Alejandro García / ]Efemérides y saldos[
―¿Qué derecho tienes tú a ser bueno mientras que yo soy mala?
―¿Qué? ―exclamó él, horrorizado de pronto ante el abismo que se abría a sus pies.
―Hace muchos años que te esperaba.
―¿Qué me esperabas? ¿Tú?
―Sí, esperaba al bueno. Le he esperado cinco años o quizás más. Todos los que venían aquí se calificaban ellos mismos de cobardes, de canallas. Y eran verdaderamente canallas. Mi escritor me aseguró primero que era bueno; luego me confesó que era también un canalla.
Leonid Andréyev
El problema para la historia literaria es otro: si entre la cantidad de obras de Andreyev hay algunas dignas de salvarse desde el punto de vista artístico. Decir que ese novelista fue un hábil vulgarizador de la inquietud filosófica y religiosa de su tiempo no es erróneo, pero es justo reconocer, además que a menudo fue un auténtico artista digno de conservar un puesto en la historia de la literatura, no sólo en el camino del realismo, recorrido por él en sus diversos años, sino también en el que eligió más tarde, independientemente del significado político o social.
Ettore Lo Gatto.
He reunido aquí el comentario de dos pequeños libros de Leonid Andréyev (1871-1919): “Los espectros” y “Las tinieblas” (Barcelona, 2008 y 2009, Acantilado, 70 y 98 pp. respectivamente). Nuestro autor es uno de los que cierran la gran centuria de la literatura rusa (Siglo de Oro, en ciertas denominaciones). Andréyev camina entre gigantes, hasta 1904 con Chéjov, hasta 1910 con Tolstói y Gorki lo sobrevivirá hasta 1936. Es difícil sobresalir frente a geniales centros del canon de la novela y el cuento decimonónico. Es difícil sobrevivir junto al poderoso escritor que con tensiones o no se alinea junto a los aires de la Revolución institucionalizada (en el orden: Tolstói, Chéjov, Gorki).
Adelantaré desde ahora que me parece que Andréyev es un escritor incómodo. Y eso hace diferencia, porque la escritura es incómoda para los sistemas políticos y para el pensamiento del hombre, pero hay una que lo es más. En el caso de Andréyev es un carácter marginal que lo torna inubicable. Porque en su aquilatamiento tendremos que decir que nuestro autor muestra una diferencia específica con respecto a su magnífico antecedente incómodo: Dostoyevski, el carácter sobrecargado de situaciones, atmósfera, personajes está muy dentro de la práctica expresionista, un expresionismo ruso, un vanguardismo ruso, como lo hará Mayakovsky en la poesía futurista. La miseria, la locura, la prostitución, la militancia armada llevan a ese sobrecargamiento sobre el hombre, un aplastamiento de la libertad y de la realidad exterior e inferior del ser humano.
Las vanguardias están más difuminadas en la práctica narrativa y las realizaciones del género esconden esa costura, una postura estética y literaria que a menudo se olvida a la hora de juzgar una obra. Esa incomodidad es propia de Andréyev, pero tiene otra que es la más vendida que lleva la acusación a la política, la subordinación a algo que no es literario. Y si nos movemos con agilidad notaremos que son los personajes y los contextos los cargados de ideología, no sólo a una realidad o a una práctica extrema, sino al más convencional realismo o su gradación naturalista. El Dostoievski de “Los demomios” es más incómodo que el de “Crimen y castigo” y “Los hermanos Karamazov”. Más acá y entre nosotros, digon de Andréyev, El Revueltas de “Los errores” es más molesto que el de “El lutos humano” o “Los motivos de Caín”, pero a la hora de las valoraciones es esa incomodidad la que pasa a encabezar los criterios de escritores dignos de leerse. Y es el lector canchero, chucha cuerera el que tiene que ir por esos escollos en el terreno de lo políticamente correcto o la cotidiana y moralina paz cuaresmal
“Los espectros” narra la vida en una comunidad cerrada y al margen de la sociedad (ciudad): una clínica psiquiátrica. En ella reina el doctor Sheviriov, una autoridad escurridiza, en gran parte cubierta por la enfermera Maria Astáfievna. No se suele recibir allí a locos furiosos, por lo que los altos muros de la edificación no suelen llamar siquiera la atención de la gente ajena a ese pequeño universo.
