Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[
Si en su carrera militar Buelna fue hombre de grandes energías, demostró un valor sin límites y supo conquistar fama, su carrera política fue deslucida, sin que llegara a realizar ninguno de los pensamientos de los que en el orden social había hecho gala en 1911 y en 1914. Si el territorio de Tepic y el sur de Sinaloa le habían dado los mejores soldados, éstos no se habían lanzado a la carrera de las armas por ambición militar.
José C. Valadés
Me deja siempre boquiabierto su ecuanimidad. Un hombre tan apasionado, que en vida era de pocos amigos por su intransigencia, de muchos pleitos, de pleitos de toda la vida. Cómo este señor a la hora de escribir resulta espléndidamente ecuánime. Después de sus evocaciones apasionadas de Ángeles y de Villa (obviamente simpatiza con ellos), tranquilamente, con una justicia extraordinaria, y manifestando admiración, evoca a Carranza, su adversario. Con todo el maderismo que le conocemos, es capaz de tratar al régimen huertista con una ecuanimidad que pocos historiadores profesionales logran conseguir.
Jean Meyer
Quizás el primer punto de reversa que tambaleó cualquier optimismo sobre el futuro fue el SIDA. La plenitud sexual que tanto peleó la generación de los 60 se encontró en un oscuro callejón de penurias en el sector de los jóvenes, sobre todo. La guerra había sido el natural truncadero de vidas que apenas entraban a la plenitud. La derrota norteamericana en Vietnam pareció dejar atrás las pérdidas humanas. Guerras recientes han llegado al objetivo militar en aviones no tripulados. El otro bando aporta los cadáveres. La actual pandemia de coronavirus se ceba sobre las personas de la tercera edad y posteriores. Los movimientos feministas y reivindicatorios de diferencias sexuales han dado el dato y el argumento contra la constante siega de mujeres en casas, fábricas, jardines, lugares de diversión, calles oscuras. Si bien podría decirse que el ataque es por sectores, las consecuencias llegan a los otros, la crisis se traba.
Por otro lado, el adelgazamiento de los valores y de los sistemas de interpretación de la vida humana, la tentación de caer en los lemas de la productividad y de la economía depredadora de los principios de la Ilustración y sus continuadores, han llevado en nuestros campos a una necesidad de regreso a prácticas que fueron desechadas en un momento dado. Cuando la teoría comprensiva de la historia desplazó a la historia de facciones o de bandos o de compromisos, no dejó resuelto que se diera el siguiente paso, que sería una práctica estética de la historia donde explicación y comprensión tendría campo pleno. La historia académica no acaba de salir de sus limitaciones y de sus tentaciones de ser cooptada por migajas que escurren de la mesa del poder.
Así que en estos movimientos pendulares he sentido un gran gusto cuando me encuentro en la colección de Breviarios del Fondo de Cultura Económica “Rafael Buelna. Las caballerías de la Revolución”, un libro de 1937, escrito por el historiador sinaloense José C. Valadés (México, 2019, 163 pp.). Existe una edición de la década de los 80 publicada bajo el sello Júcar-Leega. Paco Ignacio Taibo II le inyecta vida a una colección que en los últimos años parecía condenada a publicar novedades a cuenta gotas o, incluso, a perecer.
He de confesar que después de adquirir el libro, lo dejo reposar un poco, liberarlo de mi recuerdo entusiasta. Cuando lo retomo, por fin libre de ligerezas y pesos, no me arrepiento. Estoy frente a un libro para leerse, disfrutarse y que nos deja una serie de muy buenos mensajes, ninguno de ellos esclerotizador. El primer mérito es que conserva su calidad de apelar al lector y de hacerlo entrar a su decir, a su representación de un mundo que se nos fue, que nunca viviremos si no es a través del cuento del otro, del recuerdo o del análisis de acontecimientos. Valadés pinta dos cuadros realmente estremecedores en las prímeras páginas. La primera es una evocación de Heriberto Frías, el gran autor de “Tomochic”, el narrador de los adoradores de la Santa de Cábora que se rebelaron al gobierno de Díaz y dieron su vida sin quejas ni contemplaciones y cobraron las de los soldados que estuvieron a su alcance. El federal de entonces está con el niño Valadés en una habitación en Mazatlán y su imponente figura se queja reiteradamente del frío. La segunda es una promesa para el lector común, porque es la irrupción del menudo Rafael Buelna a la habitación del futuro historiador, introducido por el padre de éste, quien le habla con entusiasmo del apoyo a Ferrel. Aquí el niño está a la altura del que entra, pero se encargará años después de partir de esta invasión de su territorio para hablar del papel de Buelna en la Revolución que se apresta a ser civil, aunque todavía habrá que pasar los años del cardenismo y el avilacamachismo. Además de los dos recuerdos, el relato abre y cierra con la agonía de Buelna entre sus camaradas militares.
