Opinión

Fernanda MelchorAlejandro García/ ]Efemérides y saldos[

                 

Desconfiamos de las palabras porque ─especialmente en esta era abrumada por la imagen y el registro─ estas nos parecen demasiado escandalosas para hacer eso del silencio y, a la vez, demasiado opacas como para referir a la vorágine de la existencia.

Fernanda Melchor

Con la arrogancia aristocrática a la que sólo da derecho la edad, la fuerza salvaje de un verbo que comienza a buscarse apasionadamente en los albores de una palabra que se presiente nutrida e imprecisa, la joven escritora veracruzana Fernanda Melchor, deslumbra con su primer libro de crónicas "Aquí no es Miami".

Mónica Maristain

Fernanda Melchor (Veracruz, 1982) nos ha deslumbrado con sus novelas ”Falsa liebre” (2013) y “Temporada de huracanes” (2017) y actualmente está a examen de sus alevosos lectores “Páradais” (2021), que tan sólo en el mes de febrero alcanzó dos impresiones. “Aquí no es Miami” (México, 2021, Debolsillo, Penguin Random House, 159 pp.) se publicó por primera vez en 2013 bajo el sello marginal El Salario del Miedo, con un prólogo de Eusebio Rubalcaba, distribuido por Almadía, editorial que publicó su primera novela.

Estamos frente a una autora muy completa, creadora de historias vertiginosas y profundas. Al igual que a autores de su generación podrá estorbarles en el momento de la crítica la mayor virtuosidad bien frente a la novela, bien frente al relato. Es una contradicción que no se resuelve desde la aparición de Eduardo Antonio Parra, de mayor edad. Pienso en Antonio Ortuño y Luis Jorge Boone, a quienes prefiero en el relato, o en Carlos Velázquez y Juan Gerardo Aguilar, a quienes veo más definidos en la narración breve. Es posible que la misma indecisión nos  surja con Fernanda Melchor, no la de “Temporada de huracanes”, sino la de “Páradais”, la cual no dejo de leer como un relato agilísimo y que nunca se cae de las manos del lector, que se alarga hasta alcanzar la magnitud de novela.

Una indecisión más surge después de la lectura de “Aquí no es Miami”, es la de si se trata de crónicas o de relatos. En discusiones tan bizantinas como las aquí expuestas sólo resta dejarse cautivar por los textos, con lo que implica acariciar la realidad veracruzana desde la última década del siglo pasado hasta nuestros días. Y aún más, si hablaríamos de un libro de no ficción dentro de la narrativa o de si leemos un libro variante dentro de las grandes vetas abiertas por el nuevo periodismo latinoamericano. En todas estas categorías o pliegues podría entrar el libro de Melchor, por lo que no queda sino recomendar su lectura. Adentrarse dentro del paisaje veracruzano, más allá del melodramatismo de Agustín Lara o Pepe Guízar o “La bamba”, del carnaval cada vez más alejado de su capacidad de transgresión y fiesta popular, es sin duda un rasgo que da al libro su capacidad de seducción y golpeo.

La autora duda de la capacidad del lenguaje para encontrar la mejor manera de expresar eso que está más allá de la palabra, que sólo podrá referir “oblicuamente” y que por lo tanto no es la realidad, es sólo otra realidad, una más de entre esas fabricaciones que limitan la relación del hombre con su esencia y la naturaleza. Porque es el lenguaje el constructor de eso que sucede y el conductor del lector a algo que conoce y que a menudo deja para después o de plano evade.

El libro consta de doce piezas, cinco en la sección “Luces”, dos en “Fuego” y cinco en “Sombras”. Tiene además una “Nota de la autora” y una página de “Agradecimientos”. Ella nos comunica que en relación a la primera edición ha incorporado “La vida no vale nada” y una nueva versión de Evangelina Tejera en “Reina, esclava o mujer”. Habrá que agregar que así como en el libro se puede encontrar una línea de tiempo sobre el antes y el después, con una pausa, que le permite a la autora ver a su Veracruz de origen, al resto de los lectores nos permite llevar esas luces, fuego y sombras a nuestros propios territorios, en una locura que parece no tener fin en México.

El 7 de abril de 1989 se hizo pública una noticia que tenía como escenario el apartamento 501 del edificio de la Lotería Nacional: en un arranque de furia desproporcionada, una joven de 24 años de edad había dado muerte a sus dos pequeños hijos.

Por sí solo, el hecho habría proporcionado material suficiente para semanas enteras de chismorreo de café, antes de pasar al clemente olvido. Pero dos detalles del crimen ocasionaron que aquella noticia escapara del ámbito del diarismo sensacionalista para inscribirse en el de la leyenda popular: primero, que apenas seis años antes la acusada, Evangelina Tejera Bosada, había sido coronada como reina del Carnaval de Veracruz, una distinción que, incluso a la fecha, suele considerarse la “máxima aspiración” de cualquier muchacha de “buena familia” del puerto; y, segundo, que tras golpear repetidamente las cabezas de sus hijos contra el suelo, Tejera Bosada descuartizó sus cuerpos para enterrarlos en un macetón con el que luego decoró el balcón de su apartamento.

