Opinión

eldespido ca]Efemérides y saldos[ 

Yo entiendo al periodista como alguien que tiene como razón de ser y de vida, informar, dar noticias, tratar de capturar en términos de información y debate público lo que a tu juicio personal consideras pertinente y que puede ser de interés para una sociedad ávida. Ahí es donde entra el criterio profesional, la valoración de las cosas. Mi perfil es uno y probablemente considero que se inclina a las cosas político-sociales [Palabras de Carmen Aristegui].     

                                                                                                                                              Wilbert Torre                           

 

ALEJANDRO GARCÍA 

Me perdonarán un inicio solemne y acaso pedante. Ya no digamos que la sociedad se mueve en pos de un cielo prometido, recompensa de una vida en la tierra que exige resistencias para sobrevivir. Digamos que se educa a los niños para vivir en un mundo perfecto de reglas, acuerdos, valores, fines que garantizan la vida libre y plena del hombre; es decir, que garantizan su felicidad.

  Con el paso de los años se ve que ese mundo se distancia de ese universo de signos en el cual creemos y por el cual luchamos. Es obvio que una vez que entra en escena la conciencia, uno ve los ganchos de la formación y deformación, las famosas costuras: el orden del cuerpo, el orden del discurso, los límites del ascenso social, miembros y mentes en la línea de la obediencia y la construcción de ese mundo no perfecto. Esto es, hay que contribuir a que las fallas sean remediadas y se va desde la defensa de lo mínimo hasta radicalizar los medios en bien de los fines o acatar por razones de Estado.

  Digamos también que hay muchos que creen en lo anterior y luchan por ello; pero digamos también que hay muchos que no creen en ello y luchan contra ello, bien para corregir realmente, bien para proponer otras alternativas, otros modelos, otras maneras de realización de las mismas búsquedas o de otras. Uno puede oír perfectamente que Napoleón fue el gran héroe moderno o el Gran Cabrón (para recordar a uno de los personajes de Pérez Reverte).

  También podría decir que en el desarrollo de la especie se llegó a una etapa en que todo es susceptible de convertirse en mercancía. Conforme se avanza en la satisfacción de la necesidad y amplía la gama de deseos y búsqueda de satisfactores aparecen vendedores de objetos y no objetos. Además se obtiene ganancia en el dolor, en el júbilo: en el bautizo, en la boda, en las exequias. En el espectáculo, en el desastre natural. Podríamos decir que la lucha de clases nunca se fue, pero evoca parte de lo mismo: mercantilización, violencia, miseria, asesinato de la cultura.

  Si atendemos a Teun van Dijk cuando habla de un poder que se produce en todos los niveles sociales y en todas las manifestaciones públicas y privadas, podríamos pensar en un verdadero tendido donde las riñas o las luchas simbólicas son el pan de cada día. De modo que en la lucha por el modelo o por el ideal hay héroes, heridos, muertos y desaparecidos. Pero el poder no se reparte de manera equitativa y habrá quien tendrá que decir que, a pesar de las leyes o precisamente gracias a ellas, se legitima un mundo donde las cosas no son parejas. Para Van Dijk no hay duda de que el análisis discursivo tiene que estar del lado del débil o del que no tiene las mejores armas o instrumentos para defenderse.

  El despido (México, 2015. Temas de ’hoy, Planeta, 204 pp.) de Wilbert Torre es un trabajo periodístico sobre el conflicto laboral de Carmen Aristegui con MVS (Multivisión). La empresa se manifestó inconforme y agraviada porque la periodista la comprometió en la conformación de la Plataforma México Leaks. La reacción fue inmediata: despido de colaboradores de Aristegui, conductora del noticiero matutino, cambio en las reglas de operación de la misma Aristegui y su equipo y, ante la respuesta de inconformidad frente a tales medidas, la cancelación del contrato de Aristegui y su salida de la empresa. De marzo a la fecha el litigio pasó, de más a menos, de los medios a los tribunales civiles y laborales.

  El párrafo anterior es una discreta y rápida descripción de ese mundo de leyes y normas en el que nos movemos y al cual apoyamos o ante el cual nos resistimos.

