Opinión

Padilla y GemaManuel Ibarra Santos

Luego de la intensa jornada lingüística de ex/abruptos “misóginos” y “autoritarios”, escenificada la más reciente semana en el contexto de la glosa del informe gubernamental, entre representantes de la Legislatura local y del gobierno de Tello, se pone en contexto, con ese hecho, la relevancia de usar el discurso político para la dignificación y construcción de la sociedad, no para su destrucción. Hay una razón de fondo al respecto, como lo diría Octavio Paz, nuestro Premio Nobel de Literatura (1990): el lenguaje funda la realidad, pero también es origen y destino del hombre.

Por lo pronto, este acontecimiento revela los paradigmas simbólicos presentes de comunicación política en la entidad, altamente anacrónicos, autoritarios y patrimonialistas, en el ejercicio del poder público, que dominan, motivan y mueven a los integrantes de las élites políticas y gobernantes en Zacatecas.

Los clásicos de la filosofía lingüística, entre ellos el precursor de la hermenéutica moderna (Georg Gadamer, además John Searle y John Austin) en sus incontables obras siempre nos han recordado que el uso apropiado de la lengua puede abrir el camino a la libertad, la democracia y la prosperidad o, al contrario, puede ser eslabón que confine a una sociedad al subdesarrollo y a la dictadura.

El matemático alemán Friedrich Gottlob Frege (1848/1925), uno de los precursores de la filosofía analítica que puso el acento en el giro lingüístico, enfatiza la importancia del uso del lenguaje -más que del signo matemático-para entender la realidad. En esto coincide el filósofo Ludwing Wittgenstein (1889/1991), quien de manera contundente sentenció: “sólo podemos dar cuenta de nuestro contexto social a través de la palabra”.

La única forma de conocer el alma y el espíritu de un ser humano, es a través de sus códigos lingüísticos, porque estos demuestran –como un scanner- los genes semánticos, los modelos avanzados y/o atrasados que acompañan a una persona. Se sabe a través de ellos el perfil socio-profesional que les asiste, al igual que su moralidad o inmoralidad.

Tal vez por eso, en la misma línea interpretativa, la corriente filosófica conocida con el nombre de interaccionismo simbólico (Mead y Goffman) afirma que las personas actúan sobre los objetos del mundo a partir de sus significados. No hay otra forma de cambiar al mundo, sino es a través del correcto empleo de las palabras.

Si queremos que Zacatecas cambie necesitamos, entonces, que sus gobernantes y élites políticas traigan en sus genes lingüísticos los paradigmas conceptuales de la transformación dialéctica. De lo contrario, le estaremos pidiendo peras al olmo. Resultará infructuoso. Es como exigirle agua a una piedra. La insistencia sin resultados positivos también engendra resistencias y violencia.

El sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930/2000), quizá por eso, en sus memorables obras, entre ellas <Sociología y Cultura>, acepta que el lenguaje representa el mecanismo de reproducción de mayor violencia simbólica de una sociedad.

Por lo tanto, el intercambio de posiciones personales -o como a eso se le llame-, entre el diputado Jesús Padilla y la Secretaria de Educación, Gema Mercado, no es un asunto menor. Tampoco es un hecho anecdótico. El acontecimiento aporta elementos descriptivos que narran el perfil, de cuerpo entero, de las élites políticas y gobernantes en Zacatecas. Muchas de ellas obsoletas en su pensamiento como ha quedado demostrado.

¿MAQUIAVELO EN ZACATECAS?

Nicolás Maquiavelo (1469/1527), el pensador florentino, insignia del Renacimiento Italiano, personaje que dotó a la <política> de criterio de cientificidad, también dio a este núcleo de conocimiento, coherencia semántica. A la teoría del derecho, en cambio, le otorgó los mecanismos para explicar cómo funciona la sociedad en relación con el estado y el gobierno.

A ambas disciplinas (política y derecho) les confirió sustancia ética para evitar su pueril inmoralidad y su instrumentalización con fines aviesos. Gobernar la entidad bajo esa premisa, es destruir a la sociedad.

Se equivocan los que piensan, en la deformidad del pensamiento de Maquiavelo, que el poder sólo sirve para enriquecerse, para servir a unos cuantos y para destruir a los adversarios. Eso, en la visión ortodoxa de la política, es una mala aplicación de El Príncipe, obra con una estructura de 26 capítulos.

El Príncipe de Maquiavelo, texto extraordinario que ha marcado época en la evolución científica de la política, rindió positivos resultados al tirano del siglo XV. Pero no está garantizado que la misma metodología autoritaria triunfe ahora.

Quien pretenda emular a Maquiavelo en el Zacatecas de hoy, no encontrará éxito alguno. Porque la ignorancia y la frivolidad prevalecen. Eso sí, causarán destrozos irreparables.

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