Opinión

Pita AmorElvira Hernández Carballido / Bellas y Airosas

SemMéxico, Pachuca, Hidalgo. Tenía yo 20 años cuando paseaba por la Zona Rosa. El vestido colorido que iluminaba un escaparate llamó mi atención y decidí entrar a la pequeña boutique. Mientras admiraba la ropa que lucía cada maniquí. De pronto se escuchó en el lugar una voz potente, apasionada y a todo pulmón, la sorpresa me provocó un gran sobresalto. El tono delataba que se trataba de una mujer mayor, lo confirmé al voltear a verla. Su rostro estaba exageradamente maquillado. Sus ojos enormes miraban la nada. Su boquita en forma de corazón, se transformó en mar de palabras. Ella empezó a recitar:

Cansada de esperarte.

Con mis brazos vacíos de caricias.

Con ansias de estrecharte.

Pensaba en las delicias.

De esas noches, pasadas y ficticias.

Al concluirlo, hizo reverencias de agradecimiento. La mujer iba a declamar otro poema, cuando las chicas que trabajaban en ese lugar la tomaron del brazo mientras le hablaban con cariño y le reconocían su sensibilidad, su maestría, su emoción. Poco a poco la llevaron a la salida del pequeño espacio y la sacaron del lugar con mucha discreción y respeto. Hasta ese momento la reconocí:

-¡Oh, es Pita Amor! -Exclamé llevando mi mano al corazón.

-¿Pita Amor? – Preguntaron las chicas de esa boutique.

Su nombre verdadero fue Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein. Poeta, diva y musa, ángel y demonio, belleza y pasión, locura y sensatez, cuerpo y alma, sensualidad e inocencia. Nació el 30 de mayo de 1918 y murió el 8 de mayo del 2000. Todas y todos la amaban y todas y todos la odiaban. Ella misma se delataba en todo su esplendor:

Yo de niña fui graciosa.

De adolescente llorona.

En mi juventud cabrona.

Y en mi verano impetuosa.

No hubo hombre alguno que no se rindiera ante ella, desde Pablo Neruda hasta Diego Rivera, desde Albert Camus hasta Alfonso Reyes. Pero Pita Amor fue algo más que una mujer hermosa, coqueta y cachonda. Fue y sigue siendo palabra y discurso, inspiración y sensibilidad. Sus versos fueron comparados con el fuego de los volcanes. El pronombre “Yo”  late en toda su poesía. Persiguiéndose a sí misma se encontraba en cada poema donde se describía. Dueña de sí misma, soberbia en su humildad. Te identificas con ella porque descubres que fue una mujer que desea, que reconoce sus deseos y jamás guardó silencio. Nunca calló sus sentimientos, ni sus miedos, menos su fuerza. Escribió para delatarse, escribió para provocarnos, para no asustarnos cuando la pasión desborda tu sensatez, para estar alerta cuando el romanticismo amenaza dulcemente con hacerte prisionera. Pita Amor se liberó en cada palabra que escribió y que recitó en cualquier escenario:

En mi impetuoso ardor vuela mi afán.

Y mi lava se esparce por la tierra.

Quema los montes, por los campos yerra.

Se acerca al mar, petrificando ríos.

Y no logran sus trágicos desvíos.

Arrancar las raíces del volcán.

Quienes han estudiado su obra consideran que “Yo soy mi casa” es su mayor grandeza poética, publicada en 1946.

Me estoy volcando hacia fuera

y ahogándome estoy por dentro.

El mundo es sólo una esfera,

y es al mundo al que pidiera

totalidad, que no encuentro.

Totalidad que debiera

yo, en mí misma, realizar,

a fuerza de eliminar

tanta pasión lastimera;

de modo que se extinguiera

mi creciente vanidad

y de este modo pudiera

dar a mi alma saciedad.

Nadie ha podido olvidarla, por eso se sigue escribiendo sobre ella, se han hecho documentales de gran calidad como el titulado “Pita Amor: Señora de la tinta Americana” (2015) y “Pita Amor: A la eternidad sentenciada” (2018). Sus libros se siguen reeditando y las nuevas generaciones se interesan en conocerla. Hace poco me sorprendió que mis estudiantes la elegieran para hacer un video sobre su vida, entusiasmados con sus poemas. Quienes la conocieron la evocan con admiración y quienes solamente la han conocido, siempre quedan atrapados en sus frases. En un compendio de su obra es descrita de la siguiente manera por Roberto Fernández Sepúlveda:

Guadalupe Amor siempre ha sido “más autónoma que la Universidad”. Bajo ese principio rector ha normado una existencia y un arte que en vuelo solitario, como corresponde a un ave de presa, han sabido traspasar las generaciones literarias, los estilos y las épocas, para hincarle el diente hasta lo más hondo a la literatura y a la vida. Pita empezó a escribir ya ceñida con la corona de laurel de las letras, que por cierto considera “simple gorro de papel”, y desde entonces maneja a placer la métrica y estructura clásicas: la décima, la lira y sobre todo el soneto, que han sido el vehículo de una poetisa que se ejercita en temas y descripciones que sólo pueden pertenecer a tamaña originalidad personal. De la A a la Z no hay cerro que se le empine ni cuaco que se le atore.

Es muy reiterada la opinión de que empezó tarde, tenía 27 años cuando dio a conocer su primer poema, el mismo que escribió con un lápiz de cejas y plasmó en una servilleta. Se los compartió al historiador Edmundo O´Gorman que no dudó en publicarlos el 16 de septiembre de 1946. Después ya nada pudo detenerla. Beatriz Espejo advirtió:

Pita aseguraba que escribía con enorme facilidad siguiendo ritmo y rima como si fueran música, confesaba que le costaba más esfuerzo vivir que hacer poemas y condenaba a los escritores insinceros creyendo que cometían el peor de los errores. Reconocía que su conversación generalmente estaba reducida a problemas personales, lo mismo que sus poemas. Para ella contaba poco el mundo exterior. El soneto, la décima, la lira, el terceto, en lugar de limitar su expresión, se la desbrozaban para poderse concentrar en el contenido de sus intuiciones y abstracciones. Detestaba los nombres propios y se complacía aseverando que no usaba palabras con mayúsculas sino para nombrar a Dios, eje central de sus inspiraciones junto con la angustia y la muerte

Descarnada y mística, hereje llena de fe, pecadora digna de todos los cielos, ángel de cualquier infierno, Pita Amor nos sigue sobresaltando y provocando con su poesía.

Hoy Dios llegó a visitarme y entró por todos mis poros;

Cesaron dudas y lloros.

Y fue fácil entregarme.

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