]Efemérides y saldos[
Los descubrimientos extraordinarios del doctor de Viena cambiaron nuestra idea de la intimidad, de la sexualidad, del mundo, pero retrasaron los avances de la neurología. A veces una tomografía puede develar una enfermedad que quisimos entender solamente como parte del edificio de la mente freudiana.
Rafael Pérez Gay
ALEJANDRO GARCÍA
El cerebro de mi hermano (México, 2014, 2ª edición, Seix Barral, 141 pp.) es, según lo dice el autor, un informe con dos caras: una personal y otra sobre una enfermedad incurable. Para un lector común se trata de la historia de una persona con un padecimiento degenerativo en el cerebro. Va de los primeros síntomas, las probables primeras señales, asociadas aún al carácter evidente del protagonista, hasta las etapas de diagnósticos encontrados (esclerosis múltiple, vasos pequeños, pequeños infartos, leucoaraiosis), mientras las facultades decaen, el mal avance, llegan nuevos problemas (caída y daño vertebral), hasta la condición del hombre en la cercanía al vegetal y la muerte.
Un nuevo elemento de complicación se da cuando la narración está hecha por el hermano del enfermo. Es la historia de familia, los encontronazos, las luchas por la esencia y por la presencia, la diferencia de edad (14 años). Ésta es la historia de un chico que a los 21 años salió a estudiar a Alemania, becado por 5 años, en parte para escapar al maltrato paterno, y allá se queda 15 años, se casa con una alemana, hace su vida académica, se enrola en el servicio diplomático y regresa a México a reconocer a su familia empobrecida. Ya para entonces, el hermano más pequeño ha dado pasos iniciales en terrenos cercanos a los suyos. Lo ha hecho con las limitantes familiares, con las marcas del país, con los pesos y contrapesos del contexto. Alguna vez la liebre corrida reprobará la vida de activista de izquierda del hermano menor, criticará su afiliación a regímenes aprobados por la historia. Con el tiempo, el menor, recriminará a otro su apoyo ciego a la izquierda del 2006 durante el periodo de protesta ante la derrota electoral.
Y para lectores corridos dentro de cierta información, el libro cobra otras dimensiones cuando se sabe que se trata de la agonía del escritor José María Pérez Gay, ensayista y traductor brillante, especialista en temas de escritores de lengua alemana y en regímenes (de izquierda) de terror, diplomático, director-fundador del Canal 22, integrante del primer equipo de Andrés Manuel López Obrador en 2006.
La complejidad aumenta cuando la historia la realiza el más escritor de la familia, Rafael, el hermano menor, novelista, él mismo superviviente de un cáncer, y con un curriculum que habla de un narrador precoz, muy tempranamente publicado, y que acaso ha cabalgado con ventura con y contra el peso del hermano. Ante la ausencia del padre en esa vida cultural, vivirán dialécticamente la relación padre/hijo, hijo/padre hasta llegar a momentos epifánicos en que pueden ser hermanos iguales y libres. Suena pírrico el logro; pero la enfermedad logra esto último.
El relato consta de 12 capítulos con numeración romana, su extensión es breve, va de 4 a 10 páginas. Dentro de cada uno hay una (X), dos (I, II, III, V, VI, VIII, XI) tres (IV, IX, XII) o cuatro (VII) pequeñas piezas narrativas. Rafael Pérez Gay frena el lado sentimental de la historia, el lado trágico y el lado familiar, todos ellos materiales explosivos a la hora de dañar una narración.
El estilo breve se consolida, porque el efecto de pieza corta sólo nos indica que la profundidad es grande en cada uno de ellos, pero que la cortada es pareja, la herida es una, nos damos cuenta al final de la lectura, aunque muy pronto, en este caso casi al inicio de la lectura, también nos damos cuenta que como lectores no tenemos remedio, la historia nos daña, nos conmueve, nos indigna, nos implica y nos obliga a recorrerla de principio a fin.
Hay dos fragmentos muy breves, los más breves del libro, en las páginas 131 y 141. En el primero narra la llamada de su cuñada para decirle —Pérez dejó de respirar. En el segundo habla del proceso de escritura de Rafael Pérez Gay, al principio caudaloso, después en la seca y del temor de que no dejar ir a su hermano. ¿Había fracasado el proceso de liberación del que vive? La respuesta no es directa, acude a Flaubert: “Todo hayt que aprenderlo, desde leer hasta morir”.
Las dos historias más largas parten de las páginas 25 y 97. La primera es la partida de José María del aeropuerto rumbo a Alemania, mientras la familia lo despide y lo llora. La segunda es la etapa de izquierdista de Rafael y la intervención de José María para enmendarla y el otro lado de la moneda, cuando años después Rafael lo increpó por su terquedad junto al lopezobradorismo.
Hay tres historias también de cierta extensión dentro de la brevedad (5 páginas) que no me quedo con la ganas de compartir: Arrancan en las páginas 15, 57 y 119 y se refieren respectivamente: primero, lo que después Rafael pudo señalar como indicios de la enfermedad: el sueño, el cansancio, las caídas; segundo, el puente dental que se daña José María cuando como en casa de Rafael y que le permite a éste establecer la figura del puente entre padre y cada uno de los hijos y el puente que se establece entre hijos; tercero: el perverso juego de Monsiváis cuando dejó el Suplemento de Siempre, cuando le hizo creer a Rafael que sería el encargado, e incluso lo citó para hablar con Pagés Llergo, y se enteró por otro medio que el bendecido era Taibo II. Guerras entre hombres cultos. Pese a la enfermedad, José María lo entiende, al parecer no lo sabía.
Sin duda éste es un libro que merece leerse, no sólo por la figura pública que seguramente se desvanecerá pronto, ni siquiera por un escritor que muy probablemente, si no es que ya, superará al hermano y esto libro contribuirá porque el estilo sobrio acaba con las facilidades y guiños al lector, sino porque la condición humana aquí se ve en su levedad, en su frágil estabilidad.
En algún momento nos pidió que notáramos algo sin que Pepe lo viera: metió una abatelenguas hasta la campanilla y más allá sin que mi hermano tuviera reflejo alguno, la deglución se había perdido en su mayor parte.
Aquí hay guerra y lamento ante la injusticia, incomprensión de los renglones escondidos del mundo, claroscuros del viejo mito de Caín y Abel. Pero ante todo hay el reposo en el polvo de los más arrogantes guerreros, los músculos yacen prestos a iniciar su confusión con la tierra, pero sobre todo, no más Cerebrum divina lux ratio