Son tres las campañas de Rafael Buelna. La primera es en territorio de Tepic en 1911, la segunda es esencialmente en Sinaloa y Tepic, aunque luego tiene que salir a las reuniones de la Convención y de allí ya no encuentra acomodo. La tercera es de 1923 durante la rebelión delahuertista como subordinado del general Enrique Estrada.
Antes de entrar a un pequeño comentario de cada etapa, debo señalar un error grave en la edición. Sostiene que nace en 1880 y que muere a los 33 años. Si así fuera, para los años de la Convención ya estaría muerto. Ahora, si su deceso ocurre en 1923 en las goteras de Morelia, ocurriría a sus 43 años. Consultando la edición de Júcar-Leega, resulta que es de 1890, sólo así se hace merecedor a fallecer a la edad de Cristo.
Rafael Buelna despierta a la vida política cuando es estudiante de leyes del Colegio Civil Rosales. La muerte del gobernador Cañedo, versión sinaloense de Díaz, propicia la discusión y la posible apertura. Ferrel es propuesto como candidato a gobernador, mas el sistema impone a Redo. Buelna se traslada a Mazatlán, protegido por los Valadés. Allí conoce al pequeño José Cayetano. De allí viaja a Guadalajara donde pretende estudiar lejos de la política. Conoce a Madero, quien no lo conmueve demasiado. Al levantamiento de 1910 se dirige al noroeste, pero se detiene en Tepic. Allí conoce a Martín Espinosa, que lo enrola y lo nombra coronel. El dominio de la ciudad y de su territorio es rápido. Renuente a quedarse como burócrata cercano a Espinosa, se regresa a Culiacán. Allí reingresa al Colegio Civil Rosales, como estudiante y como Secretario, lo que provoca la incomodidad de los profesores, mas tienen que tragarse la humillación. Cuando cae Madero, Buelna advierte al gobernador sinaloense Riveros la pertinencia de prepararse para la resistencia y la defensa de la Revolución. Ante la negativa de la autoridad, se desplaza al sur.
Buelna llega a Tepic, restablece contacto con el general Espinosa, pero tienen que salir de allí por el ataque de los federales. Separados, Espinosa decide ir a Durango y Buelna a Sonora, pero una serie de desventuras llevan a éste a salir por la costa de Sinaloa y Baja California Sur rumbo a los Ángeles. Reingresa a territorio mexicano y se pone en contacto con Carranza, jefe del nuevo movimiento, y con Obregón, cabeza en el noroeste y con quien no hace buenas migas. Decide avanzar por su cuenta por el filo de la sierra. Se encuentra con Vidal Soto y Ramón Garay y con ellos toma San Ignacio y Rosario, el filón de arranque de su carrera militar, caracterizada por su arrojo y su fuerza aun cuando se mantuviera en inferioridad de efectivos. Buelna tiene que combatir con los huertistas y maniobrar para que Obregón no lo saque de la jugada. Toma Tepic, Obregón lo manda a la retaguardia para evitar que llegue primero que él a Guadalajara. Harto, Buelna avanza a Ixtlán, cuartel general, y pretende pasar por las armas a su jefe. La mediación de Blanco impide que pase tal cosa. El camino a la capital está libre para el que todavía tiene dos manos. Lo que sigue es el desgaste de las fuerzas villistas y zapatistas en su forcejeo con los constitucionalistas con Carranza y Obregón a la vista. Ahora la lucha es interna. Buelna se decide por los primeros.
