Alejandro García / ]Efemérides y saldos[
Vi la fotografía de la pobre de Estela, le habían dado veinte años de cárcel, sin duda iba a salir muy vieja. La nota decía que la mujer envenenó a un desahuciado por lo que se le encontró responsable de asesinato culposo, se presumía otro atenuante por la repentina desaparición de la mujer del occiso, quien se esfumó misteriosamente... Estela Robles dijo que su único delito fue ser caritativo con un patán, con un hombre a quien lo abandonó su esposa por insensible y que lo asesinó porque de no hacerlo hubiera enloquecido.
Filiberto García de la Rosa
Los cuentos no apelan a la congruencia de los personajes, sino a la contundencia de las repercusiones de sus propios actos. Y es aquí donde estriba el desafío para el lector que habrá de juzgar a su parecer ―sin que esto sea una tarea sencilla― si tal desembocadura es obra de la casualidad o del destino
Adrián Franco
Toda lectura es producto de una resistencia. Y esta resistencia cataliza: retarda o acelera. Recientemente me ha pasado con la novela y los ensayos de Quentin Tarantino. En cuanto supe que había escrito y publicado una novela me bastó el nombre del autor, genio del cine, para comprarlo y ponerme a leerlo. Mi entusiasmo ante “Érase una vez en Hollywood” amainó, no era que el libro fuera malo, simplemente no correspondía a mi entusiasmo original. Lo leo a plazos. En cambio “Meditaciones de cine” me tiene atrapado (solo me distraigo un poco para ajustar cuentas con el presente asunto). Me descubre todo un mundo de películas que no conozco y su papel formador en un niño que nació en 1963 y que muy pequeño fue llevado por sus padres al cine, a ver un repertorio que me causa una gran envidia (también me lleva a examinar mi propia formación en cine callejero), pero además Tarantino da una cátedra de análisis cinematográfico, sin descuidar la sinopsis, eso que se ha escamoteado tanto escudándose en no hacer “spoileo”. Cuando uno percibe sus lagunas cinematográficas, nada más de ver, agradece ese resumen de películas.
La resistencia aparece cuando uno toma un libro, cuando lo elige, cuando lo avasalla con su información o su aceleración interna, cuando lo provoca a dejarlo. Algo así me ha sucedido con “La casualidad no es destino” de Filiberto García de la Rosa (México, 2022, Ágora, 125 pp.). La primera resistencia surge cuando Fili (para los amigos) es recordado como alumno de la Licenciatura en Letras de la UAZ, plantel Jerez. Algunos lo recordarán como empleado, entremezclando tiempos, de una gaolinera y su tienda de conveniencia (así les dicen ahora), ya mano a mano con Imelda, en las goteras de Jerez, pueblo mágico. Entusiasta siempre, activo en la generación y promoción de cultura, tiene la debilidad de creer en la educación y a eso ha dedicado también buena parte de su tiempo. Y entre actividad y actividad escribía, escribe, escribirá. Y se formaba en los posgrados, y se empapaba aún más en las nervaduras entre literatura, cultura, compromiso social y vida.
Filiberto García es crítico y generoso (lo cual parecerá raro e incluso imposible). Ha desarrollado comentarios lo mismo sobre el infaltable Ramón López Velarde, que sobre Isabel Velázquez o sobre la realidad escolar de la comunidad wixárika y su problema con el altanero mundo que la margina. Y debo decir que mucho agradezco el que sea uno de los mejores lectores de mi obra literaria y que ha sido también ferviente lector de autores de su entorno y de su generación.
Resistencia porque “La casualidad no es destino” proviene de un escritor que ha trabajado en una comunidad difícil para estas cuestiones de la literatura y sus productos. Comunidad que se muerde la cola y hace esfuerzos desesperados y muy notables por estar a “la altura del arte”, acorde a los parámetros culturales del mundo contemporáneo. Y una muestra es Ágora, empresa editorial que publicó el libro en formato electrónico y restableció la venta vía internet y el formato impreso por demanda (le hacen los ejemplares que quiera). Resistencia porque me declaro incapaz de terminar las operaciones por este medio cibernético. Resistencia porque al fin lo tenía en mis manos y ahora había que enfrentarse al texto, solo al texto, al texto solo, sin marcas, sin recomendaciones o descalificaciones.
Resistencia por el título que (difícil eso que pregonó Cervantes de des-ocupar al lector), una vez limpiado el terreno de la batalla me urgía. “Destino”. Fui al Diccionario RAE. Esto contestó:
1. m. hado (‖ fuerza desconocida). 2. m. Encadenamiento de los sucesos considerado como necesario y fatal. 3. Circunstancia de serle favorable o adverso a alguien o a algo destino (‖ encadenamiento fatal de los sucesos). 4. m. Consignación, señalamiento o aplicación de una cosa o de un lugar para determinado fin. 5. m. empleo (‖ ocupación). 6. m. Lugar o establecimiento en que alguien ejerce su empleo. 7. m. Meta, punto de llegada.
