Opinión

RodolfoPORFIRIO MUÑOZ LEDO

 

Es Rodolfo Stavenhagen ejemplo de probidad académica, pensamiento innovador, convicciones consecuentes e impecable amistad. Fue testigo presencial de los horrores totalitarios del siglo XX y del ocaso de las dictaduras e imperios coloniales, así como del incremento de las desigualdades y los estragos del neoliberalismo. Su obra es una interpretación válida de nuestro tiempo.

Rodolfo nació en Alemania y llegó a México huyendo con su familia de la persecución judía. Estudiante en nuestro país, en los Estados Unidos y en Europa. Fundador de una visión penetrante sobre la estructura social de América Latina, crítico del desarrollismo, teórico del pluralismo de nuestras naciones y defensor acérrimo de los derechos humanos.

Ha sido promotor esclarecido de una visión endógena sobre nuestra región y creador de una sociología reflexiva y autónoma, ajena a los esquemas marxista y empirista prevalecientes en su juventud. Fue presidente fundador de la Academia Mexicana de Derechos Humanos,  Subdirector General de la UNESCO, Relator Especial para los Pueblos Indígenas de la ONU, Coordinador de Culturas Étnicas y Culturales en la Secretaría de Educación Pública, Secretario General del Centro Latinoamericano de Ciencias Sociales en Río de Janeiro y profesor investigador en el Colegio de México, donde creó el Centro de Estudios Sociológicos.

Hace unos días, instituciones académicas fundamentales rindieron a Stavenhagen merecido homenaje, poco antes de cumplir 83 años. Se debatió el contenido de su ensayo publicado hace cincuenta años: “Las siete tesis equivocadas sobre América Latina”, en el que refuta el estereotipo sobre el carácter “dual” de nuestras naciones, de la existencia de dos sociedades diferentes. No niega sino abunda en los extremos de desigualdad y marginación en nuestros países, tanto como en su carácter pluriétnico y multicultural. Afirma que la aparente dualidad es resultado de un único proceso histórico y que las relaciones entre los grupos “arcaicos” o “feudales” y los “modernos” o “capitalistas” representan una sola sociedad global de la que ambos polos son partes integrantes. Se trata de un colonialismo interno.

Esas relaciones tienen que ver con las funciones específicas que cumplen las regiones atrasadas en la sociedad nacional, como son: proveer de mano de obra y materias primas baratas a los centros urbanos y al extranjero. Sostiene que a causa de esos vínculos, las zonas atrasadas no avanzan hacia el desarrollo, sino que tienden a subdesarrollarse más.

Stavenhagen concluye que no existe la llamada “difusión del progreso” hacia los sectores atrasados de Latinoamérica, ya que después de cuatrocientos años son pocos los focos dinámicos de crecimiento mientras que el resto del continente está más atrasado que nunca, lo que ha provocado la “proletarización” rural, el despoblamiento del campo, las migraciones masivas y el  estancamiento económico.

En cuanto a la marginalidad de los indígenas, Rodolfo observa que la tesis del mestizaje -fruto tardío del evolucionismo- no ha contribuido a la cohesión de nuestras sociedades, sino por el contrario, éstas se encuentran en vías de desintegración económica, social y política.

La alianza entre campesinos y obreros que, en los mejores momentos de la Revolución se pensó que podría dar lugar a transformaciones radicales del sistema de dominación, se vuelve casi inverosímil, “ya que estos pueden considerarse actores sociales en vías de desaparición”. La fuente de las identidades se acerca en la actualidad al espacio urbano, por lo que hoy cabe más referirse a la conformación de sectores populares en proceso de consolidación, en donde sus orígenes se ordenan casi en forma arqueológica.    

Stavenhagen afirmó recientemente que la globalización neoliberal ha sido destructiva para los pueblos indios, con quienes se ha ensañado sobre todo en el despojo de sus territorios, cultura e identidades y, por lo tanto, el modelo económico en sí constituye una violación sistemática de los derechos humanos. 

Recuerdo que en 1977, cuando colaborábamos juntos en la SEP, propusimos, entre otras reformas, un cambio tímido pero precursor en el artículo tercero, donde se dijera que el objetivo de la educación mexicana debiera ser el de fortalecer la identidad nacional a través del desarrollo de todas sus culturas. La negativa criolla fue rotunda y hasta grandilocuente. Poco después se inició el desastre que padecemos.   

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