  Mas una diferencia fundamental frente a este derecho de una y otra parte de despedir o de pelear por la permanencia, tiene que ver con la calidad del trabajo que se desarrolla en este caso. ¿Es la información o la noticia un trabajo que puede ser visto solamente como en el párrafo anterior? ¿Es el periodista un trabajador y productor de un satisfactor diferente? Según el principio general no hay diferencia esencial, pues allí están garantizadas la libertad, la igualdad y la fraternidad. Sin embargo, en este mundo de discursos y contradiscursos, de desigualdades, de francas e insalvables distancias entre una realidad que vemos y otra realidad que se nos obliga a ver, el satisfactor que produce el comunicador se hace más complejo. Seguramente otros satisfactores tendrán su propia madeja de especificidades, aquí sólo diré que en mi opinión en el caso de la comunicación el derecho es universal y su bloqueo es un delito o es una falta atentatoria de los derechos humanos.

  Y todo este palabreo forma parte de este árbol de muchas ramas y hojas, frondoso es el problema. ¿Hizo mal su trabajo? ¿El abuso es del tamaño del castigo? ¿Tiene la cola metida el poder público en la decisión? ¿Se bloquea una parte de la generación de opinión diferente al sacar este programa del aire? Cuando Wilbert Torre ordena las piezas de este rompecabezas estridente en muchos de sus tramos, lo que aparece, es detrás del despido de marzo de 2015, informar a un sector de los radioescuchas de México de una serie de actos de corrupción de la clase política, pero en este caso encarnada en el Presidente de la República y su esposa, la propiedad de una casa y su asociación con empresarios beneficiados por contratos de las administraciones que Enrique Peña Nieto ha encabezado.

  Cuando aparecen estos elementos lo mínimo que queda es el sentimiento de impotencia frente a hechos que son aclarados con nuevas confusiones, pero sobre todo alimentan aún más el aparato de corrupción, discrecionalidad, abuso.

  Habrá quien diga que ésta es la versión pesimista o subversiva de un paraíso al que no se accede por incapacidad o flojera. Pero lo que a mí como lector lo que me confirma es la desigualdad frente al poder de una empresa. Después de la lectura esa es mi primera certeza.

  Aún hoy los trabajadores de La Jornada Zacatecas viven el litigio de aquel sabadazo en que una legisladora, patrona, se llevó todo lo que podía indemnizarlos en especie y los lanzó a la penuria de ponerse en manos de una ley lenta, inactiva y ciega. El problema aumenta cuando existe una empresa que edita el periódico que no es la misma que les debe la cancelación de contrato. No han tenido la fortuna de los reflectores de Aristegui, pero Carmen misma sufre el adelgazamiento de la vigilancia de otros ojos que no sean los de los picapleitos.

  La segunda certeza que me queda es la de que la primera gran reforma que se necesitaría es la de los funcionarios públicos. Es allí donde debe operarse un cambio radical que le rompa el espinazo a la corrupción (¿Pueden los cuarenta ladrones encabezar el cambio?). Y cómo se puede hacer esto si lo primero que se pacta es la permanencia y la igualdad de mecanismos prácticos de corromper. Beneficiar partidos, escaños, secretarías de Estado, con altos salarios, presupuestos sin justificación clara, tráfico de influencias, cebarles la panza y el cerebro, es una táctica que mantiene ese visión de la democracia a la mexicana (han aprendido a hacer negocio. Y con frecuencia, la libertad es negocio).

  Sin duda, estos grandes errores históricos en donde no se producen acuerdos que destruyan de raíz los males nacionales se pagan con la decadencia o con la explosividad social, pero allí también opera la mercantilización del conflicto y es la tentación de quien quiere vivir del erario público como sea. El caso de Aristegui es el acortamiento de la banda expresiva de una sociedad. Su salida del aire es por causa laboral, pero no se ha sustituido con una actividad igual, se ha ceñido el sistema informativo MVS al ejercicio periodístico de defensa del sistema.

  La tercera certeza es la del peligro de disentir. Si no lo dices, no hay problema. Si lo dices en corto, puede pasar. Si lo llevas a un periódico puede comprar la edición entera de ese día. Si lo dices en la radio, ojalá que haya mucho ruido. Si te atreves en la tele, ai te ves. En el caso de Aristegui no fue en la tele, fue sobre la piel de quienes creen que las leyes se hicieron sólo para los otros. No importa, los sexenios duran menos de 6 años. Casi siempre antes del six, los presidentes se despiden.

 

 

 

   

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