Alejandro García / ]Efemérides y saldos[
Yo creo que mentir es una forma fácil y confortable de ser libre ―señalé.
―¿Cómo?
Advertí su inquietud.
―Claro, puedes armar la realidad como se te dé la gana. ¿No? Sacas lo que no te gusta, pones lo que sí, arreglas las cosas por aquí, por allá, lo que sea. Es como querer ser Dios. Por eso es tan atractivo.
Carla Guelfeinbein
“Aquí estáaaa”. Mentalmente me pregunté: ¿Quién? me levantaron y muy despacio volví a esta “realidad”. Fue una experiencia abrupta, lastimosa, creo que algo así se ha de sentir cuando nacemos. Estás en un lugar cálido y abullonado, feliz y, de pronto tómala para afuera…
Alfredo Castellanos
Diviértase, tiene derecho, amigo lector. Uno
La primera vía para abordar estas historias es libre. Se puede leer desde donde se quiera y hasta donde se le dé gustosamente al lector. También se deja releer. En mi caso, completé mis propias rutas y no me quejo. Puede ser a tramos o de un tirón, en seco o con un trago vigía, sentado en un mullido sofá o montado en la rama de un árbol a la manera del barón rampante, el caso es cumplir el papel creativo de “desocupado lector”, dixit Miguel de Cervantes Saavedra.
Frente a algunos textos suelo, yo lector desencaminado, desocupado siempre, libre de cargas y cargos, imaginarme la primera escena de “Terciopelo azul” de David Lynch. El jardín está, el agua lo riega, todo parece en calma. Después sabremos la procedencia de ese líquido y la mano que ha renunciado a empuñar la manguera. Es solo el pórtico del infierno, los pliegues que se esconden detrás de la imperturbabilidad.
Los jardines de la narrativa de Alfredo Castellanos son internados, casas, hoteles, estudios fotográficos, despachos, confesionarios, circos, calles, pueblos pequeños, ciudades en expansión. Pero sobre todo sus jardines son la memoria, el pensamiento, el contar, la escritura, es el cuerpo con las huellas del transcurrir humano, las secuelas de la experiencia propia y la ajena, la comprensible y la que escapa a cualquier comprensión. Así que desde muy pronto tenemos tres pájaros con que matar a la piedra artera: el espacio, los personajes y el lenguaje, para ponerme en frecuencia del comentario literario convencional.
En esos espacios suceden cosas: los personajes crecen, rompen el molde, se inician en la riña diaria. Algunos se ocultan, actúan en la noche, en corto. Estudiantes universitarios, escritores en ciernes, sacerdotes, agrimensores, generales, madrotas, maistros y maestros, van y vienen y capotean la curiosidad del lector, tampoco se trata de entregar la fortaleza así como así, de gratis.
Tal vez sería mejor decir que todos deben algo ―la doblez es uno de sus modus operandi―, que todos tienen algo que contar, alguien a o de quien referir, aunque a veces no sean ellos los dueños de la voz y tal vez nos enfrentemos a versiones sesgadas que cojean de la misma pata que el resto de los actores de esta gran escenificación. En las primeras historias los personajes actúan, rebasan a la voz cantante, en la parte final entran a diversas posiciones dentro del campo del pensamiento, si hemos de tomar en serio el planteamiento. Allí están, calladitos, rencorosos, esperando el turno de reclamar por qué están allí y no en otro compartimiento estanco.
El lenguaje es otra fiesta. Se acerca a las voces, la misma enunciadora es parte del jardín y sus misterios. Se acerca al habla y la llama a romper el silencio, a convertirse en armadora de la realidad, en expresión de la verdad. Ah, el lenguaje, la comunicación directa, la cercanía de las palabras y las cosas. Después ya no, estamos en la segunda dimensión del lenguaje, leemos una representación y en ella están la realidad que me circunda en el momento en que escribo estas líneas y las otras realidades: las de los textos (que también son muchas), y que incluye una, por lo menos, la mía inserto en las confesiones al cura, las visitas de Santitos para transgredir los “interdictos” al cuerpo, la alucinación después de un churro o de una pirueta en el circo o mi tablero de posiciones en las escuelas filosóficas y de la vida de “Los enajenantes”. Sí, cosa terrible, mi paso por Templados, Admiraristas, Ilustrados. Mi inquebrantable militancia en los Equilibristas.
Yo, la meritita verdad, me voy encomendando, conforme avanzo línea a línea, narración a narración, a las fuerza suprema bajo la advocación popular: “por ésta que así fue” (y beso la cruz) o “deveritas que así sucedió”. Al final, por decirlo de alguna manera, me pregunto sobre ese valor de verdad. Ah, es que algo sucede que no he contado, en estos cuentos algo no cuadra, algo brinca.
