]Efemérides y saldos[
Este autor se representa a través de la autoficción no como un héroe trágico sino como un bufón y, a la vez, como la otra cara de la misma moneda: como un cobarde, incapaz de concretar sus aspiraciones idealistas a través de la acción revolucionaria. Su historia no-triunfal es también la de una clase política e intelectual, que no quiso o no supo estar a la altura de una posibilidad auténtica de transformación sin precedentes en México.
Tanya Huntington.
ALEJANDRO GARCÍA
Las imágenes de Díaz en huida pactada de México a Veracruz y de allí a París, la renuncia de Madero antes de que le soltaran dos tiros en la parte posterior del cráneo, Francisco Villa pidiendo perdón de rodillas para que no lo fusilaran, los lentes ahumados de Carranza para que no se notaran sus emociones y la fotografía de Obregón con una de las mangas de su saco dobladas sin ocultar su manquez son sólo algunas de las instantáneas de la lucha armada que se dio a partir de 1910 en México. Fueran los de Abajo o los de Arriba, participaron en el tránsito de la paz de orden y progreso a la bola de incalculables efectos. Y la narración desde diversos enfoques ha ido dando paso a diversas lecturas y a ángulos desconocidos de los grandes protagonistas esclerotizados en monumentos y discursos hagiográficos.
Muchos de los hombres participaron con un por qué claramente definido, algunos otros se vieron arrastrados por los eventos mismos, muchas veces dañados por los actos de rapiña o de exceso propios de las victorias y derrotas y de la violencia con que se daban. Lo que no estaba tan claro era lo que sucedería después de saciar el para qué o lo que se haría una vez que no se satisfaciera la necesidad o lo que se tendría que hacer en caso de las urgencias ante el nuevo escenario o rumbo.
Martín Luis Guzmán: entre el águila y la serpiente (México, 2015, Tusquets, 237 pp.) de Tanya Huntington es un hombre sorprendido por los acontecimientos de 1910. Ante esto, deberá emprender acciones en la lucha armada y participar junto a caudillos, hombres de armas, de caídas y elevaciones en el ejercicio de la violencia. Y él no será jamás el violento puro, será un periodista, un literato, un político, todo más en el terreno de la reflexión y del lenguaje. La autora plantea desde el principio su ruta, está sintetizada en las líneas del epígrafe. Sigue al personaje, va a sus obras y se complementa con ese otro excelente trabajo de Susana Quintanilla A salto de mata. Martín Luis Guzmán en la Revolución mexicana (Tusquets, 2009).
Huntington se pregunta por la relación obra-autor y por las directrices que en un momento dado cargan hacia uno u otro ámbito las bondades o maldades de la obra. Mario Vargas Llosa es hoy un magnífico ejemplo. Guzmán es hoy un autor en retiro, castigado por los lectores, vilipendiado por su papel político como senador de la república en el sexenio de Echeverría, por su defensa del poder en los acontecimientos del 68. Aun así, el stablishment le negó la consagración y no tiene un lugar en la rotonda de las personas ilustres, su tumba tendrá que buscarse en el panteón español. No se le ha castigado tanto a Agustín Yáñez, tal vez más protagónico en el 68, pero con una obra más cercana a los canones de la época. No se le ha castigado para nada a Juan Rulfo, silencioso y casi indiferente frente a la política y abandonado en oscuros rincones burocráticos, pero con el favor de la crítica. En México, el Estado está en todas partes.
Martín Luis Guzmán publica sus mejores obras en menos de una década: El águila y la serpiente (1928), La sombra del caudillo (1929), Memorias de Pancho Villa (1936-38). Se trata de 3 obras atípicas, sin cabida en los géneros literarios convencionales la primera y la tercera y la segunda como única premiada más que por su fidelidad al género, por la denuncia de un acto propio de los mecanismos de apropiamiento del poder que en ese momento se daban en México. Y después el desgaste, 40 años son muchos para convivir en el mar de los tiburones con innovación literaria. Y el periodismo y la política contribuyeron a su convencionalización y ruina del prestigio literario.
