita reflexionar para entender aquella complejidad. Cada quien habrá de rescatar o desechar al padre.

     Hay dos textos que se refieren a la literatura. “Dulcinea”, la ruda trabajadora del hostal al que llega el Quijote con su compañero Sancho y que es extraña a las palabras del hombre delgado que actúa fuera de la realidad. Sancho ve y oye a la mujer y compara con lo que ha pasado con él y la promesa de la Ínsula Barataria. Maritornes sufre una transformación, un mundo le es ofrecido en charola de plata, algo que nunca podrá tener de acuerdo a sus condiciones de vida. Asistimos aquí al tránsito de la mujer pública, de la mujer de todos, a la mujer del más valiente caballero de la literatura española de todos los tiempos. Y ella cree, por un momento.

     Maritornes escogió la ilusión en detrimento de la realidad. Ser libre en la pobreza era mejor que ser esclava en la lógica de la riqueza. A partir de aquel instante, que nadie le arrebatara la fantasía. Sería una mujer constantemente inventada por el caballero, que le concedería el sentimiento de la inmortalidad.

     El otro texto es “La desdicha de la lira”, una historia de Luis de Camões, el padre de la literatura portuguesa y el autor de uno de los últimos grandes poemas épicos fundacionales, “Los Lusiadas”, entre 30 y 40 años antes que Cervantes y Shakespeare dieran el fino toque estético a sus lenguas maternas y acaso el lusitano tuviera que esperar el advenimiento de un supracamões. Tiempos en que la miseria, la violencia, la aventura cumplieron su papel y pusieron en peligro ese sabor a destiempo de la posteridad.

     Experimento la agonía del naufragio en la costa de Camboya, cuando estuve a punto de perder los manuscritos de mi poema, que salvé de milagro, y donde se ahogó la esclava Bárbara. Habría preferido sucumbir yo.

     Podemos tener el mundo imaginario que construye para la venganza la viuda y tener la manera de cantarlo y de contarlo, o el mundo imaginario que se fragua en cada hijo a partir del relato del padre y que podrá llevarnos a mantenernos en el terruño o a emprender el viaje. Quizá Camões es ese individuo que se arrancó del tronco familiar y se dedicó a conocer los mares del mundo. Tal vez en una repulsión del relato paterno escapó para caer en su propio relato, en su propio mundo imaginario, en la burbuja que nos pertenece.

     El mundo imaginario puede ser otro tipo de burbuja, con aparente indiferencia de la familia. Tener una relación, “Para siempre”, ella, una chica normal, con alguien que está casado con la tía, acercarse, lejos de las tentaciones y coincidencias en espacios rutinarios, para luego perderlo. Mundo que te pertenece y no. Burbuja que se va formando poco a poco, con distractores en “La mujer de mi padre”, la sustitución del que se ha ido, por quien menos se piensa. No hay hechos, sólo tentaleos, indicios, la proyección adivinatoria del lector.

     En “La sombra de Carlos”, “En busca de Eugenia” y “La quimera de mamá” predomina otra vez el asunto familiar. Y la gran sombra protectora es la madre. En el primero hay un paralelismo con el relato histórico: las tribulaciones de Carlos V para mantener unido su imperio. Para hacer la guerra, tenía necesidad de dinero, por lo que recurría a la banca de Amberes. También el personaje del cuento necesita liquidez. Su tía, rica y con bienes e inversiones, ha dejado una caja para él. Dentro, no vienen objetos de valor, sólo un sobre de papel. Allí está su destino. Su madre hizo todo lo posible para que la voluntad de la tía no tuviera duda sobre el heredero. Nos quedaremos, como lectores, con las ganas de saber el destino de esos bienes.

     En el segundo se trata de la mujer que se arraigó a la tierra y la que se fue. La inmóvil practica su ejercicio de moverse mentalmente o a través de una apelación reiterativa, en torno a la búsqueda de la hermana, callada, inmutable. El hijo hará la labor de unir en el discurso y en la historia.

     El tercero es la historia de una mujer abandonada por su marido y que queda a vivir con su hijo. Ella tiene una vida intensa, lejos de la capacidad de interpretación del vástago. Por ejemplo, pudo desear viajar, se quedó en un lugar, leer con fruición “Amor de Perdiçao de Camilo Castelo Branco, pero lo separa perfectamente de su vida, no lo usa para resolver sus problemas o construir planes. Un día se enfrentan madre e hijo a sus enigmas, con una botella de oporto muy fino enfrente.

     Quizás como en el caso de Marguerite Yourcenar, Nélida Piñon despliega un relato oculto que sirve de marco a la narración que nos cuenta, una especie de telón que ampara una lectura que salvaguarde de cierto utilitarismo histórico o contextual. Así se pueden escuchar los ecos de autores y tramas del patrimonio literario, cuando no son los mismos personajes novelescos los que pasan frente a nosotros.

     El mundo imaginario es un mundo real, diferente al ordinario, aunque se nutra de él. Padres e hijos, se ven cruzados por Caín y Abel, por Yocasta y Edipo, por las paradojas de matriarcados y patriarcados. También las obras literarias insuflan vida de repuesto al hombre. Y todo eso se hace posible en el cuento, en la narración. Los personajes de Nélida Piñon son brasileños o antecesores que caminan por el mundo o se arraigan, así viven, así mueren, así deleitan al hombre en su afán de replicarse, irse o quedarse, así sea por la narración.

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