Arme su rompecabezas. Dos
Insistiré en que "Relatos verdaderos" se puede leer de la manera más libre. Yo prefiero una ruta alegre, dialogando con los espacios, personajes y lenguaje de Alfredo Castellanos. Pero también es cierto que desde el final de la primera historia el lector es llamado a confrontar algunas de sus fuentes de estabilidad. Literariamente están en los lugares, los actores y la enunciación. Y tiene que ver con la realidad o con la verdad. Qué palabras, para dejar sin pelo a la mente más cultivada del cuadrante.
“A buen resguardo” reseña la estancia de un niño en un internado, junto con tres de sus hermanos. Solitario, encuentra compañía en otro infante de similares características. El nivel de entendimiento es muy alto. Al despedirse, uno como lector ya no distingue entre uno y otro. Incluso el nombre es el mismo. ¿Cuál de los dos despierta en las instalaciones de la casa de estudiante de la Benemérita Universidad? ¿Es esto relevante? El personaje ha dado un salto, ha librado el encierro y su dureza, se prepara e instruye, mas ¿ha sido uno que encuentra compañía, uno que se encuentra a sí mismo o uno que toma las cualidades del otro?
“Alberto” (el que brilla por su nobleza, según el diccionario) paraleliza la realización que un matrimonio encuentra en la ventura de su hijo y la imposible existencia de este el día de temblor del 85 en la Ciudad de México. Los dos viejos sufren, como han degustado los éxitos del vástago, a pesar de la irremediable tragedia que se dio el día signado para el nacimiento. El hijo vive en la imaginación y en la angustia de los padres y llega a corporizarse en la mente del lector.
“Hotel” es el cálido refugio en una noche en que el vehículo de motor se niega a seguir. En las tinieblas aledañas a Jerez, la pareja busca cobijo y lo encuentra. Van de camino a Guadalajara, a la presentación de una revista literaria. Amables vigilantes los llevan al lugar adecuado. Solo en el regreso sabrán el toque que han recibido de la incertidumbre, la fragilidad de las certezas.
“Santitos” transcurre en una zona ambigua entre hotel y casa de huéspedes. Los visitantes, burócratas de asuntos agrarios, conviven con la doña doña, y uno de ellos se convierte en interlocutor, depósito de la memoria, paraíso de la carne en aquel pequeño espacio, herencia de sobrevivencia, enamoramientos imprevistos, prácticas bajo la grama del jardín.
“El fotógrafo” es una especie de ombligo de estos relatos. “No me perdí ninguna de las conferencias que se dictaban, todo sobre el Cuarto Camino y sus cuatro “T”: "La Transformación, La Transmutación, La Transubstanciación, y La Transmigración". Al finalizar cada sesión nos quedábamos algunos de los más interesados a preguntar dudas a aquel Instructor”. Allí está la enseñanza, la posibilidad de asomarse a otras realidades, de enfrentar otros mundos. Hay otro sendero que devela fuerzas ocultas (otra manifestación de la doblez de la narrativa de Castellanos): la fotografía, estática en su muestra, firme en su testimonio, detrás de ella se mueve el universo de lo incomprensible, la duda de todo.
“El despacho” elimina a las personas, allí la voz es totalmente dudosa. ¿Es el edificio el que habla? ¿Es la cosa la que cuenta lo que han hecho y deshecho los hombres? Todo indica que sí.
El espectro se abre, pero lo importante es que los criterios de verdad y realidad están en cuestión. El jardín es la manifestación, la máscara de un infierno. Y no es un jardín único, son muchos. Uno mismo tiene senderos que se bifurcan, laberintos que llevan a otros laberintos. Cualquier explicación es tentativa, cualquier intento por explicar el todo nos lleva a una nueva representación.
Me detengo en estos primeros seis relatos, no porque no me dé el gas para hablar de los dieciocho, aunque también el número tenga sus dificultades para ser precisado: el último “Enajenantes” guarda nueve piezas, por lo que estamos entre 18 y 27, los dos números igualmente cabalísticos. Me detengo en estos seis primeros porque allí Castellanos ya ha construido sus trincheras, torres de asalto, alabardas, armas letales para avanzar sobre esos jardines y compartir su hazaña con el lector.
La teoría literaria de décadas recientes depositó en la verosimilitud el éxito de la lectura. También alguno le llamó contrato de veridicción. Con las miguitas de “Hansel y Gretel” a manera de indicios y la anuencia del lector todo era posible. Los paradigmas de racionalismo metían a la realidad en un saco y lo que no cupiera allí lo mandaban a lo fantástico o a la ciencia ficción. Solo que una buen parte de la realidad no cabía en ninguno de esos sacos.