Resistencia porque de nada servía la búsqueda. Había que catalizar el encuentro y así fui entrando a esta realidad única que es el libro. El primer punto de contacto fue el humor, un humor negro, fulminante:
El doctor evitando el saludo cortés de otras ocasiones y la sonrisa hipócrita dijo sin miramientos:
―Señora, le vamos a retirar la prótesis. […] El empleado de la administración confundió los expedientes y creyendo que usted contaba con el dinero para costear la prótesis se la colocamos, pero usted iba a ser canalizada a una institución pública.
Restableciéndose de una cirugía que le arregla la pierna, doña Chona (“La noche avanza”) escucha un gran alboroto, el médico, furioso, entra después de pelear al administrador y le avisa que retirará la rodilla artificial. Y sobre los hechos avanza. La acción se acelera, la caricatura se arma. La mujer quiere ponerse de pie, cae, por supuesto, lo que no detiene la contraobra del matasanos. Por suerte, ¿casualidad?, no, la mujer muere en quirófano. ¿Dónde está el destino?
La mirada del narrador es inclemente, el lugar era de “un blanco escalofriante, iluminada con lámparas de luz clara, gélida como la muerte”. La mujer vendía en la calle, de allí la levantaban las autoridades escrupulosas del orden y el aseo. Pero nada es más letal que la zafiedad médica, a mí mis timbres, mis pesos. El relato es tenebroso, devela esa realidad de lo inalcanzable de los recursos individuales del común de la gente en cuestión de gastos médicos mayores. Y uno se ríe y autor y lector no puede ser acusado de insensible o negativo, mucho menos después de que el cirujano les guiña el ojo en busca de medidas al bolsillo y, claro, a órganos, músculos y pellejo por remendar o sustituir.
“Orlando” es un personaje que logra escapar del lugar de origen, donde no tendría ningún futuro dado sus rasgos de ser hijo del pecado, ser enano, tener una cabezota y labio leporino. Tiene suerte, dentro de su oscuro panorama. Una brigada de salud se encarga de que le remienden el labio. Lo adopta un cura y lo lleva a un lugar para huérfanos, donde ninguna familia lo adopta. Lo sueltan en alguna calle de ciudad grande y allí lo tutela un hombre que muere dejándole un futuro prometedor. Obtiene una licenciatura y un empleo donde cuando se retiran las bondades del estado benefactor debe esconderse y trabajar en la virtualidad. Así conoce el placer sexual y una manera de obtenerlo de manera costosa, mas personalizado y de cierta calidad. Logra una convivencia prolongada, que nunca deja de ser negocio para la dama.
También en este cuento hay cierta caricaturización. El autor arriesga los saltos del personaje, lo hace obtener beneficios, estar al borde de sentirse satisfecho, y eso tienta al lector a no creerlo, pero en la segunda parte el humor se transforma en melosidad que deviene en veneno y culmina en el resurgimiento del humor negro. No fue casualidad que la encontrara, que nunca dejara de ser una mercancía. ¿Y el destino?
Después vienen tres textos que confirman esa acidez mesurada, dosificada de la narrativa de García de la Rosa: “Besos en la boca”, “Sólo quería un besito” y “los indios no lloran”. La diferencia es que aquí aparece el “yo” narrador y personaje. En el primero una mujer narra la exclusividad de los besos a los novios. Más los que se dan en la boca. Y con ese bastidor nos habla de los besos de la mamá a sus amigos y de la casualidad de ver un día por la orilla de una ventana lo que suele acompañar a los besos en una habitación con dos cuerpos desnudos, y lo que pueden significar los besos a un chofer trailero o a varios, tratando de escapar a la escasa dimensión (pueblo chico, infierno grande; chisme en corto, lengua larga y destructora) de la comunidad.
El segundo es el desenlace de una noche de baile y besos con una mujer muy joven que le ha arrimado la matrona al que en baile y canto concentra sus demonios. Destino: heridas, golpes y confesión a la autoridad.
El tercero es una discusión entre amigos, uno que afirma que los indios no lloran y otro que dice que son tan humanos como cualquier otro. Se dedican a golpear a un indio que ha hecho de su aguante al golpeteo físico un espectáculo, pero que no aguanta un garrotazo en la nuca del defensor de los derechos de igualdad. Le roban el producto de su jornada y ante la imposibilidad de ponerse de acuerdo, concluye uno que lo mejor han sido los tragos que se han tomado.
“La casualidad no es destino” acumula una galería de personajes y ni a cuál irle, si al Manual de Carreño nos vamos. En mi lectura vienen después algunos cuentos que bien pueden pensarse como leyendas o parábolas y en donde el humor y el actuar de los personajes los convierten en piezas originales donde elementos de la armazón cumplen una función evocadora, una especie de cita de la estructuras del poder en literatura.
