Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[
─¡Para qué irnos si estamos aquí tan bien! ─suplicó─. ¡Lo que haya de ser será! ─Y mirando por la rendija de la ventana, añadió─: Fuera de aquí todo es triste; sólo entre estos muros anida la felicidad.
Él también se asomó. Decía verdad Tess, dentro había cariño, compenetración perfecta, olvido absoluto de todo lo pasado; fuera aguardaba lo inexorable.
Thomas Hardy
Hardy niega a las almas la posibilidad de entenderse e inclusive en el raro caso de que tal cosa parezca posible (Jude y Sue en “Jude the Obscure”) las dudas, las incoherencias, las debilidades, confieren a los amantes de un carácter trágico y patético.
Mario Praz
Tess es una chica hermosa, apacible e inocente. En su pequeña comunidad suele reunirse a bailar con sus amigas en el campo. Es un ritual sencillo, en el que las muchachas, casi niñas, esperan la llegada de los aldeanos para que las saquen a bailar. Si por casualidad un forastero pasa por allí, puede ser el motivo de alboroto (esperanza y brillo en los ojos) de las danzarinas. Y así sucede, un chico de buen porte pasa junto con otros dos acompañantes y él se queda a bailar, pero no selecciona a Tess. Un poco antes, la maquinaria del movimiento se ha puesto en operación. El padre de Tess es abordado por el cura, quien le ha comunicado que su apellido no es Durbeyfield, que su origen es noble y su apellido es d’Urberville.
El padre y la madre urden el desplazamiento de la hija. La envían a casa de la parienta, rica, dueña de una gran propiedad. Y allá va. Sólo que no la recibe la mujer, sino el hijo, Alec. Se queda deslumbrado por la belleza de Tess. Trabajará para llevarla a su placer, no para reconocerla, ya que él mismo sólo es d’Urberville porque han comprado el apellido. La madre es ciega, el cazador colocará al objeto de su tentación como cuidadora de las gallinas de la progenitora.
Éste es el planteamiento de una de las grandes novelas inglesas de fines del siglo XIX, “Tess, la de los D’Urberville (Una mujer pura)” (1891), publicada en 1979 por Alianza editorial, muy probablemente a propósito de la aparición de la película de Roman Polanski, del mismo año. Planeta la ha traído de nuevo al público con un ligero matiz en el título: “Tess. Una mujer pura” (México, 2012, 527 pp.). El traductor es el mismo, M. Ortega y Gasset, pero son versiones diferentes. Por ejemplo: Alianza divide el volumen en fases y titula a las dos primeras “Virgen” y “La que fue virgen”; en contraste, Planeta lo secciona en partes: “Doncella” y “Ya no doncella”.
El planteamiento se completa cuando la chica cae en la trampa que le ha sido tendida por el seductor. Una noche en que se desplaza con sus compañeras de fiesta, una de las mujeres sufre un pequeño percance que provoca la risa de las demás, incluyendo la de la discreta Teresa. Resulta que la afectada ha sido una de las últimas conquistas de su falso pariente. A punto de ser metida en un pleito, el merodeador la rescata y la lleva por caminos que conducen a un bosque donde aprovecha que se han perdido entre vueltas y niebla, y que ella duerme derrotada por el cansancio, para tomarla sexualmente.
Después de un remanso en que vuelve a su lugar de origen, con sus padres, que tiene un hijo, se dedica al trabajo, labora duramente, y pierde a su criatura a causa de una fiebre. Ahora es cierta presión sorda de la gente la que la obliga a ir a una distante granja productora de leche y productos derivados. Aquí hace buena amistad con el dueño, con la esposa, con tres o cuatro trabajadoras y con Ángel Clare, quien resulta ser el muchacho que no la escogió como su pareja de baile en la primera escena. Se trata del hijo de un pastor eclesiástico, ortodoxo párroco de Emminster. No quiere seguir la carrera sacerdotal y se prepara para ser un granjero en Inglaterra o en las colonias.
Si en la primera parte el vaivén entre la víctima y el victimario mantiene la atención y la tensión del lector, en ésta el asedio va de menos a más y con un plazo que se va acortando. Ángel y Tess ganan en atracción y en un amor sin dificultades aparentes. Sólo que el pasado de Tess es un obstáculo para la mentalidad del hombre y para las exigencias de la sociedad. Aunque el origen es el engaño y el abuso, el costo lo debe asumir la mujer, aunque no haya tantas evidencias o testimonios. Ella se resiste a entrar a una relación, pero también le cuesta trabajo contar lo que ha sucedido. Cuando los tiempos marcan que se deben separar, él pide una decisión y los pasos siguientes llevan al matrimonio. Ella le quiere confesar el pasado, él le arrebata la comunicación, torna irrelevantes las palabras introductorias que nunca llevan a más. Cuando por fin ella desliza una carta por debajo de la puerta de su habitación contándole su pasado, encuentra que todo es normal al día siguiente. La misiva se ha quedado perdida debajo de un tapete.
La noche de bodas se cuentan lo que han hecho. Él ha tenido una relación con una chica. Se otorga el perdón. Ante lo sucedido en la vida de Tess, en cambio, no es posible el mismo trato. Ángel la deja y ella tiene que regresar a su pueblo y estar pendiente de que algún día él la perdone. Cuando Clare se encuentra con una de las muchachas a las que dejó por seleccionar a Tess, le pide que se vaya con él a Brasil. Después desisten. Se va solo.
