Teresa Mollá Castells/ Desde la luna de Valencia
Cimacnoticias
Escribo justo el Día Internacional del Libro y hace un rato navegando por las redes me encontré con una entrada en una de ellas de mi querida Begoña Piñero en la que nos recordaba a las niñas y mujeres a las que impiden leer o, directamente no se las enseña con el claro objetivo de mantenerlas en la ignorancia y, por tanto, al servicio del patriarcado.
La verdad es que no consigo recordarme sin uno o varios libros sobre la mesita de noche o sobre el brazo del sofá y, últimamente y como consecuencia de problemas con las cervicales, sobre un pequeño atril que previsoramente me regalaron mis hermanas.
En casa de mis padres fuimos criadas cinco hermanas y las palabras que más recuerdo desde que tengo uso de razón siempre fueron dos: “lee” y “estudia”. Su mayor obsesión era nuestro aprendizaje y se esforzaron mucho y renunciaron a mucho por conseguir que nosotras pidiéramos estudiar un mínimo. Ese mínimo era el BUP en tiempos en los que todavía nos podían poner a trabajar a los catorce años para colaborar en la economía familiar.
He recordado ese esfuerzo de una pareja en la cual él era un albañil de una fábrica de mantas y ella una ama de casa de, además cosía para otras personas; tuvieron cinco hijas a las que se empeñaron en inculcar el amor a los libros cuando leí el post de Begoña.
El esfuerzo de mis padres es un ejemplo de lo claro que ambos tenían en que solo la cultura de los libros nos podría salvar de una vida de sometimiento y nos aportaría claves para decidir qué y quienes querríamos ser en el futuro.
Ellos, a sus ochenta y cuatro y ochenta y tres años siguen leyendo lo que pueden y nosotras somos lectoras voraces gracias a ellos.
Pienso en todas las niñas a las cuales impiden aprender a leer para que se dediquen a transportar agua para la familia o a cuidar a sus hermanos menores mientras sus padres se matan a trabajar para poder darles de comer y reconozco que se me parte el alma.
Se me parte el alma porque les roban un derecho básico como lo es leer y, por tanto, también les roban el acceso a la cultura, al conocimiento, a la libertad de pensamiento, de decisión, en definitiva a la libertad en sí misma.
Al robarles ese derecho, también se les está negando un futuro fuera de las imposiciones familiares o culturales, sobre su propio cuerpo y a decidir sobre su propia vida que es lo que siempre ha pretendido y, en demasiadas ocasiones ha conseguido, el patriarcado con sus imposiciones y sus privilegios.
La subordinación histórica de las mujeres solo comenzó a cuestionarse cuando las mujeres tuvimos acceso a la cultura y, por tanto, a exigir salir de ese espacio de dominación que tan cómodo le resulta al patriarcado.
Ya Safo y Aspasia de Mileto, fundaron escuelas de mujeres en donde las alumnas eran educadas para ser libres. Y estamos hablando de los siglos VII antes de Cristo en el caso de Safo y del siglo V Antes de Cristo en el caso de Aspasia. En ambos casos las dos fueron conscientes de la necesidad de educar a las niñas para poder avanzar en libertades. Después llegaría Hypatia a la que ya asesinaron por haber cuestionado las creencias y, por tanto, la cultura tradicional masculina.
Después llegaron muchas más que exigieron educar a las niñas para que fueran libres. Incluso hoy en día vemos que la ausencia de ese derecho fundamental se sigue utilizando para coartar la libertad de las mujeres. De ese modo y desde la incultura y el miedo son mucho más dóciles a los cánones y dictados impuestos.
No solo es importante leer para saber y estudiar. También es importante leer a las maestras feministas para poder dar nombre a malestares, situaciones injustas, tipos de explotación a las que son sometidas demasiadas mujeres e incluso nuevas formas de neopatriarcado como el que estamos viviendo en la actualidad con el impulso y por extensión, la complacencia de una pseudo izquierda que venía a cambiar la política y lo que ha hecho ha sido maquillar el patriarcado de purpurina, mucho brilli, brilli, mucho tacón etc., que esconde nuevas formas de opresión hacia las mujeres y que refuerza al patriarcado, de nuevo.
De ahí que entendamos la traición y hayamos decidido no volver a apoyarles en ningún momento. De ahí también que, al leer y compartir opiniones hayamos coincidido muchas más de las que posiblemente esperaban y les estemos plantando cara, pese alas amenazas y los insultos.
Leer, ese acto sin apariencia de peligro resulta esencial para poder defendernos del patriarcado, de la incultura y de tantas humillaciones que nos siguen imponiendo a las mujeres en tantos lugares del mundo. Un acto revolucionario en sí mismo y precisamente por esa condición es impedido en tantos lugares. Porque la ignorancia el miedo y la sumisión van de la mano. Y los nuevos amos del mundo necesitan gente sumisa para poder ser más amos y más poderosos.
Hemos de continuar leyendo para seguir aprendiendo a desmontar las injusticias y las situaciones de barbarie que se siguen dando. Revindiquemos el derecho universal de todas las mujeres y niñas a leer para cambiar sus vidas y, por extensión, cambiar sus realidades y la del conjunto del planeta.