De regreso a Tepic, Buelna tiene que pasar penurias por falta de parque. Desde territorio conocido se entera de las batallas en el Bajío mientras se mantiene pendiente de que su pedido sea atendido por Villa. Manda a su hermano en misión urgente. El Centauro del Norte ya ha perdido la batalla de Celaya. Se apresta a la de Santa Ana del Conde. El primer militar de los convencionistas da la orden para que se surtan parque y armas para Tepic. Primero manda una fuerza que lo acompañe. Después lo deja a su suerte y es el mismo Rafael Buelna el que cruza la sierra y rescata el armamento. La suerte está echada, Carranza triunfa, a través de Obregón, en cuestión de horas, y las luchas internas serán en ese grupo vencedor. Al final de cada campaña, Buelna se torna escéptico con respecto a la integridad de los líderes.
La última gran batalla de Buelnita se da en 1923, cuando Obregón decide que sea Plutarco Elías Calles el candidato a sucederlo en la presidencia. El compañero de estudios en Guadalajara, Enrique Estrada, incorpora a Buelna a su fuerza de combate. Fraccionadas las fuerzas, aquí la pluma del historiador brilla al hacernos una narración de la batalla entre las fuerzas de Lázaro Cárdenas y Rafael Buelna. Va dando cuenta de la preparación, el encuentro, el desarrollo y el desenlace. Hasta darnos noticias de que Cárdenas ha sido herido y es prisionero. Ese momento es muy importante para la historia que nos cuenta. El valiente Buelna ha tomado al primero de los combatientes. También es importante en el momento en que eso se publica: 1937. El prisionero, Lázaro Cárdenas, es ahora presidente de la República. Buelna no lo fusila, le perdona la vida sin hacerlo evidente. Entre caballeros se entienden. Le pregunta por su salud y le da las garantías de seguridad y atención. Ha salvado a la historia, por lo menos a la versión que cuenta.
─Gracias. Quisiera hablar con Buelna antes de morir. Quiero que, como soldado y como caballero, me prometa que mi gente será respetada. No han hecho otra cosa que cumplir con su deber y con mis órdenes. Yo soy el único responsable, y adviértale que dispone de mi vida.
Después de eso, Buelna irá sobre Yuriria y Salvatierra, las tomará por sorpresa. Le falta Morelia, punto estratégico para tomar la capital. Sobre ella va. Al ver un caserío acelera el paso. Lo reciben con plomo. Se ha equivocado. Se acabó.
─Mi general, vengo con la novedad de que acaban de matar a mi general Buelna.
─¿Lo han matado? ¿Y cómo lo sabe usted ─preguntó Arnáiz, sereno.
─Porque vengo de allá, mi general… ─y Fonseca señaló hacia el poniente, hacia el caserío…
─¿De dónde? ─lo interrogó de nuevo Arnáiz.
─De allá mi general, de aquel caserío…
─¿Del cuartel de las Colonias? ─le interrogó Arnáiz.
Comencé estas líneas con los regresos de lo aparentemente superado. Es también el caso de la violencia. Se ha recrudecido el asalto, el secuestro, el asesinato, múltiples formas de acabar con la vida. También como la paz mexicana, pregonada antaño por Porfirio Díaz, se ha ido de las manos. Espero que la cruenta guerra civil no vuelva. Allí está un ejemplo de un hombre de aspecto débil, de cara soñadora, que transitó de las aulas a la guerra indómita. Valadés lo cuenta bien, como para que uno sepa como lector de qué lado va a llover, por si acaso estamos en el filo del agua.
Taibo II le quita solemnidad a la colección, a esos breviarios de imponente conocimiento desde su tamaño de bolsillo. Claro, la errata queda allí. Claro, la vida del Granito de Oro se degusta y permite que uno vuele aquí y allá y piense en qué tarea le tocará realizar el día de mañana.
