Teresa Mollá Castells/ Desde la Luna de Valencia
Cimacnoticias
En estos momentos estoy impartiendo un curso sobre micromachismos para un grupo de personas adultas, todas ellas docentes. Son grupos mayoritariamente de mujeres en los que también, aparecen algunos hombres, pero muy pocos. Dos o tres por cada grupo de cuarenta personas.
A lo largo del curso hay varios ejercicios en los que el alumnado ha de ir evolucionando en el curso. El primero de ellos se trata de una biografía de género en la que cada participante busca en su memoria cuando se dio cuenta en su propia vida que los mandatos de género son diferentes para mujeres y para hombres. En este ejercicio me llama la atención que siempre hay alguien que se asombre de no haber pensado nunca en este aspecto de su vida, de no haberse parado nunca a pensar cuando se dio cuenta que per ser mujer se le pedían ciertas cosas desde la sociedad y por ser hombre otras. Es un ejercicio que llevo realizando muchos años y siempre ocurre lo mismo. La gente nos asombramos cuando se nos pide una revisión de nuestras vidas sobre algo en concreto.
Después hay otro ejercicio en el que se pide, después de haber estudiado la materia, que definan dos micromachismos vividos en primera persona o en personas muy cercanas. Y aquí viene el drama. Las alumnas detectan rápidamente los micromachismos vividos en primera persona o en personas cercanas. Lo hacen sabiendo que esos “malestares” vividos ya tienen nombre y, en general, se alegran de poderlos identificar con toda su crudeza y su parte de invisibilidad o normalidad con las que se siguen viviendo.
Pero en los alumnos es harina de otro costal. Lo primero que suelen hacer es darle la vuelta a todo. En primer lugar, achacar a sus compañeras de centro que las machistas sean ellas porque reproducen esquemas machistas aprendidos, como los han aprendido ellos, puesto que vivimos en la misma sociedad. Y, en segundo lugar, desligarse del término y de ese tipo de actitudes. El patrón se repite. La negación y el sentirse cuestionados en lugar de abrir los ojos y aprender para poderlo llevar a las aulas. El hecho de llevárselo a lo personal y sentirse cuestionados como si el temario fuera directamente a cuestionar “sus” actitudes, dificulta, y mucho, que el aprendizaje sea amplio y positivo para mejorar las situaciones de este tipo que se pueden dar en los centros educativos.
Estoy hablando de este tema porque pese a no trabajar en ningún centro educativo en estos momentos, si que lo hice hace unos años, concretamente en uno de secundaria y bachillerato, observé las actitudes de ellas y de ellos, a medida que iban pasando los cursos. Y he de decir que no me gustó nada lo que vi.
Si las directivas de los centros educativos no se esfuerzan por eliminar estereotipos machistas de los curriculums de los centros, estos se repiten inevitablemente. Si no se realiza un buen plan de igualdad en los centros, revisado periódicamente y evaluado al finalizar los cursos para mejorar de cara a próximos, si no se imparte de una vez una correcta educación afectivo-sexual a nuestra gente joven y a nuestra infancia, se repetirán patrones de micro y macro machismos que aumentarán el grado de normalización de esos machismos encubiertos y no tan encubiertos que sufren nuestras niñas y jóvenes.
Soy de las que cree que la educación es la palanca que cambia del mundo y esa educación ha de incluir, necesaria y urgentemente una educación afectivo-sexual que permita eliminar estereotipos sexistas y formas de relaciones violentas y asimétricas para fomentar otras más horizontales, equitativas y no violentas que fomenten la confianza y el respeto mutuo.
El amor romántico nos ha hecho mucho daño a las mujeres y es hora de cambiar esas cosas. Y dentro del concepto de amor romántico se han fomentado y mucho esos micromachismos que pueden ser la antesala de violencia machistas no tan encubiertas. Y cuando hablo de violencias no me estoy refiriendo sólo a las físicas que son las más visibles. Me estoy refiriendo a otras que generan malestares permanentes en las mujeres y que las puede acabar llevando a una desestabilización emocional.
Esos malestares como silencios impuestos, chantajes emocionales, ser tratadas como niñas, etcétera, son tipos de micromachismos que se llevan a cabo día a día y que acaban desgastando la autoestima de las mujeres, por mucha formación académica que ellas puedan tener y, por tanto, la acaban dañando emocionalmente. Y eso, se llama violencia machista, por mucho que se quiera maquillar de otro tipo de cosas.
Tenemos trabajo, y mucho, por delante, para desenmascarar todo este tipo de actitudes que nos dañan como mujeres y dañan a nuestras niñas y adolescentes. Es imprescindible poner nombre a estos malestares para poder acabar con ellos y ganar en empoderamiento.
Vamos a llamar a las cosas por su nombre y dejar de maquillar la realidad con eufemismos que repercuten negativamente en nuestras vidas de mujeres. Yo ya he comenzado, ¿te apuntas?