Opinión

Albert CamusAlejandro García/ ]Efemérides y saldos[

Él había ganado únicamente el haber conocido la peste y acordarse de ella, haber conocido la amistad y acordarse de ella, conocer la ternura y tener que acordarse de ella algún día. Todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo

Alberto Camus

Y es que manifiestamente era lo que esperaba el público: un libro sobre los años de adversidad sin alusión directa a aquellos mismos años, a la derrota, a la ocupación, a las atrocidades, todo residía en la alegoría. Así es en todo caso como se leyó el libro.

Herbert R. Lottman

“La peste” apareció en 1947, cinco años después de "El extranjero” y cuatro antes de "El hombre rebelde”. Es decir, es una obra casi equidistante de dos de los libros mayores de Albert Camus, el primero lo pone en el corazón de la literatura francesa y en buena medida de la occidental. El segundo provoca la polémica con Sartre y el conflicto entre libertad y sistemas políticos o, en concreto, la actitud frente a los rasgos depredatorios de la URSS stalinista. Se trata de la división ideológica y ética entre los intelectuales, versión alterna y matizada de la guerra fría.

     Los tres libros tienen momentos históricos importantes que sirven de encuadres. El primero en la ocupación, el segundo en la victoria de la guerra pero en la derrota simbólica y el tercero en la partición del mundo en dos grandes polos territoriales y mentales. “La peste” (Barcelona, 2018, Edhasa, 2ª reimpresión, 353 pp.) ha corrido, además, su propia suerte, marcada por el contenido y por la historia que cuenta. Cada epidemia o pandemia, cada crisis del sistema sanitario o de salud, la regresa a los lectores. En este ya largo encierro de más de año y medio, Albert Camus ha venido a la mente de más de alguno y, en mi caso, ha traído la aparición de las ratas moribundas y de hocico sangrante en escaleras, pasillos, calles, plazas. Se trata apenas del principio.

     Frente a “El extranjero”, historia de la contra hazaña de un hombre, “La peste” presenta un personaje colectivo: Orán, ciudad de la costa argelina, África, parte de un protectorado francés. La aparición de las ratas es el paso previo a la hinchazón de los ganglios, inician en axilas e ingles, en los seres humanos. La autoridad médica sabe o intuye que algo diferente está pasando, sea por las características físicas y por su número, por su evolución, como por la memoria tanto científica como de sentido común o de contacto con los hechos. Las autoridades prefieren callar y ocultar, como siempre dispuestas a administrar nada más la normalidad. Las muertes en aumento y el saberse frente a un adversario inatacable llevan a la emisión de la orden de cierre de la ciudad.

     Camus nos va llevando por su propia ruta de la peste. Es una palabra que también al lector le evoca y le pesa. Así que el autor debe trazar un sendero en donde exista una curva dramática dentro de un territorio que sabemos es dramático. ¿Cómo enrarecer lo que ya es raro y se nos presenta a priori como extraordinario? Con un día despedidas y una jornada médica cotidiana. El doctor Rieux acompaña a su mujer a la estación, donde partirá a otra ciudad para curarse.

     El médico está en contacto con la enfermedad, de manera directa y subjetiva con la mujer amada, y de manera objetiva, no sé si indirecta, con sus pacientes. De allí que cuando lo acusan de abstracto, el lector pueda no estar de acuerdo. Y el resto es la aparición de una rata entre la puerta de su departamento y la salida a la calle. Esto provoca que el portero niegue que haya esos animales en el edificio. Será la primera víctima de la enfermedad, pasados algunos días.

     De menos a más, aparecen los animales, de uno a varios, de decenas a cientos, hasta que se convierten en cifras. Allí el autor escala sobre anterior las primeras víctimas humanas. También llegarán a cientos, pero dentro de la novela, unas cuantos han sido suficientes para convertir el relato en ficción, en verosímil, en holograma de una totalidad inmensa, igualmente afectada, pero que el autor sabe que nunca podrá describir y si por allí camina sin duda perderá el valor literario.

     “Y es que nada es menos espectacular que una peste, y por su duración misma las grandes desgracias son monótonas”

     “La peste” es una galería de personajes seleccionados por el autor, aunque éste se valga de un cronista, alguien que cuenta lo que sucedió desde un futuro indeterminado: el médico, que alterna su creencia en la enfermedad con otro que la niega y otro que vacila; el suicida, pendiente de su pago a la sociedad por el desafío; el periodista atrapado en nación extraña, que quiere ver a su mujer que está en otra parte; el sacerdote católico, quien de la dureza en juzgar a sus fieles por alejarse de Dios, deviene en una cierta vagancia imprecisa no ajena al exilio; el burócrata y escritor postflaubertista, bueno para las cifras y malo para terminar las obras; el solitario activo, único habitante de un hotel; el juez, a quien la muerte muerde al llevarse la vida de su hijo, son algunos de los tipos que aportan a la atmósfera de enrarecimiento de esta Orán en crisis. Hay algunas mujeres, pero ciertamente su papel es incidental o de poca demostración. La madre de Rieux viene a sustituir a la esposa, pero nunca deja su papel de solidaria pasiva. La mujer de Rieux está fuera de la ciudad, lo mismo que la esposa de Reimbert vive en otro país. Podríamos decir que la enfermedad y la ciudad, el contenido y el continente,  son femeninas.

