A CONTRAPELO
Luis Rojas Cárdenas
I
Mi pisoteada autoestima se irguió como rascacielos neoyorquino cuando descubrí que, en el tomo II de la “Nueva antología de poetas tabasqueños contemporáneos”, publicada por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco en 2006, el compilador Marco Antonio Acosta (Cárdenas, Tabasco, 1934) incluyó un poema que escribí el 18 de septiembre de 1985. Sí, un día antes del terremoto que destruyó a la Ciudad de México.
Con el pecho inflamado de pura emoción, empecé a desvariar de alegría: Por fin se me hizo justicia. Por fin se valoraron mis cualidades artísticas. Por fin logré entrar a las ligas mayores de la poesía, ¡qué digo, poesía!, POESÍA con mayúsculas. ¡Estoy que desbordo soberbia!, mis versos ya forman parte de la historia poética tabasqueña y cohabitan en las mismas páginas donde brillan luminarias de la talla de Carlos Pellicer Cámara, José Gorostiza, José Carlos Becerra, Dionicio Morales, Salvador Córdova León y Teodosio García Ruiz.
Pero, nunca falla mi mala pata. ¿Por qué en todo momento de felicidad surgen los inconvenientes: un negrito en el arroz, un pelo en la sopa, una mosca en el pastel o un esputo en la cerveza que nos viene a aguar la alegría? ¡Oh, hado inclemente!, siempre habrá un talibán con sus proyectiles de realidad dispuesto a derrumbar las elevadas torres de mi vanagloria. Las feroces erupciones de mi volcánica megalomanía se apagaron de repente, porque resulta que mis versos no llevan mi firma. No me dan el crédito por mis arrebatos líricos y, para colmo, los versos se le atribuyen a mi amigo Manuel de Jesús Barbosa García (1961-1986). Y este amigo ya murió, ¿cómo reclamar, entonces, el plagio?
Atosigado por la pica del anonimato y el despojo, de los delirios de grandeza paso al autoescarnio. Me lo tengo merecido. Cómo quiero estar en una antología de poetas tabasqueños contemporáneos, si ni soy poeta, ni soy tabasqueño y todo lo que he hecho en mi vida ha sido extemporáneo, anacrónico.
El poema publicado en la página 189 del tomo II de la antología, dice: “DONDE LA LLUVIA. Hay un camino / allá donde la lluvia empieza. / Un camino de barro / que en sus orillas / lleva y trae cedros y caobas. / Allá / un guanacaste es la salida / por donde entran los recuerdos / de miles de viajeros / al olvido. / Allá llegan los que se van / de allá vengo / y allá voy. / Allá donde la lluvia empieza”. Ya con la serenidad que da el paso de los años, al leer con los versos, pienso que en aquellos años los poetas tabasqueños estaban tratando de quitarse de encima la exuberancia de la naturaleza que había impuesto como canon Pellicer a la poesía. Y yo, humilde citadino chilangueño, al llegar a Villahermosa me sorprendí porque todo lo que mis ojos percibían era verdor. Con aquel deslumbramiento que me provocó el paisaje me puse a cantarle a guanacastes, cedros y caobas, y en lugar de seguir mi ruta de asfalto y concreto me encaminé en sentido contrario al trabajo de mis contemporáneos tabasqueños y traté de tropicalizar mis versos. Como se advierte a simple vista, la originalidad no era lo mío, claro puedo hablar de intertextualidad para que no se diga que soy un plagiador plagiado, pero lo cierto es que si en el poema digo que un camino lleva y trae cedros y caobas, nomás me falta decir: para el que va, lleva; para el que viene, trae (Ay, Rulfo, no me mereces: “…para el que va, sube; para el que viene, baja”).
De cualquier modo, mi ego boquea como un pescado convulsionándose en la red. Hambriento de gloria trata de resurgir de los escombros. Porque de que mis versos están ahí: ahí están. Y, si los metieron, fue por algo.
II
Lo que son las cosas. Y que yo (como dijera Lorca) llegué a jugar con Manuel Barbosa al plagio de los versillos que producían nuestras parrandas.
En 1984 llegué a Tabasco, iba huyendo de una inminente cornamenta que me perseguía en forma demencial, para coronarme rey de los Cornelios. Trataba de atenuar el dolor provocado por la ingrata pérfida y consumía cegadoras bebidas en compañía de Manuel y otros tabasqueños. Cotidianamente andábamos dando trancos entre el alcohol y la poesía. Después de ingerir toneles de licor y, como se dice, ya en puntos briagos, casi siempre acabábamos guacareando, gateando, orinando sobre los muertos y haciendo desfiguros en el panteón municipal de Cárdenas, Tabasco.
Manuel era medio necrófilo y el aguardiente le atizaba sus obsesiones por la muerte. Saltábamos al cementerio por un pretil en forma de columpio que resguardaba la paz sepulcral, y nos internábamos en aquel lapidario bosque de mármoles, cruces, jarrones y abandono. Sentados sobre las tumbas, elevábamos la voz con disertaciones de poesía tan aburridas que no despertaban ni a los muertos, como dijo el poeta: los cadáveres ¡ay! seguían muriendo. Declamábamos a Amado Nervo (esa que dice: “Como renuevos cuyos aliños / un cierzo helado destruye en flor / así cayeron los héroes niños / ante las balas del invasor”. Órale, no se rían. ¿Qué esperaban Rimbaud, Poe, Baudelaire?, si platico esta decadente práctica de realizar ceremonias de escuela primaria en el camposanto, sólo es para que imaginen cómo andaríamos de ebrios), también declamábamos la Oración por Marilyn Monroe, de Ernesto Cardenal. ¡Ay!, la pobre huerfanita violada a los nueve años. En otras ocasiones imitábamos con poca fortuna a Efraín Huerta y al vuelo componíamos poemínimos sobre personajes de la mitología, yo decía: “EDÍPICA I: Los ojos le saltaron de lujuria al mirar el cuerpo desnudo de Yocasta”. Manuel respondía: “UNICORNIO: Siempre se jactó de tener una esposa muy centrada”. Yo reviraba: “EDÍPICA II: Vivió cegado por el amor de su madre”. Y así nos pasábamos las horas jugando, consumiendo alcohol en compañía de todos los muertos.
