ANA FERNÁNDEZ VÁZQUEZ
En el campo de refugiados de Qab Elías, en el Líbano, Fatima Jaled una refugiada de 30 años, montó en su tienda un aula improvisada para que los niños pudiesen aprender de manos de una profesora que ama su vocación.
Sentados en el suelo, en una chabola con tablones y mantas, decenas de niños refugiados atienden a las explicaciones de sus profesores, todos ellos refugiados también.
Más de 16 millones de niños, niñas y jóvenes refugiados se enfrentan a un futuro incierto. La escuela es un lujo, en medio del conflicto y de tantas familias que intentan sobrevivir. ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) reconoce de vital importancia la educación de los niños refugiados. La Organización busca devolverles a las aulas lo antes posible porque la rutina de ir a la escuela les devuelve el sentido de la seguridad, les ayuda a lidiar con los traumas que han vivido.
Con unas cifras tan elevadas. ACNUR ha puesto en marcha el programa “Educa un niño”. Su objetivo es ayudar a escolarizar en educación primaria a un millón de niños, de ellos mil accederán una “escuela digital en una caja” o también conocida como InstantClassroom. Esto permite que en pocos minutos se disponga de lo mismo que se tendría en una real. Una de las principales ventajas de esta modalidad es que no se requiere conexión a Internet de tal forma que funcione en zonas donde ni la conexión a la Red ni el suministro eléctrico estén garantizados, como ocurre en estos campos de refugiados.
PLAN International ha puesto en marcha un programa de dieciséis clases de educación primario y cinco de guardería en los campos de Mentao y Damba, en la provincia de Soum. Este programa no sólo ayudará a los niños sirios, sino también al personal de la escuela, quienes serán también refugiados y a los cuales les proporcionarán un taller de formación con el fin de asegurar que dispongan de las herramientas necesarias para poder seguir el plan de estudios completo.
Se les dará un cierto control sanitario pues se les proporcionará un servicio de comedor, los niños podrán comer en la escuela, tendrán un seguimiento y podrán tener un control de su salud. También pondrá a disposición un servicio de atención psicológica inmediata para los jóvenes que vivan en los campos de refugiados.
“Estos niños son nuestro futuro, podemos abandonarles” declara Zekkhi en la escuela primaria del campo de refugiados de Kawergosk, en la región de Kurdistán. A pesar de las dificultades, hay un rayo de esperanza. Incluso en las circunstancias más inimaginables, la ilusión por aprender y la vocación por enseñar son capaces de abrirse camino y alumbrar un pequeño milagro en forma de escuela.
Zain y Rawnaq, de unos 8 años, desplazados de Samarra en el centro de Irak, charlan en el patio y afirman que antes de apuntarse al colegio, no habían conocido a ningún sirio y que sus mejores amigos son sirios. Tal y como nos explica Zain “los sirios son como nosotros”.
ARTÍCULO DEL CENTRO DE COLABORACIONES SOLIDARIAS (CCS)