Opinión

congreso03archivocimac 1Lucía Melgar Palacios/ Transmutaciones

Cimacnoticias

Como si el país viviera en jauja, ya hubiera terminado la pandemia y la paridad en el Congreso reflejara la igualdad en calles y casas, la diputación del partido oficial y sus aliados celebraron con estruendo, y sin tapaboca muchos de ellos, el cumpleaños del presidente, desde la sede del propio Legislativo. La nueva demostración del culto a la personalidad del líder “regenerador” no sólo recuerda los peores tiempos de la aplanadora priista en la Cámara, tiene un parecido siniestro con signos antidemocráticos más cercanos como los regímenes personalistas en Cuba y Nicaragua, que en estos días han demostrado a qué grados de  ceguera y la crueldad  puede llegar el afán de dominación.  

La lealtad de los y las integrantes de Morena a su partido sería encomiable si se tratara de principios. Lo que han exhibido, en cambio, es una subordinación ciega al jefe del Ejecutivo, con el que deberían tener una respetuosa relación de diálogo y nada más. Olvidan que su obligación es representar a la ciudadanía, usar su poder, el Legislativo, como contrapeso a los excesos del presidente y, sobre todo, en respuesta a las prioridades de la sociedad. Su objetivo no puede ser quedar bien con un Jefe. ¿No les preocupan las brechas de desigualdad que arruinan la vida de millones de personas, el cambio climático que pone en riesgo la sobrevivencia de futuras generaciones, la militarización de la vida civil que sólo favorecerá más autoritarismo y violencia? ¿No sería mayor “honor” asegurar la recuperación psicológica, social y económica de millones de familias afectadas por la pandemia, el encierro y la pérdida de empleos e ingresos?

Si ya este cuadro de sumisión oficialista es lamentable, duele (o indigna) más el grotesco espectáculo estelarizado por diputadas incapaces de anteponer los derechos de las mujeres a la manipulación engañosa del Anexo 13. Como si se tratara de una comedia, parecieran empeñadas en demostrar la imposibilidad de transformar al poder desde dentro o la inutilidad de la paridad. ¿Para qué queremos mujeres “empoderadas” si actúan igual que cualquier machín? 

No se trata de enjuiciarlas con mayor rigor que a los impresentables diputados que  se aplauden por no haber cambiado “ni una coma” al PEF2022 o a las leyes del Ejecutivo. Tampoco se trata de estigmatizar a las integrantes de una bancada cuando en otras también hay legisladoras que anteponen  sus intereses o prejuicios a los derechos de las mujeres y niñas. Se trata de preguntarle a quiénes se arrogan una autoridad moral superior y se dicen “de izquierda” y hasta “feministas”, ¿para qué quieren el poder?, ¿por qué reproducen conductas rijosas en vez de dialogar y actuar junto con otras por detener las violencias pequeñas y enormes que devastan la vida de millones de mujeres y niñas?

Si algo se ha demostrado con la aprobación del PEF2022, sin sentido crítico, es que la paridad no garantiza ni visión de género, ni ejercicio “horizontal” del poder, ni conciencia o solidaridad feminista. No significa más que la representación en el Congreso de la mitad de la población; el derecho de cualquier mujer electa a ser tan mediocre o brillante como cualquier hombre y a ocupar el mismo cargo. A representarnos tan mal como los diputados desde un Legislativo polarizado, paralizado entre la sumisión  y la inercia.

En vez de competir por el premio a la actuación más ridícula o escandalosa, bien podrían las diputadas oficialistas haber propuesto antes la despenalización del aborto en todo el país, y no sólo envolverse en paños verdes. En vez de demostrarnos lo solas que estamos ante el conservadurismo presidencial, podrían haber exigido y aprobado más recursos para garantizar el derecho a la salud de las mujeres y niñas, para prevenir y castigar la violencia contra ellas, para apoyar a las madres buscadoras de Sonora y proteger a las defensoras y periodistas, para resarcir a las mujeres trabajadoras el daño provocado por la falta de apoyos antes y durante la pandemia. Podrían, en fin, alzar la voz por aquéllas a quienes supuestamente representan.

Hannah Arendt, la gran filósofa política del siglo XX, definió el poder como “la capacidad de actuar en conjunto” a partir del diálogo. A la violencia se recurre, explica, ante la ausencia de poder.  Lejos estamos de esa visión ideal, pero no inalcanzable, del ámbito político.  Lejos también del ideal feminista de transformar el ejercicio del poder y transformar la sociedad. 

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