La segunda parte del desarrollo es la estancia de Tess en una granja todavía más lejana y en donde cuenta con la animadversión del dueño, testigo de algún incidente del pasado, en la época de su primera salida. Aun así, incorpora a algunas de sus anteriores compañeras, adoradoras de Ángel. Aquí la novedad es que reaparece Alec d’Urberville. Se ha convertido en predicador en una iglesia alterna a la del pastor Clare, con quien ha sido especialmente grosero, y le va bien, tiene seguidores en crecimiento. Se entera del lugar de trabajo de Tess y primero la trata de convencer de la nobleza de su nuevo encargo. Después, se aleja de la prédica y se dedica a cortejarla. Ahora la tensión se da en si el esposo volverá a tiempo para evitar que Tess sea de nuevo violentada.
El desenlace es el regreso tardío de Clare. Tiene que ir a buscarlos a una población distante. Puede localizar el lugar donde se hospedan. Habla con ella. No hay nada que hacer. Se despiden. Tess va a la habitación y animada por el encuentro con Ángel, cobra la afrenta, mata a Alec d’Urberville. Después el esposo regresa. Huyen. Por Stonehenge son atrapados.
Sin embargo, un poco antes, tienen, en plena huida, la oportunidad de encerrarse en una casona abandonada. Allí, por fin, sin escena explícita alguna, consuman su amor, sacian su deseo. Por fin han encontrado un recinto para el encuentro y la realización. Será sólo un suspiro. Después ella cae en manos de la justicia y paga su culpa. Desde luego, la cobranza no es sólo por la vida de Alec. La evasión de escenas íntimas, de encuentros sexuales acercan más a Hardy a la novela española, digamos “La Regenta”, que al naturalismo francés.
Tess es un personaje rural, no va a la ciudad a enfrentarse a un destino de por sí adverso. No se traiciona, aunque sus aliados la empujen, ella encuentra la manera de trabajar dignamente, de mantenerse en perfil bajo para esperar el regreso de su esposo. Es digna, nunca va a pedir ayuda de sus suegros y cuando parece dispuesta a eso, las opiniones, que escucha casualmente, de sus cuñados, la convencen de que debe regresar a la espera.
Tess es bella, pura, ese parece ser el problema, la diferencia a aniquilar. En la primera seducción, Alec actúa como el hombre sin escrúpulos que es, pero en la segunda etapa hace todo para doblegarla, para tenerla bajo su dominio, porque no ha sido vencida, porque no ha sido convertida en la mujer gris y avejentada que suelen ser común denominador en las otras. Y está el lado de la fidelidad y de la inocencia, el creer que su marido la perdonará.
Cuando le dice a su madre qué hay que hacer, ella le contesta que otras hicieron lo mismo y callaron. Cuando regresa y le cuenta la reacción de Ángel después de la confesión, todo le parece obvio. Por otro lado, la madre parece olvidar inmediatamente lo que dice, vuelve a su vida dura y elemental. Es mujer de pequeños gustos: una cerveza con el marido, los mínimos satisfactores, un linaje que no le cueste trabajo. En su afán por tener a Tess, Alec lleva a la familia a su propiedad. La necesidad primera se ha cumplido, la familia sale del pueblo y de la pobreza, pero Tess ha sido condenada a seguir penando y a seguir resistiendo.
Recapacitaba la joven en la poca mella que hacían en el ánimo desenfadado de su madre las cosas más serias. No veía la vida como su hija. El tremendo episodio no era para ella sino un acontecimiento de poca importancia.
Tess no es como la madre, tampoco como sus compañeras de labor. Evidentemente a ella no le preguntaron su opinión antes de mandarla a la aventura, pero una vez en movimiento ella hace las cosas diferentes. Sale, no por el brinco social, sino porque así satisface a sus padres y porque tiene una cierta tendencia a hacer las cosas bien. Sobresale, llama la atención. En la sociedad jerarquizada y patriarcal eso no es posible. Se le debe sancionar. Hay en la novela un cierto derecho, como regla no explícita, que se adjudica al hombre una vez que toma a la mujer. Alec se cree propietario de ella. Así, junto a la pérdida de la virginidad, está el derecho a lo que ha sido tomado aunque haya sido mediante el engaño y el abuso del poder.
Tess no tiene la complejidad discursiva como mujer que mantiene Sue en “Jude el oscuro”, pero su vida y su comportamiento son complejos y ostenta el derecho a ser respetada (y aquí la palabra debe despojarse de su contenido moralino), a ser valorada como un ser hermoso y digno de ser amado en condiciones de igualdad.
En brevísimo lapso de tiempo se había convertido Tess de niña sencilla en mujer compleja. Su rostro reflejaba a veces estados de meditación, y de cuando en cuando temblaba su voz con un acento trágico. Se le volvieron los ojos más grandes y expresivos. Se hizo lo que se llama una criatura hermosa, mostraba su aspecto sugestivo y seductor y su alma era la de una mujer que no ha perdido el temple moral ante el embate de los sucesos adversos.
Frente al asedio de Alec, frente al repudio y las vacilaciones de Ángel, Tess crece como personaje, como presencia, como testigo de una sociedad que ha engendrado los procesos de destrucción del diferente, del sensible.