Verdad e incertidumbre van de la mano. Conserve la locura. Tres
En la narrativa reciente encuentro, en mi experiencia lectora ―aclaro―, dos muestras venturosas de ese ir más allá del concepto “verosimilitud” o “contrato de veridicción. Uno es en "Temporada de huracanes" de Fernanda Melchor y el otro es "Nuestra parte de noche" de Mariana Enríquez. En el primero lo encuentro en el personaje de la Bruja, la cual es seguida con todo su misterio y su dosis de incomprensión y, al final, es develado. El caso de Enríquez es más radical. Desde el principio, con desenfado y maestría, nos mueve los criterios de verdad y realidad. Simplemente los instaura. La perversa e irracional conjura está en el lenguaje y en las situaciones y los personajes se definen por ella.
Los cuentos de Castellanos aparentan ser realistas, son realistas. Solo que traen pilón: un Erasmo que se esfumó, ¿se perdió? ¿La energía sigue transformándose sin perderse? ¿Dónde está el hotel de Jerez en que podremos pasar la noche cuando el manto nocturno amenace con cubrirnos y acaso perdernos? ¿Dónde está el corazón de Santitos, practicando el sexo al viajero necesitado, sospecho que en los deseos de esa personaje callado, liebre bien corrida, que viaja al lado del narrador, en retorno convencional y presto a volver a su amadísimo infierno? ¿Dónde está el infierno del cura que manda a su auxiliar a las penas del paraíso carcelario? ¿Cuándo se imanta la mirada inocente de la entrevistadora con los ojos del convicto? ¿Es Memo o el otro, personajes de la calle y del circo, es Castellanos o yo, lector? ¿El Todo es Uno?
Una vez que ha cernido el jardín, Castellanos se pone taxonómico. ¿Cómo meter ese personal de circo en una clasificación? Como Foucault se tomó su tiempo y se tornó desopilante ante la clasificación de una enciclopedia china del siempre provocador Jorge Luis Borges, así me pongo yo frente a las categorías del universo Castizo. ¿Por qué no, frente a a] Pertenecientes al Emperador, Practicistas; b] Embalsamados o Templados; c] Amaestrados y Preteristas; d] Lechones y/o Admiraristas; e] Sirenas o Adultistas; f] Fabulosos y Vegetalistas; g] Perros sueltos y/o Equilibristas; h] Incluidos en esta clasificación… Ilustrados.
Durrell me enseñó las relatividades de la verdad, yo también, lo juro, recibí una confesión de amor de Justine. Por otra parte, la realidad es tan vasta que por los bandas nos enseña los fuegos infernales de los incomprensible. Las teorías de las cuerdas hablan de entre diez y veintiocho dimensiones de la realidad. El yo se cruza consigo mismo en diversas frecuencias o cadenas. El yo es otro. El lenguaje confiesa sus limitaciones, también el pensamiento. La literatura exige se le realice, haga concreto ese territorio imposible que es el universo de palabras. Clasificamos lo que se evapora, lo que se pierde en las energías del pensamiento. El mundo sigue y nosotros somos incapaces de atraparlo. El Quijote, Pantagruel, Hamlet, Raskolnikov, Palinuro de México, complican más las cosas. Llegan a tener más existencia y vitalidad que yo que leo todavía con optimismo
"Relatos verdaderos" entrega piezas de una realidad súper compleja, donde las categorías de espacio y tiempo se ven ampliamente superadas. Después clasifica, a través de cándidos personajes el aparente caos. La neta es que Castellanos ha iniciado la clasificación desde el principio, mediante ejemplos, como la aguja que recoge las chaquiras que iluminarán el gran gobelino de la divinidad.
Más que el ejemplo borgiano de Foucault, me produce una gran risa lo que cita el autor de “Otras inquisiciones” líneas adelante de la referencia a la enciclopedia china: “El Instituto Bibliográfico de Bruselas también ejerce el caos: ha parcelado el universo en 1000 subdivisiones, de las cuales la 262 corresponde al Papa, la 282 a la Iglesia católica romana; la 263 al Día del Señor; la 268, a las escuelas dominicales; la 298, al inomormismo; , y la 294, al brahamanismo, budismo, sintoísmo y taoísmo. No rehúsa las subdivisiones heterogéneas, verbigracia la 179: ‘crueldad con los animales. Protección de los animales. El duelo y el suicidio desde el punto de vista de la moral. Vicios y defectos varios. Virtudes y cualidades varias’”.
Regreso al punto de partida, los relatos de Alfredo Castellanos se dejan leer, buscan la complicidad y el beneplácito del lector, saben que también el placer de la lectura tiene pliegues y enchufes para la mente de todas las tendencias.