Alejandro García / ]Efemérides y saldos[
Cabía una tercera posibilidad: que no hubiera descubierto la impostura de su marido, o que diera por buenas sus mentiras. Sin embargo, una breve reflexión hacía aquella hipótesis insostenible: resultaba demasiado evidente que la versión que él daba de las cosas tendría que haber chocado en más de una ocasión con lo que ella sabía.
Henry James
El pintor irá construyendo una red interpretativa de la supuesta infelicidad de la esposa, que le permitirá seguir estando (al menos eso cree él) dentro del campo del deseo, en ese triángulo amoroso que sólo existe en su mente.
Max Lacruz
Una de las escenas finales de “La viuda negra” (filmada en 1977, exhibida hasta 1983), película de Arturo Ripstein basada en la obra de teatro “Debiera haber obispas” de Rafael Solana, nos muestra a la autoasumida sacerdotisa Isela Vega denunciando los pecados y simulaciones del pueblo, obtenidos en confesión por su compañero sentimental el sacerdote Feliciano, muerto, y recabadas en el lecho y otros lugares íntimos por ella, Matea. Al principio el efecto es demoledor sobre las figuras públicas que la condenan por su papel usurpador y herético. Pero conforme se acumulan, son tantas y prácticamente implican a todos, que llegan a tornarse en contra de la denunciante y aquello termina en una risa colectiva y la mujer abandonada en el altar: la verdad ha sido engullida por la mentira y la corrupción.
Desde el título Henry James (1843-1916) nos lleva a la palabra citada: “El mentiroso” Madrid, 2016, 6ª edición, Funambulista, 173 pp.). La novela fue publicada en 1888 (el año de nacimiento de Ramón López Velarde). Es también el año en que aparece por entregas “Los papeles de Aspern”. Se trata de una novela corta, dimensión en la que James fue prodigioso, empezando por su famosa (más ahora que en su momento) “Otra vuelta de tuerca”, acompañada por “Daisy Miller”, Maud Evelyn”, “El alumno”, por ejemplo.
Una línea de lectura va por el lado de la dicotomía verdad/mentira. Instauremos un triángulo: Everina Brant, coronel Capadose y Oliver Lyon. Los dos primeros están felizmente casados y tienen una hija de nueve años. Lyon es un pintor inglés famoso, excelente retratista y hace ya algunos años conoció soltera a Everina en Munich (hace doce años que se dejaron de ver). Le propuso una relación que ella, escurridiza para sus admiradores, rechazó. En el arranque de la novela coinciden los tres en la Casa Stayes, donde el artista plástico llevará a cabo el retrato de David Ashmore, nonagenario dueño de la finca,
En ese semblanteo inicial, fulminado por la presencia de la mujer que se le fue de entre las manos, entre una compañera de reunión y una primera entrevista con David, Lyon tiene dos informaciones importantes:
Es un hombre tremendamente inteligente y divertido; con mucho, la persona más inteligente de esta mesa, a menos por supuesto, que usted lo sea aún más.
―Es un mentiroso consumado.
En cuanto a lo positivo la voz del coronel resalta en las reuniones, es atractivo para las mujeres e interesante para los hombres. Está casado con una hermosa mujer que le tiene verdadera devoción. La prueba de su militancia en la mentira se da de inmediato: ante la evocación de un viejo cuadro que Lyon dejara en propiedad de Everina, Capadose asevera fue el causante de que él se enamorara de su esposa, pero tuvieron que deshacerse de él ante la insistencia de un poderoso coleccionista, el Gran Duque de Silberstadt-Schreckenstein, quien lo vio en su casa en Bombay. Ella, con dolor de su corazón, se lo obsequió, recibiendo a cambio un valioso jarrón. Eso lo sabe de labios del coronel, pero después tiene la versión de la mujer: el cuadro lo vendieron en 200 libras en un momento de extrema necesidad económica y lo demás es mentira y es invención. Capadose no es alguien que se eche para atrás, continúa en la vida, haciendo sentir cómoda a la gente que lo acompaña.
Pero el ego de Lyon está herido, ¿por qué Everina eligió a Capadose y no a él? Elabora tres hipótesis: Everina se avergüenza de las mentiras de su marido. Everina sabe y apoya esas mentiras. O tercera: ignora la condición perversa de ese hombre y él, antiguo aspirante a sus afectos, podrá develarle el misterio. Aquí ya pasamos de la hipótesis a las acciones para resolver el problema. Pero, como entenderá el lector, ¿cuál es el problema? ¿Hacer una tesis irrebatible en torno a la mentira? ¿Buscar la supremacía de la verdad? ¿Descubrir la mentira y denunciarla? ¿Castigar al mentiroso? ¿Rescatar a la mujer arrebatada? ¿Rescatar a las víctimas de la mentira?