Con Manuel vivimos la fiesta del licor y la poesía perpetua. Cuando el festejo no era en el panteón, era en la casa de Raúl Ramírez Piña (cuyos versos también aparecen en la antología comentada). Parecíamos buscadores profesionales de tertulias, cuando nos dábamos cuenta ya estábamos alcoholizándonos en mi casa o en la de Manuel, allá por la avenida Cuitláhuac, en el DF; o, en Villahermosa, en casa la del pintor tabasqueño Fontanelly, o en la de Miguel Luna Cabrera (exdiputado, compilador de la música tabasqueña en una antología clásica conformada por cuatro discos de acetato, promotor cultural y promotor de López Obrador, en sus inicios priistas). Atrás de la Quinta Grijalva (como se le dice a la casa del gobernador), vivía Miguel Luna. Recuerdo innumerables reventones en casa de Migueluna, pero uno con intensidad indeleble. Estábamos en la sala, el convivio tomaba vuelos de bacanal. Yo permanecía arrellanado en un sillón-columpio de rattán y escuchaba con atención las enseñanzas del poeta Salvador Córdova León, quien con toda paciencia, entre trago y trago, como si estuviéramos en un taller de literatura, orientaba mis inquietudes líricas en medio de aquel carnaval. Circulaba tanta mariguana en aquel convivio, que el hornazo tenía a risa y risa a todos los concurrentes. Como Migueluna le traía ganas a Manuel Barbosa, le tendía billetes de alta denominación con meros afanes de fortalecer los vínculos amistosos. Manuel se resistía, rechazaba los dineros y Migueluna forzaba la donación y con terquedad trataba de meter la marmaja en la bolsa del pantalón de Manuel, quien se escapaba y huía a la cocina a prepararse un daiquirí con miel de abeja (deberían ver la porquería que se hace al unir la miel con el hielo y el ron). Manuel se me acercó para quejarse y decirme tartamudeante, arrastrando las palabras por el alcohol, en un tono que parecía secreto pero que todos escuchaban: “Este pinche choto está chingue y chinge. Nomás me termino esta y me voy, ya me está cansando tanta jotería”. Alguien, a manera de broma, le dijo a Manuel que una chava desnuda lo esperaba tras una puerta, a un lado de la entrada de la cocina. Manuel abrió de par en par la puerta, con lo que quedó exhibido ante todos los contertulios el pintor Fontanelly, quien en un acto que refrendaba su bisexualidad, se congeló en plena acción fornicatoria con una jovencita morena que meses después se hizo novia de Manuel. De Fontanelly recuerdo una máxima: “Aquí en el trópico, los hombres cuando somos jóvenes tenemos demasiado potencial sexual, somos muy fogosos y las mujeres no son suficientes para aplacar el furor de las entrañas. Pasados los años, nos casamos, formamos una familia, tenemos hijos y olvidamos los placeres juveniles”. Si, choto, intervino Freddy, ni que la homosexualidad fuera como una gripa. Freddy presumía que en sus relaciones con hombres nunca había asumido el rol pasivo: “es mejor dar que recibir”, contaba que era muy macho y nunca le habían dado y moriría con su virginidad trasera intacta, por eso al mismo tiempo que penetraba a un hombre, le hacía una puñetita (así lo decía, en diminutivo), no fuera a ser la de malas y luego el choto le dijera voltéate, te toca. Así los cansas y los dejas sin ganas, aseguraba, para enfatizar su hombría.
Al final de su vida, Manuel Barbosa se quedó con algunos escritos que le di (míos y de otros amigos). Cuando venía de visita a la Ciudad de México intercambiábamos textos, yo coordinaba el suplemento literario el Antro del periódico la Crónica de Ecatepec. Manuel me aportaba escritos para el Antro. Él se llevaba mis engendros a Villahermosa para publicarlos en el suplemento literario la Pizca, del periódico Clarín (Periodismo libre y cierto) que se publicaba tres veces al mes, en Villahermosa. La Pizca tenía como director fundador a Salvador Córdova León y como coordinadores a Teodosio García Ruiz, Manuel Barbosa y Ramón S. de la Mora. Supongo que, quienes se quedaron con las cosas de Manuel, pensaron que el poemilla lo escribió él y se lo atribuyeron. Por lo que no me cansaré de reclamar la paternidad de ese escrito.
El 22 de noviembre de 1986, Manuel se quitó la vida. Se cortó las venas, con su sangre escribió una nota póstuma en la pared de un hotel en Villahermosa y, para amarrar, se colgó del cuello. A las pocas semanas de su muerte, le escribí unos versos insolentes de despedida, quise que fueran desmadrosos, igual que como nos llevábamos, para que la depresión no me hiciera caer en la solemnidad, por lo que decidí parodiar a Renato Leduc:
Poeta inconsciente, por tus venas rotas / salió tu vida como rojas gotas / en la memoria como corcho flotas // cuando pleno de vida e imprudencia / en un cuarto de hotel buscas tu esencia / cortándote las venas, ¡que impaciencia! // Perdido ya, tu decisión reprocho. / Perdón, si no te rezo como un mocho / pues estoy merendando un buen bizcocho. // Tanto te derramaste, Amargo Canto / muerte es dolor, no alumbramiento es llanto / si no entendiste, no era para tanto.