A CONTRAPELO
LUIS ROJAS CÁRDENAS
Quién iba a pensar, quién iba a pensar, que por sus escritos la iban a premiar. Nadie imaginó que una princesa de ascendencia polaca vendría a nuestro país a consumar la venganza de Moctezuma. Ni duda cabe, la señora Elena Poniatowska les cambió cuentas de vidrio por oro a los españoles; porque sus escritos no valen los más de dos millones de pesos con que está dotado el Premio Cervantes. Sus novelas son cuentas de vidrio, espejos de la superficialidad, baratijas impregnadas de ñoñerías. Carecen de valor literario, son falsas joyas, vil bisutería. En pocas palabras: la llamada Princesa Roja se hizo tarugos a los gachupines. Los estafó.
Descendiente de la aristocracia, venida desde la belle France, Poniatowska llegó a la tierra del nopal y del maguey en su infancia, lo que la salvó de convertirse en algo parecido a aquella princesita que menciona Rubén Darío: “¡Pobrecita princesa de los ojos azules! / Está presa en sus oros, está presa en sus tules, / en la jaula de mármol del palacio real; / el palacio soberbio que vigilan los guardas, / que custodian cien negros con sus cien alabardas, / un lebrel que no duerme y un dragón colosal”.
Escritora de sangre azul, novelas rosas, ideas rojas y textos desteñidos, Poniatowska logró lo que ninguno de los galardonados anteriores: desacreditar al Premio Cervantes. ¿Cómo es posible que el jurado se atreviera a equiparar su estatura literaria con la de Jorge Luis Borges, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Alejo Carpentier y Guillermo Cabrera Infante, si ni de lejos se puede comparar con ellos? Tal vez, la comparación sería más sobria si se contrastaran sus trabajos con los de Guadalupe Loaeza o los de Yolanda Vargas Dulché.
Con su designación como ganadora, en lugar de incrementar su prestigio de escritora, se desacreditó el premio considerado el Nobel de la literatura hispánica, después de esto ¿ya quién lo va a tomar en serio? (¡Caray!, este párrafo me salió cargado de moralina, parece como si dijera que el Premio perdió su virginidad).
Criticar el otorgamiento del premio no es cosa de malquerientes, que los hay, ni de aguafiestas ni de envidiosos que se aparecen en medio del festejo como una tosca mosca en el pastel de Poniatowska. Veamos un ejemplo, con motivo de la designación del premio, Malú Huacuja del Toro, publicó en su blog las Coplas por la muerte del Premio Cervantes con versos de estructura muy mala, pero con algunos chispazos atinados en su contenido, en donde dice que los premios que ha recibido Poniatowska se los han otorgado sus monaguillos, además, define a la escritora polaco-franco-mexicana como la Elba Esther Gordillo de nuestras letras y remata diciendo que por, haberle otorgado este galardón a la señora Poniatowska, ahora el Premio Cervantes es insignificante. Claro, esto último debe tomarse como una licencia poética, porque dos melones de morlacos no son nada insignificantes.
¿Deberá pagar impuestos por esos centavos la escritora? No sé de cosas de contabilidad, pero, tal vez de esta forma serviría de algo el ingreso de esos euros a nuestro país, o ¿no?
El Premio Cervantes de Literatura se desbarrancó. Cayó en el precipicio. Como se sabe, este reconocimiento tiene como objetivo distinguir a “un escritor que, con el conjunto de su obra, haya contribuido a enriquecer el legado literario hispánico”; pero, ¿a poco las chácharas tecleadas por Poniatowska enriquecen el dichoso legado ese? Ni de chiste.
Es seguro que no la premiaron por las trivialidades que muestra en sus novelas, ni por la mala calidad de sus escritos, entonces ¿por qué la eligió el jurado? ¿Acaso por cuota de género, para actuar dentro de los márgenes de lo políticamente correcto? Si fue así, ¡qué ganas de politizar la literatura!
Cierto, algunos de sus trabajos periodísticos se salvan, son buenos; pero de ahí a legado literario… no me vengan con cuentos chinos. Apenas, hace cosa de unos meses, por una metida de pata de doña Elena tuvieron que hacer pulpa el libro Borges en México, editado por Miguel Capistrán, en Lumen, fue necesario reeditarlo pero ya sin la colaboración de Poniatowska, porque la señora tuvo la ocurrencia de atribuir a Borges el poema Instantes cuya autoría pertenece a la estadounidense Nadine Stair. Más antes, en 1997, un juez dictó una sentencia condenatoria para resolver una demanda de Luis González de Alba, con la que se le obligó a doña Elena a corregir más de quinientas inexactitudes plasmadas en su libro La noche de Tlatelolco.
Para colmo de males, parece que no le avisaron que la fiesta no era de disfraces. Poniatowska se presentó al acto protocolario de aceptación del premio, luciendo un huipil como para que el Divo de Linares le cantara: “Hermoso huipil llevabas, Elena, que la virgen te creí”. Pero sus atavíos autóctonos desentonaron, pues los monarcas españoles no llevaban corona ni cetro, ni había botargas ni arlequines.
El estilo de su vestimenta era como para darse ciertos aires de Frida Kahlo o de bailarina del Ballet Folklórico de Amalia Hernández, aunque para mi gusto, le faltaron trenzas y huaraches para que diera el tipo en el bailable de La tortuga del arenal. Pero mejor no doy ideas, no sea que luego se presente a un acto portando un penacho como el de Moctezuma.
Ni modo, la ganadora del Premio Cervantes se atavió para verse como una pieza de folklore mexicano. No es raro en ella, así de falso es también lo que escribe. Pareciera que le interesa que en el extranjero se perpetúe la noción de que los mexicanos andamos en taparrabos o dormimos tras una cactácea bajo un enorme sombrero y vestimos calzón de manta.
