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guerrilleras02 0727cesarmartinezlopez.jpgePrima del fundador del Partido de los Pobres ve persistencia de violaciones a derechos humanos

 

ANAIZ ZAMORA MÁRQUEZ

Cimacnoticias | México, DF.

A mediados de los años 60, las condiciones históricas de exclusión, pobreza, analfabetismo y desnutrición en la costa del estado de Guerrero se agravaron con la entrada de las empresas madereras, que despojaban a las familias de sus tierras, se apropiaban de los recursos naturales, y generaban conflictos internos en las comunidades.

Ese contexto y el espíritu de lucha que caracteriza al pueblo guerrerense llevaron a Lucio Cabañas Barrientos, maestro egresado de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, de Ayotzinapa, a  fundar las guerrillas Partido de los Pobres (PDLP) y la Brigada Campesina de Ajusticiamiento, en el segundo estado más pobre del país. 

Ante ese reclamo de justicia y de un gobierno para el pueblo, la respuesta del Estado mexicano fue la militarización de la zona, la tortura, el fusilamiento y la desaparición forzada de quienes integraban el movimiento, una respuesta que jamás reparó en resolver los problemas sociales en Guerrero.  

Poco se sabe de la participación de las mujeres en ese movimiento armado (y en otros que surgieron esa misma década en varios estados del país).

Guillermina Cabañas, prima hermana de Lucio, fue de las pocas mujeres que se unió a la guerrilla. Aprendió a disparar un arma, atravesar montañas en la oscuridad y a cargar 25 kilos de alimentos en la espalda, al igual que sus compañeros.

Entre lágrimas y sonrisas provocadas por el recuerdo de esta historia de valentía, Guillermina –quien a sus 66 años de edad considera que la crisis de Derechos Humanos (DH) que vive el país se relaciona directamente con la impunidad en la que se encuentran los crímenes del pasado– compartió su historia con Cimacnoticias con la esperanza de que la sociedad mexicana recuerde que existe una tradición histórica que lleva al pueblo a defenderse de las “injusticias del sistema”.

RESPUESTA A LA REPRESIÓN

“Mi miedo a los militares y a los caciques del pueblo me hizo perderle el miedo a los gusanos de la tierra. Cuando Lucio huyó rumbo a la Sierra y mi papá y mi hermano huyeron rumbo a Acapulco, mi mamá y yo nos quedamos solas; (entonces) decidí que no nos íbamos a morir de hambre y tuve que aprender a levantar la cosecha”, cuenta la mujer originaria del pueblo de San Juan de las Flores, municipio guerrerense de Atoyac de Álvarez.

Guillermina tenía 16 años de edad cuando Lucio comenzó a denunciar los abusos del Estado y de las empresas en contra del pueblo; ella lo escuchaba con atención tratando de aprender todo lo que pudiera.

El 18 de mayo de 1967 Lucio Cabañas encabezó un mitin en contra de la directora de la primaria “Juan N. Álvarez”, quien pedía a los alumnos ir con el uniforme nuevo “cuando las mamás no tenían ni para comer”.

Policías judiciales dispararon contra las y los manifestantes para disolver la manifestación. Ese mismo día, el maestro Cabañas tuvo que huir a la sierra y “fue cuando empezaron a perseguir a mi familia (…); los militares llegaban a las 5 de la mañana (al pueblo), abrían las puertas a patadas y sacaban a todos; la gente era concentrada en la cancha.

“(Colocaban a) hombres de un lado y mujeres del otro; hacían censos, si eras Cabañas te mandaban a otro lado, con las manos atrás. Un día se llevaron a un primo, lo soltaron como a los dos meses con las costillas rotas. Las mujeres nos colgábamos de las camisas de los militares, pero nos empujaban con las armas y se los llevaban de todas formas”.

Ante el riesgo de ser “levantados”, todos los hombres de la familia salieron de Atoyac. A los 17 años de edad, Guillermina tuvo que aprender a trabajar la tierra y hacerse cargo de la manutención de la familia.