Lo percibo, sobre todo, en “Olor a gis”, “Último voluntad”, “Para morirse llorando” y “Grietas en la tierra”. La mezcla de la historia del violador con estatus social, el suicidio de la víctima y la casualidad que permite que las apariencias y el orden triunfen; el afortunado que encuentra en condición de esclavo un tesoro (monedas), lo traga, lo defeca y lava a diario, lo traga, hasta que la enfermedad lo mata. Y es tán cruel ¿el destino? que la mujer no capta el mensaje para rescatar el oro y va a parar a las manos del párroco, ¡Milagro! El padre que organiza a la familia para construir la gran casa en un plazo de diez años y que después de este confiesa que ha gastado el capital en las “muchachas” y aun así obtiene un plazo extra con cierta variación y sigue sin importar el sacrificio de los hijos. Y por fin la palabra sagrada de la abuela, la raya sobre el lomo y la conciencia del nieto, el límite de muchas de sus acciones:
―Te va a caer una maldición como a la hija desobediente que se atrevió a levantarle la mano a su madre. En el camino te vas a a encontrar grietas y en menos que canta un gallo se van a abrir para tragarte y si no sucede así, te ocurrirán desgracias.
Solo que con el tiempo la fábula se invierte:
Se abrió una grieta enorme en la tierra, de esas que aparecen muy seguido por el rumbo del panteón, y se tragó la tumba de tu abuela y la de otros personajes.
En el resto de los cuentos, seis, regresamos a una muestra de los personajes y de sus usos y abusos a la manera del primer bloque por mí inventado. Solo que ese tránsito por esa segunda parte de evocaciones formales hace que disminuya el sentido del humor y se vaya más a la especificidad de las acciones. Se acentúa también una mayor precisión en el hacer, que no es siempre políticamente correcto:
En “La tortura” un paseo de dos jóvenes (casi niños) termina con mutilación y hostigamiento a un pollo. El más pasivo sale corriendo escandalizado, golpeado, ante el crecimiento de la violencia del amigo. “Los ancianos no quieren comer” trata de una huelga de habitantes de un asilo, los cuales se dejan morir ante la hostilidad de los administradores y el abandono de los familiares. “La indiferencia” asiste al cambio de un fondero exitoso que no quiere obsequiar las sobras a un niño de la calle y que cuando quiere hacerlo aquel desaparece. “Recuerdo” evoca al amigo Ángel y a su mamá, una mujer cariñosa y muy atractiva, que enferma de SIDA, muere y deja al hijo en abandono. Y “La casualidad no es destino” la intromisión de una mujer en un matrimonio, él enfermo de cáncer, ella resignada a atenderlo. La vida no es confortable, desde luego. Estela irrumpe, primera novia del esposo, parece revivirlo. Desaparecen. Por una nota periodística se sabrá del desenlace.
En estas últimas narraciones aparece un personaje al que se le ilumina el cerebro, al que se le despeja la percepción después de salir de la bruma o del torbellino de los acontecimientos. El personaje de “La tortura” desea que el torturador le corte las manos. Se ha separado del acto de brutalidad que han realizado. Mientras el administrador del asilo pelea por su puesto, lo mismo sea mediante la reanudación o suspensión de alimentos, los ancianos reciben la violenta palabra en que aquel les dice que no son deseables por sus familiares y por lo tanto no tienen a donde ir. El fondero se queda con las ganas de dar de comer a quien le ha acercado una silla de ruedas para poder llegar al lugar de los taxis y ahora se siente solo, alejado de la familia. El evocador de la mujer que lo acariciaba con tanta ternura construye un hogar, después de correr la legua, esperando que algún día lleguen allí la mujer y su hijo, cosa que sabemos imposible. Adela ha emprendido la acción liberadora del enfermo egoísta, la mujer ya había hecho lo propio.
Cierto, no hay casualidades, y menos en los cuentos de este libro, siempre se justifican, siempre enseñan el pico que nos dice es un pato o un pollo, la cola que señala es una lagartija, el cuello que fue el más admirado en mi infancia, el acto que me avergonzó aunque se tratara de un pollo, el encuentro terrible con la vejez en soledad.
Si ahora entendemos que una historia como “Harry Potter” es una lucha entre fuerzas, semejantes a las divinas de los clásicos, entre magos. También podemos entender que así como Herman Broch vio en el “Fato profugus” de Virgilio su propia aventura (que no huida), podemos encontrar en estos personajes marginales, sin voz, sin presencia, sin fortuna, sin valor de cambio, la construcción de su propio destino. El destino no está más allá o al final, el destino está en el instante, así sea el último. De tal manera que cada paso, que cada acción, por más ruin o grandiosa que sea, es el destino. Es la mejor manera de morir a mano, sin deuda, sin quedar pendiente. Destino que se cumple lo mismo en el paso de baile, así sea artero, así lleve los demonios del peso moral y social (encadenamiento de los sucesos), del protector silencioso, jubilado de Orlando (hado), en la tragedia de la abuela (fuerza desconocida), en el baile de una chica joven (ocupación) a merced de la ira depredadora.
Destino en la pluma de un escritor que da la voz a personajes sin voz, sin posibilidad de defensa. Tampoco es casualidad que aquí encuentren esos tránsfugas un destino por escrito. Resistencia y destino de un vidente de su sociedad que ve cómo la percepción destructiva se encima sobre la realidad tanto o más compleja, tanto y más maravillosa, de su Jerez.
Resistencia a dejar de decir cosas de este valioso libro, pero claro, es tiempo de detenerme a repensar lo que hoy he escrito.