     Orán es una ciudad fea y sus habitantes no parecen tener una vida expresivamente feliz o de búsquedas altruistas. Con la peste, la soledad o la individualidad se acentúa. El vacío penetra más hondamente y aísla. A la falta de entusiasmo rutinario se agrega esta carga moral amenazadora que llega, entra, hincha el cuerpo, y mata. El exilio es esa condición al filo de la muerte, esa doble cara de la nada, esa imposibilidad de entrar al otro, de levantar la cara, de reconocerse en los ojos ajenos.

     “Se atuvieron a no pensar jamás en el término de su esclavitud, a no vivir vueltos hacia el porvenir, a conservar siempre, por decirlo así, los ojos bajos. Naturalmente, esta prudencia, esta astucia con el dolor, que consistía en cerrar la guarida para seguir el combate, era mal recompensada. Evitaban sin duda ese derrumbamiento tan temido, pero se privaban de olvidar algunos momentos la peste con las imágenes de un venidero encuentro.

     Camus o su cronista concluye que la peste es la vida. Podemos decir que la vida es peste o que la vida conlleva siempre una dosis de descomposición, de peste, de enfermedad y que las pandemias son los nudos, los momentos en que Tánatos quiere ganar la pelea por nocaut. Sería algo así como el mundo al revés. Lo diría, dos años después, Malcolm Lowry, “La enfermedad no se halla solamente en el cuerpo, sino en aquella parte a la que solía llamarse alma”.

     “Es la peste, ha habido peste (…) Pero, ¿qué quiere decir la peste? Es la vida y nada más”.

     Ahora bien para este artificio que es la obra literaria, para “La peste” en concreto Albert Camus nos entrega la novela como crónica, como memoria de aquellos hechos. Se trata de la escritura realizada por el doctor Rieux, para que quede constancia. Hay además por lo menos otros dos tetimonios escritos: el primer contribuye a la fidelidad o a la diversidad, se trata de los cuadernos de Tarrou. El cronista toma en cuenta lo que allí se dice y lo incorpora a su versión.

    El otro es la novela imposible de Grand. Nunca pasa de los primeros párrafos. Más que Flaubert, Lamb se ocupa de cada palabra, de cada frase, de cada párrafo. No puede avanzar. Es como si cada elemento que se incorporara sufriera una prueba más en el tenor de los ejercicios de estilo de Queneau que en el rigor de lenguaje de Flaubert. La escritura aquí, pone el rasgo distintivo de la crónica.

     Dice que es una crónica, pero en realidad es una novela. A través de algunos puntos neurálgicos, autoconstruidos, Camus levanta la tragedia de la ciudad y la pérdida del individuo en esa lucha que parece perdida, porque después de todo la plaga o el mal se retira como llegó, sin avisar, sin pedir permiso o perdón, sin sufrir derrota alguna. El hombre seguirá enfermo, pero dentro de días más amables y en donde de pronto puede aparecer la esperanza.

     El sermón del padre Peneloux, en la primera parte de la novela, contribuye a ese cierre no sólo de la ciudad, sino también del universo narrativo de Camus. El sermón se escribe, aunque se exprese oralmente en el púlpito. Es producto de la reflexión y lleva a la observancia de la palabra divina. Peneloux contribuye al exilio de los ya de por sí sufridos habitantes de Orán. Esos personajes son literarios, pertenecen a la novela y permiten al lector mover sus simpatías en favor del cura o de feligreses. La escritura está allí en el fondo.

     De modo que la escritura salva. Todo esto es a toro pasado. Algo quedó. Las aguas vuelven a su cauce, los muertos están enterrados y los vivos rehacen su incomplitud catalizada. El hombre, una vez más, ha sido rebasado y puesto en el suelo, y otra vez ha salido vivo, a bregar, a escribir lo que ha sucedido, para que otros sepan hacer, lo que los testigos no pudieron.

     En estos tiempos en que los carromatos de la muerte y las cruces en las puertas han sido sustituidos por aislamiento en salas de terapias intensivas, respiradores artificiales, tanques de oxígeno, cubre bocas; en que la fase de la negación llega o no a la cura pasando por la cólera, la negociación y la aceptación, por el alta con aplausos o la salida en ataúd sellado, la novela de Camus es una fiel compañera, en donde la escritura al menos brinda conocimiento y, día a día, recuerdo.

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