Opinión

portadaEVALucía Melgar Palacios/ Transmutaciones

Cimacnoticias

Entre los pilares de la sociedad patriarcal, la interpretación del Génesis desde una mirada masculina ocupa un lugar central tanto en el imaginario religioso occidental como en la organización social que, por siglos, ha naturalizado la condición subordinada de las mujeres. Si en el discurso religioso ortodoxo la figura de una Eva transgresora de los mandatos divinos acarrea la expulsión del paraíso de la pareja original y la imposición de trabajo y dolor como castigo para los seres humanos, el imaginario social secular mantiene una arbitraria dualidad entre la buena y la mala mujer a partir de la condena del cuerpo, la sexualidad y el deseo femenino.

Así, de la Eva pecadora se han derivado brujas, madres monstruosas y otras figuras sólo “redimibles” mediante destrucción, sacrificio, sufrimiento; voces acalladas para evitar la proliferación de versiones alternativas de la historia de la humanidad y de las relaciones entre mujeres y hombres.

Reinterpretar la figura de Eva, darle voz, implica entonces internarse en los laberintos interpretativos que, a la creación subordinada de la mujer y su condena por atrevida, curiosa o desobediente, han añadido una red de mitos y conceptos acerca de la aventura de la pareja humana en su exilio terrenal, y naturalizado así la estigmatización del cuerpo femenino y la constricción del deseo, la libertad intelectual y la voluntad de las mujeres.

Este es el reto que Carmen Boullosa enfrenta con maestría en “El libro de Eva”, novela que da voz y cuerpo a la mítica madre de la humanidad y reconstruye desde su mirada la historia bíblica desde los orígenes- el Caos – hasta la ruina de la Torre de Babel. 

La autora de “La otra mano de Cervantes” y “El libro de Ana” explora nuevas vías de reinterpretación de la Historia desde una perspectiva femenina, feminista y transgresora. En diez libros, compuestos de fragmentos ordenados y papeles sueltos que crean un palimpsesto de voces encontradas, desmonta la versión adánica de la Creación, del acceso al conocimiento, de la expulsión y del exilio terrenal.

A partir de una desmitificación radical del Edén, sin dios ni prohibición, la Eva boullosiana ofrece una versión donde la Tierra no es mero páramo exílico sino espacio abierto a descubrimientos y aventuras, tierra fértil que puede favorecer a quien sabe cuidarla y cultivarla o castigar a quien la salpica de odio y sangre, naturaleza plena de belleza que la mirada de Eva capta y contempla (y la pluma de la autora delinea con amoroso cuidado). Lejos de toda sumisión a la Gran Narrativa adánica, Eva va hilando un contrarrelato que rompe con las mentiras que atribuyen a Adán y sus descendientes todo, o casi todo, lo que constituye la civilización y la cultura. 

Rememora la captura y conservación del fuego, la constitución del habla, la creación de la música, la escritura, la elaboración de herramientas; narra también aspectos desconocidos de la creación del mundo, esbozos de relaciones más armónicas con las demás especies, con la flora y el mundo mineral, posibilidades de con-vivencia perdidas desde el momento en que el hombre/ser humano se cree y dice dueño del mundo.

Consciente del poder de la palabra, de la proliferación de versiones deformadas por la desmemoria o la mala fe, Eva es una narradora atenta a las manipulaciones interpretativas, a los discursos que se quieren hegemónicos. Busca, por tanto, preservar su historia, su historia del mundo. Mujer de carne y hueso, esta Eva terrenal rechaza la contraposición de cuerpo y espíritu. Artífice, en un sentido, de su cuerpo y su sensualidad, afirma la potencia creativa del deseo y la imaginación en femenino, la resistencia civilizadora de quienes han sufrido violencia machista y sobrevivido a ella.

Con una prosa fluida, brillante, a menudo poética, Boullosa reivindica el valor de la voz femenina, la valía de Eva, sus hijas y sus nietas.

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Guadalupe