Opinión

dóndeunPorfirio Muñoz Ledo

 

La conmemoración del Día Internacional de la Juventud el pasado 12 de agosto debiera dar paso a un análisis serio sobre el abandono sistemático de las nuevas generaciones a raíz de la adopción de un modelo económico socialmente depredador. La agencia responsable de la ONU reiteró que “la población joven representa el principal capital de un Estado que aspire a trazar un proyecto de nación viable y a largo plazo. Un país en el que la juventud enfrenta un presente acechado por la desesperanza tiene un futuro poco promisorio”.

Todas las civilizaciones clásicas concedieron un papel capital a la formación de los jóvenes, no sólo como reproductores sino como creadores de las diversas culturas. El Romanticismo llegó a concederles    hasta cierto estado de pureza en el que se fundaba la teoría del “divino tesoro”. En nuestro país, durante los años posteriores a la Revolución, se privilegiaron instrumentos que delinearan el prototipo de la juventud nacional a través de un sistema educativo y del crecimiento del trabajo calificado que confluyera en el aumento de capilaridad social: la tesis del progreso transgeneracional que permitiera zanjar las enormes desigualdades heredadas de la Colonia.

Durante la década de los setenta se instaló la prioridad de la primera infancia, los llamados programas “0-6” que ponían el acento en la atención materno-infantil, la alimentación y los centros de desarrollo integral, pues se había comprobado que las enormes diferencias entre los niños que accedían a la educación primaria difícilmente podían ser subsanadas durante toda la vida. Combatir la desigualdad en los primeros años a fin de evitar la degradación de la especie.

Ninguna de estas acciones prosperó por la óptica del mercado que trajo consigo el ciclo neoliberal. Los nacidos durante los últimos 30 años se beneficiaron escasamente de los programas para la primera infancia y sufrieron, en la juventud, la regresión en la calidad y cantidad de los servicios educativos, así como la erosión del empleo formal, el descenso de los salarios, la migración masiva y la explosión de la violencia y el crimen organizado que ofrece satisfactores económicos a cambio de acortar la vida.

Los jóvenes absorbieron los mayores daños de políticas esencialmente injustas que privan a la mayor parte de un horizonte de realización. El 47% de la población juvenil trabaja, el 27% estudia y el restante 26% ni estudia ni trabaja. La cuarta parte de los jóvenes sufre insuficiencia alimentaria y el 82% vive en la pobreza. La escolaridad promedio de los jóvenes es de 10 años y sólo el 40% concluye la educación media superior. El 53% de los desempleados son jóvenes entre los 12 y los 29 años. El 60% de los trabajadores jóvenes está en la economía informal y el 40% restante gana menos de dos salarios mínimos.

La población joven migrante hacia los Estados Unidos creció de 2.5 millones en 1996 a casi 6 millones en 2012. La conducta delictiva entre los jóvenes es muy alta. La población carcelaria juvenil es el 45% del total y dos tercios de las personas detenidas por narcotráfico son jóvenes. Las reformas “estructurales” incrementan la precarización del trabajo a fin de privilegiar la acumulación de las ganancias sobre el desarrollo individual y colectivo de la población.

El Gobierno de la CDMX promulgó la Ley de los Derechos de las Personas Jóvenes con el objeto de devolverles su papel de actores de cambio, que recoge e incrementa los instrumentos proporcionados a la juventud durante cerca de 20 años de gobiernos de izquierda.

Es hora de replantear el funcionamiento de las instituciones con un enfoque de juventud. Es indispensable coordinar estrategias y programas en torno a la primera prioridad nacional: adoptar una generación. Luchar por la recomposición del tejido social y reconocer que los jóvenes asumirán la conducción democrática y serán promotores decididos del  Estado de bienestar.

En 2018 cerca de 28 millones de personas inscritas en el padrón electoral serán menores de 27 años. En unos comicios que podrían ganarse con 16 millones de votos, los jóvenes serán los grandes decisores. Llegó el momento del relevo generacional que evite la ruptura catastrófica de la identidad colectiva.  

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