En la primera sección vamos de una explicación extraterrestre para la presencia de narcos en Boca del Río. Se aprovecha el ambiente nacional de los ovnis para satanizar u ovnificar una playa. La gente va por curiosidad, pero la presencia real se impone y el acceso psicológico y real se les impide a los ciudadanos. Después se sabrá que allí campean los narcos. El cinturón del vicio fue una cadena de cantinuchas a lo largo de Veracruz, la capital, en donde lo mismo se contrataba como un cargador, que ligabas una dama o hacías negocios de amplia gama de intereses. Extraña sección donde incluso un organismo intercambia sangre contaminada por limpia. Fue destruido con el salinismo y sus personajes se disolvieron en el puerto. En el tercer relato un grupo de dominicanos cree haber llegado a Miami. Han contado mal las detenciones o no les ha informado de un puerto más en el recorrido. Uno de esos viajeros tiene la consigna de resolver un asunto absolutamente personal en Nueva York. El mexicano es testigo de esas fuerzas en donde a cada paso se acaricia la entropía. El relato culminante es la historia de Evangelina Segunda, reina del carnaval de Veracruz, quien de la gloria cae al alcohol, las drogas, anticuento de hadas o crónica devastadora. Y termina matando a sus hijos, descuartizándolos y enterrándolos en macetas de su departamento. “Una cárcel de película” es el contraste entre esa realidad de las calles del puerto jarocho y el escenario preparado para una película de Mel Gibson. Sólo que sin presos. Envían a los reclusos a otras cárceles para que sea posible esa realidad paralela que es el cine, como si quisieran limpiar la carita de la ciudad querida, plena de luces encendidas: narcos, delincuentes, migrantes perdidos, reinas defenestradas. Por algo dijo Fernanda Melchor que es libro que no quería encontrarse Fidel Herrera, siniestro gobernador, muestra de una larga lista de pillos de cuello blanco o guayabera, para hacer tono con la tradición y el paisaje.

La segunda parte es una pausa, pero también puede ser la más intensa, presentada como elementos de distracción, sólo sirve para ver una continuidad entre el pasado y el presente. Una es la historia de un linchamiento, de tras fondo el despliegue del narcotráfico y la perdida de la identidad de comunidades enteras que pasan de la ley del machete a la del cuerno de chivo. Cierto, es la historia de un linchamiento, donde el asesino de una mujer es colgado previo proceso del pueblo y la firma de la sentencia: morir. Es una versión de Fuenteovejuna, pero los dueños de las decisiones ya no serán los caciques o los dueños de pueblos, sino los narcotraficantes. En cambio “La casa del estero” comienza siendo un relato tradicional y se abre conforme se desarrolla. El desenlace es riesgoso, pero la autora sale bien librada. Se trata de una posesión y un exorcismo. Un grupo de jóvenes juega con el misterio de la casa. Y encuentran dicho misterio y al adversario que requerirá de personal especializado para esos menesteres. El fuego de Veracruz, el calor de la sangre y de los oscuros renglones de la fe. Nada cambian el proceso de enajenamiento que la sociedad mexicana vive.

En la tercera sección “Sombras”, vamos a lo más actual, “No se metan con mis muchachos” es un poliedro de los nuevos actores, productos y víctimas de la obsolescencia: Lázaro Llinas, El Pollero, Pancho Pantera, el Doctor Careló (cara de loco), el rudo camino de la mariguana a la piedra. “Un buen elemento” es la ascensión de Fito, un miembro de los Zetas que aún lo puede contar en el momento del relato, un garbanzo de a libra de sobrevivencia. Doña Rita ha conocido de verdad el miedo en “Insomnio”. A la balacera y a su incomprensión del peligro porque el que pasaba toda su familia y ella misma, tiene que enterarse de que la casa se puede convertir en recinto de sospecha de alguno de los bandos o que pueden tomarla como rehén o centro de operaciones. En “La vida no vale nada” se narra el difícil actuar de los abogados, sobre todo cuando son tentados u obligados a emprender la defensa de los presos por delitos contra la salud y narcotráfico y que también realizan acciones para legalizar lo ilegal. Y por fin “Veracruz se escribe con Zeta”, galería de voces de víctimas y testigos de la presencia del cartel en la ciudad: usuarios de droga, repartidores, pero también empleados de supermercado, hombres y mujeres que despiertan ante el tableteo de las ametralladoras, macabra hilera de hombres a quienes les han arrebatado el terruño, el paraíso, y cualquier tranquilidad que les permita ser simplemente.

“Te voy a pedir que tus muchachos no se metan con los míos”, es lo primero que le dice el patrón de los sicarios, cuando al fin logran meterlo a empujones a una de las camionetas. Lo que a continuación escucha el secretario [de Seguridad Pública de Veracruz] es el nombre completo de su mujer, la dirección de su residencia en Xalapa, los horarios de los colegios privados a los que asisten sus hijos.

“Aquí no es Miami” es un libro sin desperdicio, de corte constante en las regiones del lector donde suelen dominar los interdictos. Sobre todo los relacionado con no meterse en lo que no me importa, con a mí no me va a pasar, mi ciudad es tranquila, yo no me meto y soy bueno. Independientemente de la calidad moral de los personajes, después de leer este libro no nos queda sino cotejar ese Veracruz de tarjetas turísticas con esas fuerzas oscuras que no tiene otra vocación que el dominio del hombre, empeñados en ejercer la violencia, la humillación y alejarlo del ejercicio del pensamiento, del lenguaje, de la reflexión.

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