En sus escritos exalta el pobrismo y transforma en héroes a individuos que más bien deberían estar en una galería de delincuentes. Un botón de muestra: en su novela Tontísima (quise decir Tinísima) construye un personaje sobre la figura de Vittorio Vidali, alias: Comandante Carlos, Carlos Contreras, Enea Sormenti, José Díaz y Jacobo Hurwitz Zender; lo transforma en un prohombre, en un revolucionario de una pieza que dan ganas de canonizar; y soslaya el verdadero carácter de agente del Kremlin, involucrado en los asesinatos de Julio Antonio Mella, Andreu Nin y de la propia Tina Modotti, además de su activa participación en el atentado encabezado por David Alfaro Siqueiros en contra de León Trotsky.
En el mundo mágico que envuelve la atmósfera de la literatura de Elena Poniatowska, los personajes de dizque izquierda viven en medio de fantasías, como si estuvieran en Disneylandia. La visión ingenua que permea la obra de esta escritora provoca letargo en el lector y pena ajena.
Finalmente, qué bueno que le dieron el premio Cervantes a la señora Poniatowska, debido a que desde esa posición puede ocasionar menos daño a la literatura de nuestro país, que la que podría causar desde la Secretaría de Cultura en el iluso gabinete que armó uno de los contendientes a la presidencia en las pasadas elecciones. ¿Se imaginan el desastre?
Bien por doña Elena, el premio servirá para promover sus libros, pues como dice el dicho: a la escritura fea el dinero la hermosea (el dinero transformado en publicidad, por supuesto).
¡Festejemos!, pues.
Chute
Elena Poniatowska en sus propias palabras:
“A mí me gustaría haberme llamado Elena Amor, pero mi tía Guadalupe Amor, que era poeta, me prohibió firmar así, diciéndome: ‘Tú eres una pinche periodista y yo soy una diosa’”. (Teleconferencia reseñada por Mónica Mateos Vega, en La Jornada, 8 de marzo de 2001).
“Octavio Paz se enojó conmigo durante 10 años y no me dirigía la palabra, me hacía unas caras de odio que si me veía a unos treinta metros me echaba ojos de puñal, porque él sí se enamoró de Tina Modotti, y me dijo que cómo era posible que dedicara mi tiempo a una comunista, que él me había avisado que yo no escribiera sobre ella. Pero yo, en primer lugar, ya había hecho entrevistas a todos los viejos comunistas mexicanos y ya había trabajado mucho la novela, así que no me detuve a pesar de la furia de Octavio Paz.” (Elena Poniatowska entrevistada por Armando G. Tejeda, en La Jornada, 27 de abril de 2001).
Elena Poniatowska vista por otros escritores:
José Agustín, dice: “...con una carita de lo más inocente dejaba caer preguntas terribles que nadie en sus cabales se habría atrevido a formular”. (José Agustín. La tragicomedia mexicana 1, La vida en México de 1940 a 1970, Ed. Planeta, México, 1990).
Tomás Mojarro comentó alguna vez en un programa de radio que Elena Poniatowska crea fama y pone a dormir al auditorio, debido a que en las conferencias lee y lo hace mal.
José Ramón Garmabella recoge el siguiente diálogo sobre Poniatowska:
“Cuando Fernando Benítez se la llevó a presentar al Güero Pagés, éste le comentó a Fernando:
“—Oye Benítez, creo que esta muchacha es medio pendeja...
“A lo que Benítez le contestó:
“—Pues no te fíes, porque de pendeja no tiene un pelo sino que navega con esa bandera [...] La verdad es que Elenita, no obstante su aspecto ingenuo y su forma especial de hablar, le para unas chingas de pronóstico a sus entrevistados...” (José Ramón Garmabella. Por siempre Leduc, Ed. Diana, México, 1995).
Por su parte, Luis González de Alba comenta sobre La noche de Tlatelolco: “Como segunda precaución al leer a Elena Poniatowska está el asunto del lenguaje. Las citas en su narración a voces múltiples no se conservan tal y como fueron dichas, sino que, de nuevo en dádiva al sonido de la obra, están traducidas, con grandes licencias, a su lenguaje, esa mezcla de supuesta ingenuidad y sabor popular que es creación exclusiva de Elena, pues las criadas verdaderas no hablan así, habla de esa manera Elena cuando imita a las criadas. Es un lenguaje virtual inventado por Elena Poniatowska y que solamente ella habla”. (Luis González de Alba. Para limpiar la memoria, revista Nexos, 1 de octubre de 1997, en http://www.nexos.com.mx/?p=8565).
Morelos Canseco Gómez escribe: “Pero, admitamos que recibió merecidamente ese gran honor, ya tenemos una princesa frente a la realeza de España. Hasta allí todo iba más o menos bien. Pero vestirse de huehuenche allá, cuando no lo ha hecho nunca aquí, es intolerable y estrepitoso”. (Morelos Canseco González. Sobre… El mal gusto de Elena Poniatowska, en La Razón, 30 de abril de 2014).
En sus memorias, Juan José Arreola anota lo siguiente: “…mi vida se llenó de Elenas: Elena Cepeda, Elena Lazo, Elena del Río y Elena Poniatowska. De 1954 a 1956 sostuve con esta última una relación sentimental que fue muy importante en mi vida y no pudo culminar en matrimonio, ya que la familia de Elena se opuso de manera tajante a nuestra relación. Para que nos dejáramos de ver y de tratar, la mandaron a un convento en Italia”. (Orso Arreola. El último juglar, Memorias de Juan José Arreola. Ed. Diana, México, 1999).
