Opinión

rosa luxemburgoDiana Hernández Gómez / Cimacnoticias

Para la mujer burguesa propietaria, su casa es el mundo. Para la mujer proletaria, el mundo entero es su casa, el mundo con su tristeza y alegría, con su crueldad fría y su tamaño crudo.
-Rosa Luxemburgo

El pasado 15 de enero se conmemoró el asesinato de Rosa Luxemburgo, una teórica marxista y revolucionaria que dejó una huella importante en la sociedad de su época. Y es que esta migrante polaca de origen judío formó parte de los personajes clave que arrojaron luz en medio de tiempos convulsos para Europa.

Rosa Luxemburgo nació el 5 de marzo de 1871 en una comunidad judía de Polonia. Inició su actividad política a la corta edad de 16 años al integrarse a un partido de izquierda llamado Proletariat. Sin embargo, la detención y el fusilamiento de los líderes más importantes de la agrupación la llevaron a emigrar a Zurich, Suiza, en 1899.

Ahí fue donde Luxemburgo comenzó a convivir con revolucionarios exiliados y, también, donde cursó la universidad en una sociedad donde una mujer con ese grado de estudios era algo extraño de ver. 

Estos dos ámbitos despertaron en ella el carácter crítico con el que se acercó al movimiento obrero y a las luchas políticas que tenían lugar en aquel entonces, cuando su país natal (así como varias zonas de Asia y Europa) aún formaba parte del Imperio Ruso.

La lucha de las mujeres proletarias

A lo largo de sus 47 años de vida, Rosa Luxemburgo participó en un sinfín de acciones políticas a favor de las demandas de la clase trabajadora. Asistió a la Segunda Intencional junto con su amiga y compañera de lucha Clara Zetkin y, además, encabezó diversas huelgas y mítines a las afueras de fábricas en Rusia, Polonia y Alemania.

Por si fuera poco, la teórica polaca también formó parte del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD). Aquí fue excluida por sus propios compañeros de partido, quienes intentaron ponerla a cargo de la organización de las mujeres más como una estrategia para apartarla de las discusiones centrales que por un interés real en sus aportaciones a la agrupación.

Sin embargo, Rosa Luxemburgo no cedió ante estos intentos por segregarla y siempre fue firme al momento de exponer sus ideas y sus posiciones políticas. Estas posiciones llegaron a contradecir al mismo SDP, quien, desde la perspectiva de Luxemburgo, había abandonado la revolución como uno de los objetivos del movimiento obrero.

Por otra parte, la escritora reconoció y nombró a las mujeres como parte de dicho movimiento. Al respecto, Rosa Luxemburgo afirmó que el capitalismo sacó a las mujeres de la familia, pero no para colocarla en lugares donde podía ejercer su autonomía sino para hacerla parte de los sistemas de producción que sometían a la clase obrera. Sin embargo, para ella, la lucha proletaria ayudaría a estas mujeres a liberarse y a hacer aportaciones a la cultura y a la sociedad desde la autodeterminación.

En este sentido, Rosa Luxemburgo también puso sobre la mesa la necesidad de que las mujeres proletarias no se guiaran únicamente por el camino de la lucha de los trabajadores en general. Para ella era evidente que aquello que afectaba a los trabajadores varones no tenía el mismo impacto en sus compañeras mujeres. 

Estos impactos diferenciados hacían necesario que las mujeres proletarias buscaran asegurar sus derechos de múltiples formas (un precepto que más adelante sería retomado en movimientos como el feminismo chicano).

El nado a contracorriente entre el machismo socialista

La inteligencia de Rosa Luxemburgo le permitió hacer críticas al marxismo y sus limitaciones como una teoría que abordaba la temporalidad del capitalismo pero no las formas que éste adoptaba en contextos espaciales determinados. Pero, más allá de las críticas, la teórica polaca analizó dichos contexto y pudo caracterizar al imperialismo con base en sus observaciones.

De igual forma, la “Rosa Roja” (como apodaron a Luxemburgo) criticó fuertemente al SDP cuando sus líderes varones apoyaron la Primera Guerra Mundial. Esto marcó una división en el partido, cuyos miembros descalificaron la opinión de su compañera con comentarios misóginos.

Uno de ellos, August Bebel, afirmó que Rosa Luxemburgo era “tan lista como un mono” y que carecía de sentido de la responsabilidad (algo que sus compañeros respaldaron al aseverar que Luxemburgo no tenía disciplina). El mismo Bebel también aseguró que “si las parcialidades o pasiones o vanidades” de las mujeres entraban en escena y no se les ponía atención, “entonces hasta la más inteligente de ellas se sale del rebaño y se vuelve hostil hasta el punto del absurdo”.

A pesar de estos ataques, Rosa Luxemburgo no abandonó la idea de que la Primera Guerra Mundial únicamente favorecía a la clase burguesa y se oponía a los intereses del proletariado. Esta oposición la llevó a fundar la Liga de los Espartaquistas en 1918 junto con Karl Liebknech, la cual se convertiría más adelante en el Partido Comunista Alemán.

Esta liga participó en una huelga general en Berlín entre el 5 y el 12 de enero de 1919, lo que finalmente le costó la vida luego de que el presidente socialdemócrata Friedrich Ebert enviara a los freikorps (básicamente, ejércitos de voluntarios) a reprimir el movimiento.

Los freikorps asesinaron a Rosa Luxemburgo y abandonaron su cuerpo en un canal de Berlín. “Yo fui, yo soy y yo seré”, escribió la Rosa Roja antes de morir. Y su legado en el movimiento revolucionario y el pensamiento político son la huella de que ella siempre existirá.

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