Opinión

papaPorfirio Muñoz Ledo

 

Hacia 1978 el Vaticano comenzó un proceso llamado “invierno eclesial”: excesiva centralización del poder en la curia romana y ofensiva permanente contra la teología de la liberación. El pontificado de Wojtyla fue, sin embargo, incapaz de contener un éxodo de fieles que optaban por otra creencia o religión. La pederastia extensiva y la jerarquía ostentosa cuestionaban la autoridad moral de la Iglesia.

El invierno se prolongaría con Ratzinger: guardián de la ortodoxia, cuyo pontificado quedó al desnudo por la filtración masiva de documentos secretos “Vatileaks” que develaban una corrupción estructural en el Vaticano. Al término: la renuncia papal, no vista en seis siglos. 

Luego, el primer Papa de origen latinoamericano, jesuita por añadidura y de actitud eminentemente pastoral. Contrario a los vicios del clericalismo y convencido de una “Iglesia pobre y para los pobres”. La invocación a San Francisco que lleva en el nombre.

Bergoglio ha provocado la sorpresa de los pensadores más críticos y algunos anuncian el inicio de la “Primavera vaticana”. El Papa argentino ha externado su cercanía con la línea de Juan XXIII, aunque como afirma Marco Politi, se encuentra “rodeado de lobos que están en contra del proyecto reformista”.

Las insinuaciones tolerantes que ha hecho en materia de diversidad sexual, la interrupción del embarazo y sobre todo el papel de las mujeres en la sociedad contemporánea, podrían implicar un cambio significativo en las posiciones de la Iglesia Católica, que buscarían adecuarla a las realidades del siglo XXI.

Francisco ha visibilizado las prácticas corruptas en el seno de la curia e incluso, conductas delictivas. Emprendió reformas internas en las finanzas del Vaticano y no ha mostrado renuencia para que los ministros de la Iglesia sean sancionados por la jurisdicción civil.

Su visión de la política mundial y su predilección por el diálogo han devuelto al Vaticano un papel relevante en la arena internacional. A diferencia de Juan Pablo II, que contribuyó al desmantelamiento de socialismo real; Francisco ha doblado la página de la Guerra Fría, propiciando el deshielo de las relaciones de Estados Unidos y Cuba.  Ha emergido como mediador potencial de los conflictos internacionales prevalecientes. Ha otorgado prioridad a la paz en el medio oriente, determinada por el enfrentamiento entre Israel y Palestina: ha visitado la zona en la que viven numerosos cristianos y mantiene excelentes relaciones con ambos gobiernos. El reconocimiento del Estado Palestino  es una aportación notable para que la ocupación israelí de Cisjordania llegue a un fin de manera negociada y justa.

El pontífice se ha situado como un líder político, sin detrimento de la teología. Su franqueza le ha permitido trascender posturas tradicionales para denunciar el abuso de autoridad, la violencia, la desigualdad y la marginación en algunos países, sobre todo de América Latina, lo que ha causado incomodidad en más de un Jefe de Estado y obliga a las jerarquías conservadoras de la región a poner sus barbas a remojar.

Francisco parece dispuesto a poner en movimiento la maquinaria diplomática del Vaticano conforme a un esquema meditado de política internacional, que a la postre actualizaría y reforzaría el papel de la Iglesia Católica en el mundo. Bergoglio parece no rendirse ante la gravedad de los conflictos y las resistencias internas. Tiene varios frentes abiertos. New York Times asegura que ha dado ya pasos para el acercamiento con China, enviando al presidente Xi Jinping una invitación para dialogar en el Vaticano sobre la paz en el mundo. Por reciprocidad ha declarado “si me invitan iría mañana mismo a China”.

El viaje a los Estados Unidos a partir de una breve visita a Cuba está colmado de posibilidades. Su discurso en el Congreso es una raya en el agua que ofrece además, a Obama, la oportunidad de llevar agua al molino de demócratas en un momento político crucial. Bien haría en visitar a las comunidades migrantes hispanoamericanas como un proemio de su estadía en México, que sabiamente ha dejado para más adelante.

Sería indispensable que la Iglesia mexicana y su clase política recordaran que nuestros vínculos diplomáticos con el Vaticano se establecieron paralelamente a la instauración del neoliberalismo y se adaptaran a los aires de nuestro tiempo.    

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