Opinión

Henrik IbsenAlejandro García/ ]Efemérides y saldos[

Cristina.—Prestado no era fácil que lo tuvieras nunca.

Nora.— ¿Por qué no?

Cristina. —Porque una mujer casada no puede tomar dinero a préstamo sin el consentimiento de su marido.

Henrik Ibsen

Los personajes de Nora y Helmer sufren una inversión, el primero pasa de la fragilidad a la fortaleza y el segundo, de la seguridad al desamparo. El resto de los personajes también padece una forma de cambio, a veces de inversión, otras, sin embargo, de viraje sorprendente.

Rocío Pizarro

El teatro tomó distancia de la literatura durante el siglo XX. Tomó un estatus parecido al del cine, sobre todo en Europa. Para la literatura fue sin duda una pérdida, pues grandes momentos cumbres de los siglos anteriores tuvieron lugar en la tragedia o la comedia. Pensemos tan sólo en siglos llamados de Oro como los del teatro griego, alrededor de tres siglos antes de la Era Cristiana o incluso un poco antes: Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes. O el llamado isabelino con William Shakespeare a la cabeza o los dramaturgos españoles, un poco oscurecidos por las campañas ortodoxas y heterodoxas en honor de Cervantes, él mismo autor de teatro. Y culminamos con el clasicismo francés, que entra como trágico y termina como cómico. El siglo XIX divide su grandeza entre la literatura alemana con un Fausto que tiende a leerse como narrativa, pese a su forma teatral, y la envolvente narrativa de los rusos.

   Para los nórdicos, más lejanos a la masa crítica que requieren esos siglos áureos, tenemos la narrativa de la sueca Selma Lagerlöf y el danés Han Christian Andersen. Y está, por supuesto, el teatro del noruego Henrik Ibsen (1828-1906). “Casa de muñecas” (Madrid, 2005, EDIMAT, 123 pp.) es tal vez la obra más conocida y que más se consigue en español. Para este comentario me he guiado no sólo por la edición de EDIMAT, sino también por la de Punto de lectura (México, 2011). Mis citas corresponden a la primeramente citada, pero debo reconocer que el asunto nodal de la obra está más claro en la segunda. En una dice “fraude”, en la otra habla de “Falsificación de firma”.

   El centro de la obra es Helmer. Sobre él giran escenario y personajes. Acaba de ser ascendido a mandamás del banco y por lo tanto podrá tener algunas libertades en su gasto y en las atenciones a su mujercita y a sus tres hijos. Nora abre el primer acto cuando regresa cargada de paquetes con sus compras, pues es Navidad. Ella sabe que depende de él, lo ama y no cuestiona su trato en el que predominan los sustitutos de su nombre por el de animales y diminutivos. Alondra, ardilla, cuando la vida sonríe. Tontita, cabeza de chorlito, cuando la cosa se pone seria. Helmer le ha construido a Nora una casa de muñecas, un sueño. A ese mundo llegan el doctor Rank, amigo del matrimonio, y Cristina, amiga de la dama de la casa, quien vuelve de su estancia en otro país a rehacer su vida. También hay un elemento perturbador, Krogstad, un abogado que sabe un secretito de Nora y piensa vender su silencio con una promoción en el banco en que es mal tratado a causa de malas jugadas en años anteriores. Sólo que Cristina, quien sacrificó algunos años de su vida por cuidar a su madre y hermanos, toma el primer lugar en la fila. Y el omnipotente marido no puede negarle esa petición a su muñeca. Tampoco ella puede negarse, ante su amiga, a ejercer el poder sobre su benefactor y marido.

   Helder ordena que para el día siguiente ella se disfrace de chica napolitana y cante una tarantela ante selecto público. Ella no tendría inconveniente, si el abogado Krogstad no se empecinara en mantenerse en la estructura del banco y, al ser despedido, no regresara a advertirle de una carta dirigida al marido donde se da cuenta de que ella pidió un préstamo hace algún tiempo para sacar a su amor a un lugar de reposo, de otra manera hubiera muerto. Se dijo que había conseguido el dinero por trato con su padre. La verdad es que el padre firmó como responsable, pero Krogstad descubrió que lo hizo tres días después de muerto. Doble delito: pedir dinero a escondidas de su honesto marido y falsificar la firma de un muerto.