Lyon ha construido un triángulo sin el consentimiento de dos de los constituyentes, pues una parte de él se cree merecedor del afecto de la mujer y otra lo lleva a denunciar al mentiroso. En descargo de los esposos, Everina nunca muestra un sentimiento de amor por él, tampoco de arrepentimiento por su pasado o por sus elecciones y Capadose es capaz de evadir cualquier reclamo o responsabilidad que lo lleve a perturbarlo.
Entonces, el problema es del personaje Lyon, el pintor, el retratista y utilizará su arte para mantenerse cerca y para elaborar un acercamiento a la realidad verdadera a través del rostro del coronel Capadose. También hace un cuadro de la hija, mas es una estratagema para cercar a la madre en sus afectos y al rival en sus delitos.
El arte del retrato le ha dado la fama y la presencia social que él piensa fue fundamental en su ausencia cuando se declaró a Everina. A estas alturas es claro que Lyon anda en busca de experiencia fuera de lo común (como pedir un cuarto en la zona de la finca donde se dicen que suceden cosas inexplicables), pero que también tiene un problema consigo mismo y con los afectos de la gente, en particular con los de la bella joven que lo mandó a paseo en Munich, cuando apenas era un estudiante. Ante la pregunta de si la falta de reconocimiento fue fundamental para el rechazo, ella le asegura que sabía que triunfaría pronto. En el ilusorio triángulo, en el espacio novelesco, se da una competencia entre los dos hombres, impulsada por el pintor y hasta cierto punto consentida por el modelo. En algún momento el lector podrá tener una decisión en torno a los personajes.
Surgen otros problemas, para ya no atosigar al lector con nuevas hipótesis.¿El retrato es una posibilidad de la verdad? ¿Es real el retrato? ¿El arte sirve para denunciar la mentira y dar su lugar primero a la verdad? ¿Es el testimonio de una mente enferma por el rechazo de una mujer? Esta es la segunda línea de la lectura, y en ella se mezcla el papel del arte y la condición del individuo, entre ellos el de un practicante del retrato. No debemos olvidar que la novela misma es un retrato de un mentiroso y, a la vez, de su juzgador retratista dentro de la novela, Oliver Lyon. Conforman el cuadro la mujer enamorada del marido y la hija que es producto de esa relación de al menos diez años.
Volvamos al asunto de la falsedad. La segunda gran mentira tiene lugar casi al final de la novela, cuando Lyon les dice que el cuadro ha sido destruido e interpela a ambos si alguno de los dos lo hizo. Ellos le echan la culpa a una aspirante a modelo, Geraldine, que alguna vez se presentó al estudio a pedir trabajo. Alcoholizada y confusa, permite que Capadose invente una relación entre esa mujer y él. Geraldine es un buen contraste con respecto a Everina. La primera es grosera, inculta, es medio para que el pintor haga arte, pero ella no sabe lo que eso significa. Su lenguaje es limitado y ofensivo. En cambio Everina es prudente y fiel, solidaria con su esposo y protectora con su hija. Su retrato se ha ido a la colección de alguien del que finalmente no conoceremos su identidad.
Pero lo relevante sucedió antes del enfrentamiento entre los tres. La asistenta le comenta a Lyon que una pareja ha entrado a su estudio. Oliver hace el papel de voyeur ante las reacciones de los dos frente al cuadro. Everina está fuera de sí, llora y se queja de la fidelidad del cuadro. ¿Fidelidad a qué? Para Lyon fidelidad a la verdad que ha logrado trasmitir en la imagen para dejar allí la aventura viviente que es Capadose. ¿Para Everina es la cara oculta de su esposo que ha develado el pintor? El narrador de Henry James renuncia a la omnisciencia y suele ocultarnos partes de la totalidad o perspectivas que el narrador tradicional resolvía sin problemas. Ha llegado el tiempo del desasosiego. El caso es que Capadose destruye el cuadro desgarrándolo y después huyen.
―Es cruel. ¡Dios mío! ¡Es demasiado cruel!
―¡Maldito sea! ¡Maldito sea! ―repitió el coronel.
―Está todo ahí. ¡Todo! ¡Está todo ahí! ―continuó la señora Capadose.
―¡Caray! ¿Qué es todo lo que está ahí?