La autora va pasando lista de los diversos “peros” a la vida y a la obra de Guzmán. Revisa su etiqueta de arribista, de cobardón, de tibio, de aprovechado, de roba mujeres, de escapista. Fernando Curiel ha labrado fama al develar algunos de los aspectos anteriores. También trabaja los diversos enfoques analíticos sobre la obra literaria (estructuralistas, marxistas), la carencia de “todo”, fraccionalización, falta de nudos narrativos y la presencia de un “yo” indefinido entre un “yo” histórico o sumido en la historia y un “yo” narrativo que no se decide a construir el relato novelesco en el caso de El águila y la serpiente. Y algo similar sucedería con Memorias de Pancho Villa que toma tal vez al personaje más atractivo de la Revolución mexicana, pero ni ahonda en la Historia ni seduce con la historia.
No deja de sorprendernos el discurso de Huntington porque Martín Luis Guzmán está prácticamente en todas las referencias a la Novela de la Revolución mexicana, pero conforme avanza logra meternos a su razonamiento y nos convence. La parte en que narra la calca de la revista de Guzmán tomada de Time es el punto culminante, porque a partir de entonces empieza la reconstrucción y la serie de pruebas en descargo.
Yo me imagino e invito al lector a imaginarlo, aquellos hombres del norte que se movían en largos trenes, que tenían que decidir en lo inmediato el avance, la pausa o el retroceso, la suerte del preso y dar lugar a la sed de sangre o la clemencia. Caudillos que no se caracterizaban por la reflexión o por el signo de la palabra. Y en torno a ellos hombres de razonar elemental, de palabra escasa, de violencia por origen y soporte.
Aun tomando en cuenta que su visión está compuesta, en efecto, por líderes corruptos hacia arriba y soldados ignorantes hacia abajo, resulta más devastador el juicio de sí mismo.
Y la llegada de jóvenes de cierta educación o instrucción que tal vez lo único que buscaban era destapar el acceso al poder, ascender, ocupar los puestos que los porfiristas acaparaban. Y una vez que lograban cierto ascenso tenían que aconsejar al caudillo, quien los miraba mitad con el instinto, mitad con la razón. Y allí se jugaban la vida. Era un nuevo escenario y una necesidad de un nuevo actuar. Imagino a esos jóvenes ante la risa y el baño de sangre de un no sentimental como Rodolfo Fierro.
Tanya Huntington pone énfasis en esa valentía de Guzmán para mostrarse cobarde y con cierto humor y para trasmitirnos ese mensaje que según inicio estas líneas habló del temor de los grandes generales ante el fusilamiento, la horca, la ley fuga.
La literatura de Guzmán no sólo pertenece a la saga de un movimiento que se genera porque se tapan las salidas de la gente y de las necesidades materiales y espirituales, también pertenece a los márgenes: el yo solitario e incapaz, la traición como moneda de cambio, la memoria del héroe cuyo cabeza se perdió después de ser robada por manos anónimas.
Contaba mi amigo Gerardo Ávalos de un borrachín que molestaba a los parroquianos en una cantina y se burlaba en especial de un hombre de la mesa vecina que hacía lo posible por ignorarlo. Por fin llegó al colmo de la paciencia y se levantó, sacó la pistola y con la cacha pegó en la cara del impertinente, quien se hincó y con gran humildad dijo: “yo con dos o tres cachetadas tengo, perdóneme”. De la risa y la provocación pasó al llanto y la solicitud de clemencia. Los personajes de Guzmán, aun siendo los de arriba, aunque no tan arriba, son un “yo” que es producto de esas circunstancias en que se perdió la paz y se dio la posibilidad de ascender, pero el costo fue alto y hubo mucho momentos en que le temblaron las piernas, quiso huir, huyo. Sólo que Martín Luis Guzmán fue capaz de dejarlo por escrito. La suerte del país reptó así muy por debajo de los grandes planes.