Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[
Una historia no tiene ni principio ni fin: uno elige arbitrariamente un momento de la experiencia desde la cual mirar hacia adelante o hacia atrás.
Graham Greene
Nunca volvió a estar tan cerca de la obra maestra Graham Greene como en “El final del affaire”. ¿Por qué no llegó a escribirla, teniendo el excelente oficio, la buena cultura y la pasión por la literatura que tenía?
Mario Vargas Llosa
Estas semanas de encierro forzoso me han permitido leer y releer a Graham Greene, especialmente sus obras fundamentales entre 1940 y 1951: “El poder y la gloria” (1940), “El revés de la trama” (1948) y “El final del affaire” (1951). En 2019, Libros del Asteroide (Barcelona, 311 pp.) publicó la tercera con el título consignado frente al de “El fin de la aventura”, que fue en años pasados de los sellos Edhasa en España y Sur en Argentina. Incluye un epílogo de Mario Vargas Llosa: “Milagros en el siglo XX. El fin de la aventura de Graham Greene”, no escrito a propósito de esta edición, sino que forma parte de la segunda entrega de “La verdad de las mentiras” (2002) (en la primera el inglés no estaba incluido. En la segunda sí y por partida doble). También se publicó en nuestro país en “Letras libres” (1999).
Maurice Bendrix, un escritor de relativo éxito, se encuentra una noche de 1946, en las calles de la convaleciente capital de Inglaterra, a Henry Miles. De inmediato recuerda, rememora a Sarah, la esposa del diligente funcionario de gobierno. Han pasado casi dos años del último encuentro entre Sarah y Bendrix, tiempo marcado por el odio y el resentimiento. ¿Por qué se fue ella? El marido nunca lo supo, pero fue una relación de años como amantes, intensa, única, capaz de mantener el buen trato con el marido y guardando la convencionalidad, ella como mujer casada, Henry como caballeroso anfitrión y Bendrix como asiduo visitante al hogar del matrimonio.
"Por el momento, un amante afortunado. Aquella mujer, a la que yo amaba de forma tan obsesiva que, si me despertaba de noche, al instante me encontraba con una imagen suya en mi pensamiento y en mi sueño, interrumpido, parecía entregarme todo su tiempo. Pero a pesar de todo eso, yo no podía depositar confianza alguna en ella: en el acto del amor podía sentirme arrogante, pero una vez a solas me bastaba mirarme en el espejo para percibir mis dudas..."
Al igual que el mestizo va en busca del Páter Whisky para entregarlo a la justicia humana y la mujer de Scobie regresa de Sudáfrica para hacer patente el pecado que comete al mantener la relación con la náufraga, aquí el marido trae el pasado a Maurice. Además del recuerdo, hay una encendida extra de la mecha: Henry sospecha de la fidelidad de Sarah y se lo cuenta con un trago enfrente. Bendrix cae en la trampa, porque entonces emprenderá acciones para averiguar quién ha venido a sustituirlo.
En lugar del odio que ha llenado su interior, aparece el amor otra vez o, peor, esa ave perniciosa que picotea el interior del hombre y lo ofusca sin misericordia: los celos. El inicio de la novela es ágil y compromete pronto al lector, como suele acostumbrar Greene, pero también muy pronto está uno en el centro de una gran intensidad: la pasión o la fuerza interior de Maurice, quien va con un detective y pide la investigación sobre los pasos de Sarah.
La mente del personaje narrador se carga, duda, busca, culpa incluso al tiempo que la distancia los mantuvo a resguardo a cada uno. También en contraste con el sacerdote y el policía de las novelas mencionadas, el primero con sus dudas entre entregarse o escapar, el segundo con sus preocupaciones por seguir a la esposa o mantenerse en la colonia, a lo que se agrega la duda sobre si se es buen sacerdote o buen cristiano, el personaje de “El final del affaire” no tiene ese problema de engaste existencial y religioso. Por lo menos eso cree. Así que esa parte de celos puros se acompaña de la revisión de la aventura entre hombre y mujer, del aprovechamiento de la ocupación del marido en asuntos de pensiones y otras labores burocráticas. Todo va bien. Así transitan de la paz a la guerra, se benefician de la perturbación de la vida cotidiana, pero también ésta les cobra.
Una noche de bombardeo alemán, después de hacer el amor, sienten el obús en el edificio. Él se mueve unos metros para buscar un mejor sitio de protección. Ella se queda en la cama, en espera de lo que cree será rápido. Un nuevo proyectil impacta el inmueble. Maurice cae atrapado por una puerta. Sarah sale a indagar y encuentra a su amante inmóvil, muerto. Jura que si salen de ésta, todo habrá de cambiar. Poco después Bendrix aparece. Sólo estaba inconsciente. Después de eso se despiden y ella lo considera un final.
Hay un personaje peculiar en la novela que sirve como pantalla. Uno piensa que será un adyuvante en contra de Maurice. Se trata de Parkis, el auxiliar del detective Savage. Hombre sencillo, un poco caricaturesco, como el Mestizo, se acompaña de su hijo para realizar sus investigaciones. Él le entrega un diario de Sarah, que consigue con la ayuda de una empleada doméstica. Allí el narrador deja la palabra a Sarah. Y también deja de ser la trama que se soporta en el detective o en la búsqueda del responsable. O tal vez no, pero la novela gira. Con la voz de la mujer se completan las piezas del rompecabezas.