―Todo lo que no debería estar. Todo lo que él ha visto. ¡Es terrible!
Loyd cae en la mentira cuando no les advierte que los ha visto y oído. Desde luego, les ha mentido desde la persecución, que de suya se disfraza de afán alto de retratar a Capadose. Igualmente miente cuando acepta la versión de la destructora. Loyd No puede salvar a la mujer y tendrá que incluirla en su segunda hipótesis.
A esta altura se atan las dos líneas argumentales: la de la mentira y la del retrato y como parte de esta segunda la aventura del individuo para denunciar ciertas peculiaridades del ser humano, en este caso el de un mentiroso que, pese a su falta, tiene contentos a sus comensales, tiene feliz a su esposa y a su hija. El mismo David Ashmore lo había advertido:
―Ni por asomo puede usted considerar a este hombre un sinvergüenza. Lo que hace no perjudica a nadie. No tiene mala intención. No roba ni estafa. Tampoco juega ni bebe. Es muy amable. Está apegado a su esposa y es cariñoso con su hija. Simplemente, no es capaz de ofrecer una respuesta sincera.
Como en “Otra vuelta de tuerca” James saca provecho de la ambigüedad y de esa limitación que infunde a su narrador. Qué sucedió realmente en aquel estudio, qué vieron los esposos ante el retrato inacabado del mentiroso. Es probable que se encontraran ante la obra perfecta, capaz de descubrir la esencia de ese ser a quien la verdad no importa; pero también es probable que sea nada más el tósigo que el pintor ha arrojado sobre el personaje, el reclamo que no se atreve a hacer en el mundo de las acciones. Es posible también que ella por fin caiga en cuenta del tamaño de su equívoco. Como en los dramas shakespereanos no sucede nada, las aguas vuelven al cauce y la realidad puede seguir como siempre, sin el triunfo de francotiradores que van en pos de víctimas aduciendo la pureza de ideales y valores.
La relatividad es fundamental en Henry James, por eso recurre a la ambigüedad. Son esos dos valores los que en su momento pudieron pesar para que no fuera un autor de masas o de aclamaciones, a la manera de Victor Hugo o, más cerca, de Dickens. A pesar de su larga trayectoria, James pasa gran parte de su vida en Inglaterra, lejos de Estados Unidos, se inscribe así en un mundo literario amplio bajo el peso de la lengua inglesa, pero en dos literaturas de desarrollo diferente. Por un lado una inglesa que viene del brillo de sus Siglos de Oro y por otro un país naciente que pronto da los productos para exigir un lugar propio en las letras mundiales. Extranjero como Conrad, Kipling, James es parte de las dos literaturas y, a la vez, abarca los dos siglos. Su literatura llega a ser lejana del naturalismo y del decadentismo finisecular, también le falta para enrolarse en la gran literatura del yo que se desplegará a partir de Proust.
En “El mentiroso”, Henry James, ya dentro de su periodo de madurez (tiene 45 años en el momento de la publicación) disemina algunas de las claves de su gran literatura: el realismo (casas, estudios, nada fuera de lo normal), la competencia, el paralelismo, entre personajes, así sea de un solo lado (Loyd y Capadose), el arte (el retrato) y la relatividad de la verdad y la mentira.
Una de las lecturas que se desprende después de la primera de El mentiroso” es la de ir tras el personaje perseguidor. ¿Por qué le preocupan tanto a Oliver Loyd la verdad y la mentira? Ya dijimos que él mismo miente para saber más allá de lo que ha visto y, tal vez, para escuchar lo que le conviene escuchar (la mujer lamentablemente nunca se muestra arrepentida y menos corre a sus brazos a pedirle perdón). Más allá de la zanahoria de descubrir el mal de Capadoce, Loyd quiere hablar de lo suyo, desfogar su problema. El narrador no se lo permite, como sí lo harán años después Joyce y Woolf en lengua inglesa.
Desde luego que Loyd viene de un mundo de mentira, un mundo de autoflagelación que, a pesar de todo o quizás por eso, le ha permitido el éxito y el aprecio de sus conciudadanos. Pero no es capaz de soportar la felicidad de su antigua pretendida, tampoco el desparpajo de su rival. En un mundo de mentirosos, como en la película de Ripstein, no reciben el castigo pinochesco de crecimiento de la nariz, pero sí así fuera, tanto Matea como Loyd tendrían que cargar con la gran nariz por las calles del pueblo. Por eso el pueblo ríe, por eso Capadose ríe, así conjura el convertirse en narizotas.