]Efemérides y saldos[
Parece que hay algo muy pueril en los primeros pasos de la invención de una historia, o ni siquiera eso, al menos todavía, en el comienzo de búsqueda que no se sabe a dónde llevará.
Antonio Muñoz Molina
Lisboa antigua reposa / llena de encanto y belleza / que fuiste hermosa al sonreír / y al vestir tan airosa!
Lisboa antigua
ALEJANDRO GARCÍA
Con Antonio Muñoz Molina me sucede lo que con algunos grandes autores que llegaron pronto a una calibración positiva de su ejercicio narrativo. Como Vargas Llosa, como García Márquez, entre nosotros. Como Salman Rushdie, a quien la fatwa de Jomeini no sólo le acercó lectores, también hubo los que se resistieron al peso de lo externo sobre lo intrínseco de lo literario. Como Manuel Puig, que desoyó las voces exigentes de los serios. Después de algunas lecturas deslumbrantes, El dueño del secreto, Plenilunio vino una resistencia. De allí que Como la sombra que se va (México, 2014, Seix Barral, 531 pp), a pesar de dejarse leer con rapidez tardó en convencerme, en atraparme. No sé si el recelo empezó con su cambio de espacio, su ciclo fuera de España, su ficcionalización de los Estados Unidos.
Uno de los temas es de por sí atrayente. Se refiere a James Earl Ray, el francotirador que el 4 de abril de 1968, en Memphis, asesinó a Martin Luther King. En su huida, al salir de la casa de huéspedes (en el baño) desde la que había cobrado su presa, arma empaquetada, primero en su mano, luego en el piso, pudo ser capturado por las primeras fuerzas del orden. Sólo se mantuvo lo más inerte posible. Pasaron sin reparar en él ni el paquete abandonado, por el que ya no pudo regresar. De haberlo recuperado, hubiera sido probablemente el crimen perfecto.
Después Ray vagabundea y viaja a Canadá y a Lisboa, aquí permanece 10 días, desde donde piensa trasladarse a Argola. Hasta aquí el libro parece intratextualizarse con obras como La canción del verdugo (1979) u Oswald, un misterio americano (1995) de Norman Mailer. Es como meterse a la casa del león para contar su historia. Es el nexo Lisboa el que hace aparecer los otros dos temas. El primero, la aventura de Muñoz Molina para escribir El invierno en Lisboa (1987), su primera novela de éxito. Un joven e inexperto escritor, ajeno al recorrido del asesino 19 años antes, visitará la capital de Portugal en busca de claves, tal vez más para construir e inventar que para hablar de una realidad lusitana. Si los personajes objeto de mi comentario anterior, Los dos hoteles Francfort de David Leavitt, son obligados a detenerse en Lisboa, los de Muñoz Molina no tienen ese límite, aunque realizan búsquedas precisas.
En el 2013 aparece el segundo nexo con Lisboa. Antonio Muñoz Molina o el escritor sabe por fin de ese viaje, al contrario de la aventura a ciegas del 87 reconstruye los signos del asesino y recuerda aquellos momentos de crisis, de puesta a prueba de la identidad del escritor en ciernes. De modo que se da una perspectiva histórica de la búsqueda de esos francotiradores: Ray en 68, después de haber matado al gran luchador por los derechos de los negros, Antonio en 87 en busca del aliento necesario para la novela que lo hará trascender en la vida literaria y Antonio Muñoz Molina en 2013 que puede ver esas dos facetas y la propia, escritor puesto una vez que el producto ha sido entregado y puesto en crisis por un humilde lector desde la hermana gemela de la capital zacatecana.
Hay un rasgo muy interesante de la personalidad de James Earl Ray:
Según la psicocibernética la mente humana es una computadora que actúa cumpliendo los programas que se han introducido en ella. Las cosas que se van a hacer hay que proyectarlas en la imaginación como en una pantallas en la que ningún pormenor está fuera de lugar y todos han sido previstos. Se puede programar el éxito exactamente igual que con demasiada frecuencia se programa el fracaso.
Ray cree en cierto animismo tecnológico, atrapar la presa previo rito de reproducción de la cacería. Pero también cree en la carga, recarga y descarga. El cerebro tiene una serie de programas que sólo imaginados antes de actuar son posibles. El escritor es algo superior, pero necesita de lo anterior. La programación del asesino no va más allá, más parecería que quiere que lo atrapen, que sea evidente la supresión de un enemigo del orden, de un aspirante a invertir los valores del mundo. Será por eso que no va al África, regresa a estar a modo y es atrapado en Londres. Por supuesto, Ray cree que es necesario imaginar un mundo sin activistas como Luther y resguardado por hombres duros como el senador Joseph McCarthy.
El escritor es ese personaje en crisis, que imagina el mundo que entregará al lector y sólo entonces podrá escribirlo, hacerlo real. Podrá vivirlo a la manera azarosa del 87 en que el escritor recibe su apretón de tuerca, su salto cualitativo o reflexionando en 2013 sobre el asesino de Luther King, sobre él mismo hace 26 años o sobre él convertido en el asesino, programado para conocer la hazaña. Ray morirá mucho después del crimen (1998), quizás sin alguien que apoye su acción justiciera.
Tenemos la idea del francotirador que desde arriba examina las calles o el área de lucha. Con las escenas de las partes en conflicto de lo que fue Yugoslavia el francotirador se convirtió en victimario de transeúntes. De cualquier manera siempre ha quedado claro su papel de búsqueda de blancos, a menudo al margen de las tradicionales técnicas de ataque. En la película reciente ni siquiera se habla de un tirador despejado, aquí se ve dentro de un mundo que no entiende y lo rodea, del que a duras penas puede escapar. Y aquí también quien lo atrapa está fuera de su causa macabra (un excombatiente), en el libro de Muñoz Molina será la cárcel para el asesino.
El día del evento de masas, Ray está en su cuarto y, de pronto, enmarcada por la ventana aparece Martin Luther King en el balcón de su habitación del vecino hotel, al alcance de su cañón (como en otra famosa película norteamericana Robert de Niro se encuentra al ciervo). La programación psicocibernética ha funcionado. No del todo. La víctima se escurre. Es sólo una pequeña distracción en el relato histórico. Volverá a aparecer y entonces el espacio se le revelará impropio, en riesgo de fallar. Le darán tiempo el hombre y la historia para moverse al baño colectivo de la casa de huéspedes y desde allí lograr la maniobra y el tiro y el Luther King en tránsito a la muerte. Aún lo recogerán vivo.
El francotirador tendrá oportunidad de visitar el museo dedicado a Luther King, podrá allí establecer alguna relación virtual con el héroe caído, disfrutando de algunas aportaciones de la tecnología y los medios audiovisuales. El mundo ha cambiado, la banda del racismo se ha cimbrado, se ha reducido. Un negro dirige ahora la nación más poderosa del mundo. Seguramente el odio y el recelo velan armas.
La escritura de Muñoz Molina se ha impuesto. No ha sido fácil. A ratos he deseado una novela más breve, pero el autor ha salido adelante.