La historia arranca con la llegada de Yegor Timoféyevich Pomerántsev, subjefe de la Oficina de la Administración Local. El pueblo ha hecho una colecta para reunir fondos que garanticen su estancia en la clínica y aunque su exmujer (después de 15 años de separación) ha peleado la suma para su manutención, finalmente el producto ha servido para el propósito inicial. Pomerántsev está completamente loco, sin embargo su comportamiento es casi normal, incluso se llega a decir que tiene plena libertad de movimiento, de decoración de su cuarto y uno como lector tiene que entender que sus deslizamientos a la población, si bien pueden darse, más se refieren a “vuelos”, o a experiencias cercanas al delirio y el sueño. Su poder de organización y decisión de antes, se conserva en el nuevo orden de cosas:
Ocupó entre ellos un lugar de mucho relieve. Se constituyó en protector de sus compañeros de clínica. Se creía un personaje muy importante… tan pronto se creía el conde de Almaviva como el gobernador de la ciudad o un taumaturgo y bienhechor de los hombres…
La población estaba constituida por once hombres y tres mujeres. En las actividades colectivas solían aislarse tres personajes: uno que tocaba las puertas cerradas. Era una especie de marcador de esa otra realidad, del mundo de la locura, una especie de marcador de ritmo, bien en el trabajo, bien en la conducción de un barco, bien en búsqueda del significado de aquellas vidas representadas por Andréyev.
El otro era Petrov, de larga barba, siempre alerta ante el peligro de ser atacado, y cargador de una piedra o un trozo de hielo en el puño metido en el pantalón. Petrov recela de todos, incluyendo a los enfermeros, quienes a su vez se mantienen a distancia prudente.
Y está la doncella cuarentona Anfisa Andréyevna, quien está siempre encogida de piernas porque la hicieron dormir en esa posición durante años y en su fase de locura le era imposible recuperar la postura erguida y tirante. Ella le hace jurar a Pomerántsev que no dejara que la entierren en un ataúd que le quede corto.
Pomerántsev cree que la enfermera está enamorada de él, pero ella a quien ama es al doctor Sheviriov, quien a su vez cumple sus labores profesionales sin verla siquiera como mujer y se interna todas las noches en el Babilonia, hotel, restaurante, centro nocturno de la población. Cuando es requerido por alguna emergencia en la clínica, una vez resuelta la crisis, dependiendo de si es no cerca de la madrugada, decide si torna o no a su diversión.
Un día afirmó que la enfermera era la querida del guarda y había tenido con él un niño, a quien acaba de matar…
―¡Señor Petrov, es usted un monstruo. No volveré nunca a darle a usted la mano
Pomerántsev organiza, emprende actividades e incluso defiende causas, como cuando Petrov vulgariza la figura de la enfermera. Aquel es dado a recurrir al Santo Sínodo y a organizar Tribunales de punición, y no duda en intentar un castigo para el mala lengua, sólo que uno de los personajes lo distrae, baja la tensión y vuelve a su nivel las aguas de la convivencia.
El nudo de la novela es la crisis de salud física de tres de los personajes por los rigores del clima: el de las puertas cae en la fiebre y aún con camisa de fuera intenta coseguir el efecto del toquido; Pomerántsev vuela y enfrenta a diablos y personajes rojoas y oscuros, y Petrov es perseguido por el terror hasta que fallece por esta causa.
Muerto, Petrov es reclamado por su madre y hermano. Se siente la tensión entre madre e hijo vivo. El terreno de la locura se amplía, cubre a esos personajes externos llenos de rabia y de misterios, de actos incluidos en sistemas de vida que son imposibles de seguir por el lector, a quien sólo le queda la certeza de haber asistido al mar interno del hombre, a la confusión de la mente y a su control dentro de una institución; pero la locura parece estar también afuera, al final de cuenta no nada más en la madre que intriga, sino en el hombre que viene por el enfermo loco y da muestras de estar a punto de entrar allí a partir de su expresión.
