
Foto: Carolina Amador / Express Zacatecas
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A lo largo de la historia, la violencia contra las mujeres se ha sostenido y replicado por una sociedad que se ha mostrado incapaz para percibir la realidad, de manera que, los actos violentos los han aceptado y tolerado; pareciera una especie de adaptación inherente al ser humano que le permite habituar la violencia como parte la vida cotidiana.
Además, la sobreexposición a la violencia en medios de comunicación, la falta de sanciones por comportamientos violentos o la influencia de normas culturales que la justifican, han contribuido a esta normalización.
Es así, como la inmunización a la violencia ha transformado la mirada de miles de personas que comparten espacio en esta sociedad, lo que ha ocasionado una relación compleja de la imagen entre el conocimiento y la concepción del mundo; es decir, lo que perciben a través de los sentidos, no coincide con la realidad material que se vive.
De ahí que, a pesar de la información que evidencia las atrocidades de la violencia, aun existan personas que se aterrorizan con el poder que desprenden las imágenes que manifiestan una representación visual de la realidad.
Y es justo la intención que buscan los movimientos sociales al intervenir y distorsionar estéticamente los espacios públicos que representan o simbolizan la costumbre, la tradición, la autoridad, la política y a la sociedad, pues solo a través de la disrupción las personas activan su mirada y presencian la realidad social.
Lo cual, si bien puede resultar transgresor para algunos observadores, para otros representará la destrucción de la falsa realidad, permitiéndoles resignificar los espacios y su posición en la sociedad, al dotarlos de una visión crítica que les habilite estar presentes en el contexto real.
Iconoclasia como un ejercicio de la libertad
La protesta social ha jugado un papel central en la defensa de la democracia y de los derechos humanos, en especial de los grupos que por su situación de exclusión o vulnerabilidad no acceden con facilidad a las instituciones gubernamentales ni a los medios de comunicación.
Su forma de acción individual o colectiva dirigida a expresar ideas, disenso, oposición, o reivindicación de sus causas, lejos de representar herramientas de petición a la autoridad pública o de denuncias públicas sobre abusos o violaciones a los derechos humanos.
Se han convertido en un escenario de acciones de represión, dispersión y limitación del ejercicio de estos derechos en el espacio público, producto de una concepción arraigada que considera a la movilización ciudadana y a sus formas de expresión como una alteración del orden público o como una amenaza a la estabilidad de las instituciones democráticas.
Si bien, las protestas generan disrupción y afectan el normal desarrollo de otras actividades, esa situación no las vuelve per se ilegítimas.
De hecho, históricamente las crisis institucionales y la desconfianza a sus ideologías, sumado a las fracturas sociales, han movilizado a las personas alrededor de acciones iconoclastas.
Por ejemplo, durante la revolución francesa y rusa, los principales gestos de iconoclasia se cometieron contra todas las imágenes de la autoridad que representaban al régimen (retratos reales, símbolos de la nobleza, autoridades eclesiásticas, etc.); y tras la caída de la URSS en 1989, también las esculturas de Lenin y Marx fueron derribadas; lo mismo sucedió con las protestas obreras del siglo XIX y con las manifestaciones contra al racismo en los Estados Unidos.
La práctica de la iconoclasia por parte de los movimientos sociales, ha sido una táctica política con la cual las personas han podido exigir y demandar sus derechos.
Motivo de enfado
Procesar y aceptar la realidad no siempre resulta fácil para las personas, en especial, por las condiciones sociales y vivenciales que experimentan, pues estas influyen al momento de darle sentido a los hechos.
Y esto es así, porque los seres humanos al procesar la realidad lo hacen de momento a momento, contrastando lo que perciben con lo que han aprendido a lo largo de su vida, por lo que, si esta información no coincide con su realidad, es probable que la rechacen y la ajusten a su modelo social y mental.
Además, este rechazo a la realidad se sostiene por el temor a enfrentar los cambios que pudieran producirse en el mundo que han concebido como real, lo que implicaría derrumbar su posición en la sociedad, su memoria histórica, la forma en la que se relacionan y comunican, incluso de la certeza que les produce el discurso oficialista de bienestar y seguridad.
De ahí que, el fondo de ese enojo no sea en sí los monumentos, sino más bien, el significado social y su reacción conservadora que se encuentra anclada a ellos, y a la ilusión histórica que les han vendido ante la nostalgia y la necesidad creciente de la historicidad en un mundo que adolece de héroes nacionales.
Incluso, es el reflejo de la incomodidad que les provoca saber que la manera en la que se relacionan forma parte de los problemas sistemáticos de violencia; y que se evidencian situaciones que por costumbre o miedo se escondían.
Es por esto que, la sociedad debe comprender que los monumentos que enaltecen y defienden, ya no enriquecen la memoria popular e histórica; antes bien, reformulan la historia actual y cuentan las luchas de dolor, desaparición y de muerte. Además, han pasado de ser figuras estáticas y decorativas, a simbolos en movimiento que se incertan en la memoria de quien las observa, convirtiendose en testimonio de la lucha contra la violencia y la impunidad.
Así que antes de lamentarse por una o varias pintas, hay que mirar sobre qué certezas está uno parado y si es necesario derribarlas para que las cosas cambien.
* https://www.oas.org/es/cidh/expresion/publicaciones/ProtestayDerechosHumanos.pdf
**Es importante diferenciar el vandalismo de la iconoclasia. Darío Gamboni define el primer término como derivado de los «vándalos» que atacaban la propiedad pública de manera bárbara. En este sentido, al vandalismo se le adjudica un carácter de destrucción sin motivo aparente y que nace de la violencia gratuita: «Vandalismo pasó de significar la destrucción de obras de arte y monumentos a la de cualesquiera objetos en tanto se pudiera denunciar como trato bárbaro, ignorante o inartístico desprovisto de sentido»). Al vandalismo, entonces, se le atribuye un carácter de estigma y rechazo, pues estos sujetos actúan sobre una base de ignorancia que sólo busca crear caos en un orden establecido. A diferencia del vandalismo, la iconoclasia representa la destrucción de imágenes religiosas, por ejemplo, durante la tradición bizantina, donde las obras de arte tenían que derrocarse como un acto de oposición a representaciones que eran consideradas como falaces o supersticiosas. Con el paso de los años, la definición de iconoclasia se abrió no sólo a un ataque con trasfondo religioso, sino que también hacía referencia a la destrucción de imágenes que tenían un simbolismo específico y con una razón que podía ser política o social. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=7630811
*** https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-43602021000100019