Entre tanto la relación amistosa de Sarah y Bendrix se reanuda, también la pregunta del porqué se separaron. La voz del diario declarará el amor absoluto por el amante y cómo sentía y siente que sus actos resultan incomprensibles. La novela encuentra otra línea de trama, que va en la formación del personaje Sarah. Ella fue bautizada en secreto. Y a partir de un crítico de la religión católica en la plaza pública comienza a mover los cimientos y la estructura de su formación. ¿Hay un Dios? ¿Cómo funciona el pecado? Cuando ella sale a buscar a su amante, primero no lo ve, después considera que está muerto. Ella promete que si él vive, si regresa de la muerte, lo dejará, será el precio para que él viva. Y entonces todo lo que sigue es un cumplir su palabra.
"Me arrodillé y apoyé la cabeza en la cama, y deseé poder creer, Amado Dios, dije ─¿Por qué amado, por qué amado─, haz que crea. Yo no creo. Haz que crea. Dije: soy una zorra y una farsante y me odio a mí misma. No sirvo para nada bueno. Haz que crea. Cerré los ojos y los apreté muy fuerte me clavé las uñas en las palmas de la mano hasta que no sentí nada más que dolor. Y dije: creeré. Deja que viva y yo creeré. Dale una oportunidad. Deja que disfrute de su felicidad. Hazlo y yo creeré. Pero eso no era suficiente. Amar no hace daño, así que dije: lo amo y haré lo que sea con tal de que le permitas vivir. Dije muy despacio: lo dejaré para siempre si permites que viva y le das una oportunidad".
A dos tercios de novela se ha acabado la trama que sigue al responsable y al celoso. Y deja su lugar al personaje que se convierte y es fiel al milagro. No hay mucho que buscar dentro de la trama dispuesta para triunfar en el lector. Además Sarah muere, el marido por fin cae en cuenta de que el amante fue Bendrix y ya desde antes estaba dispuesto a olvidar el affaire con tal de seguir con ella.
Greene persigue el asunto del milagro: Parkis va y le cuenta que su hijo ha sufrido una curación repentina de sus males a causa de unos cuentos infantiles que fueron de Sarah y el polémico predicador ha borrado la cicatriz que atravesaba su cara. Habrá que decir que Sarah llegó a besar esa cicatriz. Tremendo trío de elementos (el otro es la salvación de Bendrix) para un momento literario en que la religión católica está fuera de la literatura, por lo menos de los grupos de poder, ni marxistas ni existencialistas parecían comer de esos frutos.
“El final del affair” renuncia a la construcción de la gran intriga y entra a levantar el envés de la otra, al igual que en "El revés de la trama". El caso está resuelto para Maurice, pero al menos sabrá con toda certeza el tamaño del amor de Sarah. También está resuelto para Sarah, quien está muerta y fue congruente con lo que empezó a aparecer como formante fundamental de ella misma. El problema es para el lector, acostumbrado a tramas redondas, bien construidas.
Lo pondría de la siguiente manera: frente al escritor que levanta un mundo mediante la palabra y lo torna autosuficiente, mete al lector y lo hace cooperar, a la manera de las obras de las mejores de Vargas Llosa, frente a éstas estaría el escritor que se inyecta a la vida y allí, con el dejarse llevar por la corriente encuentra el misterio y los dobleces de los personajes. En el primer caso el lector hace el mundo del escritor, en el segundo el lector vive el mundo del escritor. Son dos maneras de funcionar de la literatura. En la primera, el lector se queda conforme, ha quedado resuelto el misterio o dentro de los límites de su comprensión, en el segundo caso la duda queda, la trama está incompleta, la duda, la inseguridad, la incertidumbre es el ingrediente de la vida que aviva la literatura.
Yo no sé si "Ulises" sea una obra perfecta, el caso es que se impone por su monumentalidad y por opinión de los sectores sapientes. También podemos aludir a que el dominio de otros elementos del discurso ocupa el lugar de la trama. La lectura es una aventura mucho más incierta. En lo que vamos del presente siglo la atomización de la mirada y de los juicios permite que se recompongan muchas opiniones que se juzgaban definitivas. El regreso a la Segunda Guerra Mundial, la aparición de los sectores no manifestados durante la Resistencia, como son los personajes de Modiano, permite ver más allá del intelectualismo de izquierda y de los existencialistas, que sacaron al catolicismo de la banda literaria. Los creyentes se quedaron sin voz o sin más alternativa a migrar a una de las impuestas.
Los personajes de Greene se parecen mucho a las personas que conocí en mi infancia, a algunas con las que crecí. Recuerdo cómo vivían la infertilidad, el engaño, la pasión: historias sin planteamiento ni final, listas para asomarse a ellas, al correr de la vida, con o sin la vigilancia de Dios. Recuerdo el tránsito al llamado Uso de Razón, la dificultad para acotar el pecado, las pocas opciones para la libertad y el placer y recuerdo que también hui de esos abrevaderos, pero no tan lejos: reclaman su trama.