El hijo miraba con una curiosidad malévola la cabeza temblorosa y cana de su madre; recordaba las cosas insensatas que le decía en el camino y pensaba que estaba loca, que abajo, en los aposentos cerrados, había locos; que su hermano, que acababa de morir, estaba loco, y no paraba de inventar historias ridículas, viendo enemigos por todas partes, figurándose que le perseguían a cada paso. ¡El pobre desgraciado imaginaba que tenía enemigos! ¿Qué le hubiera dicho si, en efecto, los hubiera tenido como él, el escritor, reales; poderosos, implacables, infatigables, que no retrocedían ante la calumnia y la denuncia?
Andréyev dibuja un mundo donde la normalidad acompaña en mucho a los locos, y donde al final de cuentas la anormalidad de la vida también está entre todos los cuerdos y habla de la enfermedad de la mente, del padecimiento del alma.
Si “Los espectros” habla de los locos, del mal interior, “Las tinieblas” podría ser la vida de los cuerdos, de los externos, de los que buscan el cambio y la renovación del hombre en y junto con la sociedad. Lo incómodo de Andréyev es que esa cordura es un ejercicio de la violencia, El personaje tiene ideas de disolución del estado de cosas y tendrá que llevar a cabo un hecho de armas. Se trata de un joven inocente y virgen. Falta tiempo y un estado de intranquilidad lo posee. Debe estar a la hora justa y hacer lo planeado. Y el espacio que escoge para pasar ese tiempo es un prostíbulo.
La inocencia y la perdición. La preservación del ideal revolucionario en un espacio donde lo que priva es el mercado de la carne y el comercio sexual paralelo al gran monumento que es el matrimonio, la familia y la preservación de la especie. Pero ese es un terreno moral y una de las cosas que habrá que derrumbar es justamente esa área de dictados, puniciones y desviaciones. ¿Pero es el mejor espacio para conservarse puro y fuerte para llevar a cabo su labor de demolición?
El personaje encuentra una madriguera que resguarda su inocencia, con todas las connotaciones que esta palabra pueda tener. Pero la moral no es sólo de origen religiosa, también tiene una historia por el lado de política o de la civilidad. Ser íntegro puede, y la modernidad lo exige, poner por encima la libertad del hombre, por encima de los lugares que se han creado para corromper e inutilizar al hombre rebelde, al hombre crítico.
La casa de citas se convierte de madriguera en ratonera, trampa, pero antes la mujer se convierte en interlocutora del personaje masculino y el espacio, ridículo e inferior, trampa indeclinable, permiten contrastar ese valor puro del personaje y librar de prejuicios y miradas condenatorias la palabra sencilla y precisa de esa mujer.
―Pero después de eso, ¿a dónde podrías ir ya? Ten cuidado, querido, no valen trampas. Tú no eres un canalla como los otros. Si eres puro, honrado, te quedarás aquí y no irás ninguna parte. No te he estado esperando en vano.
A veces como coro, o como simples figuras de filtración, las otras mujeres deforman y alteran a los dos personajes, a uno dándole el relieve que tiene de por sí dentro de la casa, a otro por sustracción del grado de pureza y con ello del preciso valor del humano de todos los días.
El desenlace ni siquiera lo tengo que contar, la devaluación del héroe o del transgresor solo confirma la mirada escéptica del autor. Encerrado en un agujero, el animal cumple su destino y la maquinaria también. La inocencia queda a salvo, pero en el mundo del éxito, el personaje (y puede ser del bando que al lector le guste) ha caído para siempre
―¿No le da a usted vergüenza? ¡Póngase al menos los pantalones! Le están mirando unos señores oficiales… ¿Esto es un héroe? ¡Con una prostituta! ¿Qué dirán tus camaradas? ¡Canalla…!
(He de referir en este momento la rememoración de un capítulo de “Tiempo de silencio” de Luis Martín-Santos, una de las mejores novelas del siglo XX en España. Allí también el personaje inocente es atrapado en la habitación de una prostituta)
Sea el interior o el exterior, la locura o la punición militante, Andréyev hace de la narración un universo autosuficiente y trasmite al lector la experiencia de vida que el tal lector deberá confrontar con los universos en que interactúa. Después de tantos vaivenes en el tratamiento de la locura, después de tantos reveses de los asaltos armados, Andréyev vive. Y más sus narraciones.