Víctor Corcoba Herrero/ Algo más que palabras
Hay que perseverar para poder salir de este momento de crisis mundial, quizás cuestionando los modelos económicos existentes, buscando otras opciones conjuntas más éticas, sobre todo para proteger vidas y medios de subsistencia, pues la mejor inversión de futuro es la fortaleza de entendernos y trabajar unidos. Sin duda, necesitamos de otro espíritu más cooperante y activo, solidario y voluntarioso, que incentive entornos seguros de vuelta al trabajo. Las migajas son para un momento. Necesitamos entrar en el mundo del trabajo y cada cual poder realizarnos a nuestro antojo. Los sistemas de gobierno que truncan el futuro de la gente, ya sea marginando por falta de oportunidades o excluyendo por afán dominador, han de desaparecer de la faz de la tierra.
Nuestra misión es ponernos a hacer, lo nefasto es no hacer nada. Hemos de hacer algo, porque uno ha de ser lo que es, acción y vida. El horizonte está esperando nuestra labor. También miles de hogares de todo el mundo esperan algo más que consuelo. Crear una recuperación generadora de empleo que también promueva la equidad y sostenibilidad significa poner a las personas y a las empresas en ejercicio, pues el peor destino que podemos tener es quedarnos parados, en la holganza, hundidos por el miedo y la desolación, cuando en realidad somos seres creativos, que por nuestra propia naturaleza pensante, precisamos del trabajo, cuando menos para poder sentirnos vivos y realizados en nuestra congénita vocación.
No hay mejor manera que dignificarse en el hacer, nos engrandecemos con ello. Piensa en lo mucho que puedes forjar con lo que hay y compártelo. Hay que iluminar la oscuridad y todas las luces son pocas para ahuyentar este instante. ¡Cuánta barbarie a nuestro alrededor! ¡Cuánta indignidad sembrada! Fallan los liderazgos. La mundanidad nos desgobierna. Cada cual hace lo que le viene en gana y lo deshace a su antojo. Hemos perdido la sensibilidad humanística. Ojalá volviésemos a ese “hacer lo que se debe”, que tan sublime lo injertó el inolvidable poeta español Ramón de Campoamor (1817-1901).
Sea como fuere, tenemos que hacer algo. Subrayado queda. Lo mejor quizás sea, impulsar la justicia social y promover el trabajo decente. Lo dice la Organización Internacional del trabajo. Pero, ¿qué está fallando en este buen propósito? Tal vez las perspectivas sociales, la brecha salarial, la desconsideración hacia el análogo, o puede que el reencuentro entre nosotros…, aún hoy hay tantos esclavos, tanta gente explotada, que el explosivo nos deja sin humanidad. En ocasiones, somos peor que las piedras. Tenemos que cambiar, intentar ser algo para los demás, creerse y crearse como un ser de bien y bondad. Que esta sea nuestra forma de hacer vida, de hacer concordia, de hacer mundo rehaciendo abecedarios del alma. Seguramente, entonces, cada cual pueda ir a su trabajo, a recrearse y a manifestarse útil, además de obtener el sustento vital necesario, para poder hacer familia, sentirse familia, concebirse linaje laboral en suma, activo siempre no para estar juntos, que también, sino para hacer algo juntos.
Nos llama el hacer, no el dejar hacer. Nadie me tiene porque representar. No estoy para ser mueble. Justo en este instante en el que tanto se habla de recuperar el debate sobre la renta básica universal y convertirla en una parte esencial de los paquetes de estímulo fiscal que los países están planeando, yo desde la humildad propongo ir un poco más allá, en un tiempo en el que sí que es cierto que muchas personas se hallan literalmente sin opciones, de ahí la necesidad de sumar esfuerzos conjuntos, para poder reparar tantas miserias sembradas sobre nuestros semejantes. El futuro es nuestro a poco que tendamos la mano para dejarnos acompañar en ese armónico abrazo, que todos ansiamos y pocos sembramos. Ahora bien, nadie puede crecer por mí. Déjenme progresar. Que los poderosos no me corten las alas. Que los políticos se pongan a servir, sean los primeros en hacerlo, y no a servirse de ese pueblo abandonado. Vuelva la clase obrera al tajo de la vida y dejen que comiencen a germinar los nuevos surcos de la esperanza.
De momento el coronavirus ha borrado multitud de horas de trabajo de millones de empleados. Cuesta creerlo, pero es así. También ha revelado la fragilidad de nuestras economías y la debilidad de nuestro sistema sanitario. Por tanto es tiempo de bajarse del pedestal, de ponerse manos a la obra, de hacer algo por los que habitan en nuestros aledaños, que forman parte de nuestras raíces y que nos piden clemencia y auxilio, cuando menos para que el árbol existencial prosiga dando frutos, dando sucesores que nos dignifiquen y nos hagan sentir mejor que ahora.
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