Opinión

franciscoPorfirio Muñoz Ledo

 

El Papa Francisco no acaba de sorprendernos. Ha lanzado una encíclica memorable Alabado seas (sobre el cuidado de la casa común), en la que atribuye la depredación ambiental a la “sumisión de la política a la economía”, así como a la incapacidad de los poderes públicos para enfrentar la gravedad y magnitud del cambio climático. Denuncia la monstruosa concentración del ingreso y su correlato: la desigualdad y la extensión de la pobreza.

Como todas las grandes encíclicas, sienta doctrina, influye en el rumbo de la Iglesia y busca efectos políticos inmediatos. Así lo fueron la Rerum Novarum de León XIII en 1891, que fijó la posición de la Iglesia ante los movimientos obreros, o la Pacem in Terris de Juan XXIII en 1963, respuesta pacificadora ante la Guerra fría.

Bergoglio habla de la inconsistencia de algunos países frente a los acuerdos internacionales. El doble lenguaje que ha escindido a la diplomacia de la realidad política y económica. En suma, la privatización de los Estados que ha convertido a la tierra “cada vez más en un inmenso depósito de porquería”. El severo análisis del Papa establece la interconexión entre contaminación y cambio climático, la mala gestión del agua, la pérdida de la biodiversidad, la inmensa desigualdad entre las naciones y la debilidad de las políticas implantadas ante la catástrofe ecológica. Sus  detractores lo agreden: desde Jeb Bush –nombre símbolo de los consorcios petroleros- hasta la extrema derecha europea y los sectores conservadores de la curia, porque no sólo diagnostica los problemas, sino que señala a los culpables y formula una crítica irrefutable al sistema económico global.

Conferencias van y resolutivos vienen, junto con convenios y protocolos. Los propósitos de Kioto no han sido respetados ni cumplidos por quienes más deben. Tan sólo Estados Unidos y China son responsables del 60% de las emisiones de CO2. Los compromisos adquiridos no se dirigen a atacar las raíces de la situación ni alcanzan siquiera a mitigar sus alarmantes síntomas. Las medidas de adaptación aceptan la inevitabilidad del desastre y se ubican en la moralidad de la Cruz Roja.

Francisco encara a los “depredadores del planeta” y los provoca: “no es suficiente tratar de conciliar los ingresos financieros con el cuidado de la naturaleza, o la preservación del medio ambiente con la visión actual del progreso. Se trata simplemente de redefinir el progreso”, lo que implica cancelar el ciclo neoliberal que ha globalizado la desigualdad al punto que la mitad de la riqueza mundial se concentra en el 1% más rico de la población y  la otra mitad se reparte entre el 99% restante. “No hay mayor contaminante que la pobreza”, sostuvo México desde la Conferencia de Estocolmo de 1972.

El discurso de Bergoglio recoge la visión global que la social democracia avanzada preconizó hace cuatro décadas, pero sobre todo las tesis del tercer mundo sobre el Nuevo Orden Económico Internacional. La encíclica asume que los patrones de crecimiento seguidos hasta ahora no son sustentables; cualesquiera que sean las medidas correctivas, no resolverán el problema. El nuevo pacto con la naturaleza supone una drástica reconversión de las relaciones económicas a nivel planetario.  

No es un asunto exclusivamente ecológico, se trata de una crisis sistémica que sólo podríamos afrontar mediante un cambio civilizatorio. La Conferencia Mundial sobre Fuentes de Energía (Nairobi 1981) determinó la urgencia de una transición energética para evitar el agotamiento de las fuentes tradicionales y el sobrecalentamiento de la tierra. Sin embargo la manipulación de los precios de los hidrocarburos, la especulación financiera y el control de los países en desarrollo a través de la deuda externa frenaron los programas proyectados. 

El cambio climático es la cara sucia de la economía mundial. Al subrayarlo, la encíclica es la crítica de un capitalismo prepotente que ha depredado no sólo al medio ambiente, sino a los habitantes de “la casa común”. De ahí el clamor reaccionario que exige al Papa “no entrometerse en asuntos de política” y la respuesta de Francisco al defender sus posiciones como pertenecientes “a la médula misma de las enseñanzas de la Iglesia”. Ojalá su lucidez nos dure mucho tiempo.   

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