“Teníamos puercos y los vendía a cambio de trabajo, así fue que me llevé a la gente a trabajar al campo; como era más exigente que los hombres, saqué muy buena cosecha”, rememora.

A la joven la perseguían hombres armados que por orden de un cacique tenían la intención de matarla. “Fue cuando me fui un mes a la Sierra con Lucio; me enseñaron a disparar un arma; yo pensaba que cuando lo hiciera me iba a explotar, pero ejercité la puntería en el campo disparándole a calabazas”.

RAZONES DEL MOVIMIENTO

Para 1971 y con 19 años de edad, Guillermina decidió “ponérsela difícil al cacique” y unirse a la guerrilla. “Yo quería estudiar la secundaria, pero ya no me dio tiempo; cuando me uní al Partido de los Pobres leí muchos libros sobre la guerrilla cubana y sobre los movimientos armados”.

Durante los cuatro años que formó parte del movimiento armado, Guillermina cargó en el hombro su hamaca y su plástico “por si les agarraban las lluvias”.

Al igual que sus compañeros, cargó los 25 kilos de “lo que le tocara” (maíz, frijol, cal); caminó entre el monte por las noches y en muchas ocasiones se alimentó sólo de raíces; no tenía miedo a la muerte porque “iba a morir con dignidad y luchando porque el pueblo tuviera una vida mejor”.

Ella y sus pocas compañeras tenían como tarea principal formar parte de las comisiones que eran enviadas a los pueblos a explicar las razones del movimiento, y pedir apoyo a la comunidad.

En su juventud, Guillermina sólo flaqueaba por momentos cuando se enteraba de la “tortura tremenda” que ejercían los militares: “Llegaban a los pueblos y para sacarle la verdad a los pobladores sobre el paradero de Lucio, se llevaban a los hombres y los amarraban, violaban a sus esposas y sus hijas delante de ellos; son 40 años de impunidad de esos crímenes”.

La joven dejó la guerrilla en septiembre de 1974 (cuatro meses antes de que fuera asesinado Lucio Cabañas), pero “únicamente porque se complicó su embarazo”.

Una noche Guillermina, con cinco meses de embarazo, cayó de su hamaca y “se puso mal”. Todos los compañeros se preocuparon por ella y le pidieron salir del monte para ir al médico.

“Yo casi no podía caminar, pero tampoco iba a arriesgar el movimiento, así que me hice una faja con los costales en los que llevábamos el frijol y el azúcar, y salí del campamento con mi esposo y unos compañeros.

“Caminé un día hasta el pueblo más cercano; ahí dormimos y me prestaron un rebozo y una bolsa con elotes para decir que yo venía del campo, por si nos detenían en los retenes”, relata.  

Tras librar varios obstáculos y temer que la detuvieran en múltiples ocasiones, Guillermina logró refugiarse en la Ciudad de México, donde “se las vio negras” para que su hija pudiera nacer con bien.

ORGULLO Y CORAJE

Por años, Guillermina no pudo utilizar su nombre y quedarse en un lugar más de dos meses. Fue hasta 1978, cuando el entonces presidente José López Portillo promulgó una Ley de Amnistía, que la mujer recuperó su identidad y dejó de ser una perseguida política.

A 40 años de distancia, Guillermina recuerda su participación en la guerrilla con orgullo y coraje, pero no ha cesado en su exigencia de justicia para todos los Cabañas que fueron acribillados, así como para quienes continúan desaparecidos.

Tampoco se ha detenido en denunciar que las causas que originaron la guerrilla no han hecho otra cosa más que agravarse.

La historia de esta luchadora social está plasmada en el libro “Guerrilleras. Antología de testimonios y textos sobre la participación de las mujeres en los movimientos armados socialistas en México”, presentado recientemente y que será abordado por Cimacnoticias en entregas semanales.

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