Manuel Ibarra Santos
Ante las múltiples crisis (de salud, violencia y económica) que azotan a nuestra sociedad y que han cuestionado de fondo el funcionamiento de todas las instituciones públicas, el único reducto que parecía quedar para el cobijo y protección del ser humano, era el de la espiritualidad religiosa, que debiese plantear “La Revancha de Dios”, para que volviese por sus fueros, luego de los enormes problemas existenciales que experimenta la sociedad.
Sin embargo, las iglesias y las religiones, así como sus liderazgos, igualmente, se han quedado en el espasmo, paralizados, sin saber cómo actuar. La inmovilidad también les atrapó
Salvo manifestaciones excepcionales, como la expresada la semana pasada, por el obispo Sigifredo Noriega Barceló, cuando lanzó el mensaje y la convocatoria de clamor por la paz, además de criticar la barbarie y la cultura de la muerte, por la presente violencia criminal en Zacatecas. Bien por el prelado, aunque fue tardío su posicionamiento. Se le agradece, de todas formas.
Ante la configuración del escenario traumático del “infierno”, por la violencia criminal y la pandemia sanitaria, como el que describió Dante Alighieri en La Divina Comedia, sin que se vea la luz para arribar al purgatorio y/o al cielo, las iglesias como asociaciones religiosas en Zacatecas, se les ha observado en su actuación desestructuradas, sin la posibilidad de integrar un frente común en defensa del pueblo de Zacatecas, el que está sufriendo mucho.
Las iglesias de todos los tipos en nuestra entidad debieron, desde hace tiempo, formular un gran pacto de comunicación y de acción, para acompañar al pueblo zacatecano, a fin de que pueda salir de estas crisis multidimensionales, que desde hace tiempo no habían hecho presencia social.
Las circunstancias han propiciado condiciones favorables para construir en el imaginario colectivo, lo que el científico social francés Jilles Kepel denominó “La Revancha de Dios” (1991), obra referencial en la historia de la humanidad que menciona, entre otras tesis, cómo las religiones crecen en tiempos de profundas crisis, como la que actualmente experimenta la sociedad zacatecana.
La religión católica y todas las demás iglesias registran un período de reposicionamiento hegemónico, por la crisis existencial que viven los seres humanos y que los especialistas le han titulado como el periodo de “La Revancha de Dios”, luego de más de un siglo de lucha en contra de las tendencias del laicismo, que hoy pierde irremediablemente terreno.
O bien, después de casi 140 años de que se acuñó la frase “Dios ha Muerto”, por Federico Nietzsche, tema que integró en sus obras La Gaya Ciencia (1882) y Así Habló Zaratustra (1883). Ese postulado originó una revolución de la conciencia en todo el mundo.
El pensador francés Jilles Kepel afirma con argumentos sólidos que la sociedad contemporánea no puede entenderse, construirse y comprenderse al margen de las grandes religiones monoteístas.
El sociólogo norteamericano Samuel Huntington (1927/2007), en su polémico texto “El Choque de Civilizaciones” se refiere al libro la “Revancha de Dios” de Kepel y manifiesta que en él se desmiente a quienes equivocadamente anticiparon que, con la modernización política y económica, las religiones desaparecerían. Al contrario, renacieron y se fortalecieron.
Y es que en una sociedad moderna y democráticamente planificada (como lo propuso el filósofo alemán Karl Mannheim) las iglesias tienen un rol ético y espiritual que cumplir, pero también un papel socialmente que desempeñar, que ayude a dignificar la vida de los pueblos y no a envilecerlos.
El libro “La Revancha de Dios” es un texto extraordinario que analiza los fundamentos ideológicos, dogmáticos y los métodos de actuación de las religiones, desde arriba, e infiltrándose en el poder desde abajo, en las redes comunitarias.
Las religiones son un componente vertebrador de la sociedad de nuestro tiempo. Quien diga lo contrario está rotundamente equivocado. Son ellas un factor esencial para entender los procesos de globalización económica del planeta. Así de sencillo.
En los escenarios actuales, ante la crisis sanitaria, de seguridad y económica, los creyentes, los ateos, los científicos, los académicos, los masones y en generales todos, buscan refugiarse en los espacios espirituales de las religiones.
Persiste, una especie de subversión de la realidad: los creyentes piden a la ciencia respuestas; los no creyentes imploran que un ser superior nos ayude a crear las salidas ante las devastadoras crisis que sufre la sociedad. Un mundo al revés.
LA SOCIEDAD CATAÓLICA Y CREYENTE:
Según datos del más reciente censo nacional de población, levantado por el INEGI en el año 2020, más del 97.8 por ciento de la sociedad mexicana se declaró creyente y de ella, el 96.2% católico/cristiana.
Zacatecas es por mucho una de las entidades cuya población es abrumadoramente católica, incluso por encima de aquellos Estados de la República que tienen y les asiste una profunda tradición de dogmatismo religioso.
Los Estados más católicos del país, de acuerdo al INEGI, son los siguientes: Guanajuato, 93.8%; Zacatecas, 93.5%; Aguascalientes, 92.9%; Querétaro, 92.9%; Jalisco, 91.9% y Tlaxcala, 90.8%.
LAS IGLESIAS Y EL COMPROMISO SOCIAL:
Las iglesias como asociaciones religiosas, de acuerdo a lo postulado por la “Carta Magna”, tienen una serie de funciones fundamentales y trascendentes al servicio de la población. Defender su dignidad y derechos, es una de ellas.
Ante las crisis que afectan a la población zacatecana, lo peor que pueden hacer las iglesias es adoptar la actitud del avestruz y esconder la cabeza en la arena. Eso es un pecado y una inmoralidad, desde el ángulo que quiera verse.