   “Krogstad.—Lo que ha de particular, señora, es que su padre de usted firmó el recibo tres días después de morir. (Nora guarda silencio.) Puede usted explicarme esto?”

   Nora piensa que  el doctor Rank podrá ayudarla, tal vez un préstamo o al menos un consejo de salida. El amigo le declara su amor y a la vez le dice que se encuentra enfermo muy próximo a la muerte, que sólo espere una tarjeta de presentación con una cruz para que esté enterada de que el encierro final comienza. No tiene otra alternativa que confesar su pena a Cristina. Ésta, además, tuvo una relación con Krogstad que terminó, en parte por la pobreza del novio, en parte porque debía dedicarse a su familia. Cristina le propone intervenir ante su viejo amigo, mas también le sugiere que es mejor que Helmer se entere del asunto, que sepa de lo que ella ha hecho por salvarle la vida.

   En el desenlace de los acontecimientos Rank, después de la ejecución de la tarantela, deja una tarjeta de visita con una cruz muy clara. Cristina se reconcilia con Krogstad y entiende que su vida es en pareja, con conocimiento de los límites y traumas que cargará su amado y la supeditación a la que vivirá con él. Helmer lee la carta de Krogstad y cambia su lenguaje almibarado por amenazas. Acusa al suegro de corrupto, a ella de tonta. También le dice que no podrán divorciarse a causa del que dirán de los amigos y que la educación de los hijos será ajena para ella.

   Cuando Klogstad envía el pagaré de todo el lío y se repliega en sus intenciones de dañar, Helmer intenta recuperar su dominio de palabras vacías y grandilocuentes. Nora no lo puede aceptar y toma su mejor y más digna decisión.

   El punto de arranque es ciertamente Helmer, a lo más se trata de un eje en que el hombre de la casa hace vivir y brillar a la mujer. Ignora que ella le ha salvado la vida rompiendo reglas, acto que tiene castigos varios, sea el moral, sea el de la ceguera de la ley.

   El centro se pierde conforme avanza la obra, los personajes entran en un centrifugado que recompone el escenario y sus vidas. Ahora el eje lo encabeza Nora y se puede decir que en el otro extremo agoniza Helder, el centro ahora es ella. Todos los personajes toman algo, a la manera de la comedia, pero tienen un costo de dolor, a la manera de la tragedia. Rank confiesa su amor, por lo menos esa libertad se toma. Es tarde, la vida no le dará licencia de buscar la compañía. Klogstad fracasa en su intento de ascender y de humillar a Nora, también es cierto que al final se porta con dignidad y nobleza. Cristina sabe de sus alcances, no quiere ser Nora, pero aspira a buscar la felicidad en nuevas condiciones con Klogstad. Helder podrá tener una vida exitosa. Eso sí, sin la casa de muñecas, a menos que encuentre otra alondra. Nora irá por el camino que le ha enseñado su propia dignidad y, contra el dicho de Helmer, con las enseñanzas provenientes de su padre.

   Los personajes de Ibsen tienen la diversidad de aceleramiento de los mejores de Shakespeare. En unos inicia, como pareciera en Nora, en otros está cerca el fin, como se descubre en Rank, en otros sólo queda el muro del fracaso, como en Helder. Cristina busca la vida cotidiana, pero ya ha hecho de comunicadora y puente entre personajes en crisis.

   “Nora.—Cuando una mujer abandona el domicilio conyugal, como yo lo abandono, las leyes, según dicen, eximen al marido de toda obligación respecto a ella. De cualquier modo te eximo, porque no es justo que tú quedes encadenado, no estándolo yo. Toma, aquí tiene tu anillo. Devuélveme el mío”.

   Nora es una mujer sensible, ama a su marido, no tiene conflictos con el mundo. El marido sí, ejerce su dominio, la lleva al límite, la humilla, abusa de las prescripciones sociales. Nora aguanta, defiende su punto y su causa. Cuando tiene que abandonar lo que ahora se convierte en prescindible, su amor, no duda y se va, a buscar su espacio y a dejar crecer, aún más, su personaje.   

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