Porfirio Muñoz Ledo
Uno de los cuadros más famosos de Rembrandt ha sido conocido como la “Ronda de Noche”. La corporación de Arcabuceros de Ámsterdam pagó por ella la suma más considerable para la época. La escena es aparentemente festiva, pero el ambiente está cargado de tensión: “Algo grave está ocurriendo y algo aun más grave va a suceder”. Señala no solamente un cambio plástico notable, sino el comienzo de un ciclo histórico cargado de peligros.
El pasado 15 de julio ocurrió en México otra ronda, la Ronda Uno, para licitar un paquete de 14 bloques petroleros a compañías privadas. A pesar de las apologías sin fundamento y de la penumbra en que se realizó la operación, resulta que sólo dos de esos bloques fueron finalmente adjudicados. Un entreguismo abortado.
De acuerdo con la propaganda que rodeó la afrentosa reforma energética, ésta serviría para “mover a México”. En este caso, sólo se movió la séptima parte de lo programado. La licitación pudo haber quedado vacante, a no ser que una empresa constituida en 2014 para este efecto y muy cercana a conocidas complicidades de la clase política, salvara al gobierno de un fracaso total: “Sierra Oil & Gas”. En añadidura, Petróleos Mexicanos decidió no concursar “por razones de financiamiento”; se marginó de la operación, ya que este remate estaba concebido sólo para empresas privadas. Los consorcios extranjeros se abstuvieron también, habida cuenta del descenso en el precio del crudo. Si la reforma energética fue un “crimen de lesa patria”, esta primera operación resultó de lesa tontería y de indudable descaro por la irrisoria cantidad con que se verán beneficiadas las arcas públicas.
Los mínimos exigidos no son sobre el valor de la producción, sino sobre la utilidad operativa: lo que quede después del reembolso de costos que puede llegar al 60% del valor de la producción, dejará un 40% a repartir. De ese porcentaje, la autoridad hacendaria sólo recibirá en nueve de los bloques el 25% y en cinco de ellos el 10%. De acuerdo con las condiciones actuales del mercado, Hacienda recibiría un promedio menor a 7 dólares por barril. No se entiende cómo el gobierno podría incentivar las numerosas licitaciones por venir. Una posibilidad es que reduzca los mínimos a cubrir para las empresas, con lo que la ganancia pública sería irrisoria o nula. La otra, es que aguarde una eventual alza de los precios del crudo, lo que por ahora se ve ilusorio, habida cuenta de que se espera una sobreproducción a nivel global impulsada, entre otras causas, por el acuerdo nuclear con Irán.
En dado caso, el “nuevo Pemex” ha quedado marginado de la explotación de petróleo en nuestro propio territorio, ya que a pesar de su calificación como “productiva de Estado” se manejará como empresa privada sujeta en última instancia a la autoridad pública, por lo que se refiere a su participación en las licitaciones. Ese es el método para la privatización que denunciamos y que ahora se evidencia. Desenmascara también, la inaceptable complicidad de la Suprema Corte de Justicia en el rechazo al referéndum sobre la materia.
Esta Ronda comprendió 4,752 kilómetros cuadrados de nuestro territorio y aguas patrimoniales donde los ganadores de los contratos podrán disponer del suelo y subsuelo continental o marítimo, mediante el pago de 1,150 pesos por kilometro cuadrado y aun así podrían desistir de la explotación por incosteable y regresar el contrato a la Comisión Nacional de Hidrocarburos. Si a esto agregamos que las concesiones mineras ocupan más de una tercera parte del territorio nacional, llegaremos a la conclusión de que México pasará de ser un Estado fallido a un Estado sin territorio.
La ansiedad febril por incrementar nuestro carácter de proveedores de crudo contradice frontalmente el discurso oficial sobre el cambio climático. Peor aún, el ciclo marcado por la transferencia de bienes públicos a particulares y por la entrega de nuestros recursos naturales no corresponde a un período de bonanza, sino de estancamiento de la economía y ofensiva acumulación de la riqueza. Ya decía el músico poeta que las rondas no son buenas, que hacen daño y se acaba por llorar.