Opinión

Alfonso Sierra Partida]Efemérides y saldos[

 

Sobre los adustos crestones de la Bufa ?cerro de las mil leyendas y lugar de beatíficas romerías? se alza la rosada y descomunal piedra del monumento al Pípila, de objetiva significación histórica, cuyo fuerte brazo agita al viento la tea libertaria, y se eterniza en el recuerdo con las proféticas palabras grabadas, valga el aparente pleonasmo en lapidaria lápida: Aún quedan otras Alhóndigas por incendiar…, recuérdalo, mexicano.

Alfonso Sierra Partida

 

 

ALEJANDRO GARCÍA

Recibo la llamada cortés y distintiva del cronista del Estado, mi amigo e historiador Manuel González. Acepto de inmediato participar en esta presentación del libro del educador y conferencista Alfonso Sierra Partida, mi paisano, él de Guanajuato, yo de León. Busco entre mis libros aquellos que publicara Gobierno del Estado de Guanajuato en el sexenio de Luis H. Ducoing (1973-1979). Encuentro que el libro que yo pensaba tenía en realidad pertenece a Alfonso Sierra Madrigal (Vendimia lírica), pero encuentro felizmente un artículo de Sierra Partida a propósito del Teatro Juárez en su 75 aniversario y la compilación de escritos y biografía de Ignacio Ramírez Espada y pluma. Recibo el libro actual, no el de 1964, publicado por la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Éste pertenece a los libros del corte de la Crónica del Estado y de Cronistas de Ciudades Mexicanas (México, 2015, . Me parece una labor importantísima, ahora que el Instituto de Cultura “Ramón López Velarde” ha decidido gastar el dinero en otras cosas que no son libros y que al parecer ha dejado ir una vez más la oportunidad de tener una Biblioteca Zacatecana.

  Confundo pues la reminiscencia de un pasado de mi terruño donde está Sierra Partida con uno actual angustioso, pero finalmente logrado en un objeto editorial, donde está Sierra Partida, digno y que se deja leer. Casi diría que se deja acariciar.

  No son pocos los prejuicios que bullen en mi mente. El primero a superar tiene que ver con la tesitura de un libro que se publica casi a la mitad de la década de los 60, la década del culto a la ciudad en la novela mexicana y cuando la población urbana supera por fin a la rural. Un libro que contiene una admiración por la geografía de nuestro país, por su tierra, su aire, su agua, por su fuego. Una admiración por su trayectoria histórica, por su pasado indígena, pero también por su combinación, así haya sido dispareja, con lo hispano, el encuentro de nuestras tribus con la Contra-Reforma. Y una admiración por un presente muy cercano. Por ejemplo: Alfonso Sierra Partida señala la ruptura arquitectónica que representa el edificio de la Universidad de Guanajuato, y esto es cierto, es una mancha que se ido borrando, pero que allí está. Sin embargo, no dice lo mismo del monumento al Pípila o del Morelos de Janitzio. Allí se palpa la orientación política del autor y su creencia en lo que aquellos años era convincente Revolución Mexicana.

  La versión descalificatoria que operaba en mi cerebro trataba de marginar a Sierra Partida como una especie de intelectual orgánico del priismo, una especie de maquillador o de ensalzador de aquellos regímenes del Milagro Mexicano, el libro se publica el año de salida de la presidencia de Adolfo López Mateos y la entrada de Gustavo Díaz Ordaz. En todo caso era un priismo con vocación social, con creencia en la educación y con un proyecto explícito de mejora del país, de estrechar la brecha entre la riqueza y la pobreza extremas. En el discurso consta, al menos.

  El lado positivo es con el que me quedo. En medio de estas luchas por el poder, en medio de esta hegemonía de un solo partido, en medio de estas continuas elecciones cuestionadas, un buen número de mexicanos se puso a trabajar con un modelo educativo y cultural del país, que pasaba desde la enseñanza hasta todos los rincones del arte. Yo recuerdo algunas revistas del Magisterio o de Ferrocarriles que hablaban de las bondades de ese México que se distanciaba de lo bronco, del topillo, de la corrupción y que tendía sus redes a la formación de mexicanos pensantes, críticos, reflexivos, propositivos de los cambios necesarios para llegar a buen puerto.

  Pongo dos ejemplos de estos esfuerzos a través de dos productos, dos libros: el de Don Pedro de Alba, Vuelta al pasado (1958) y el de Geografia romántica mexicana que hoy comento. Son dos libros hechos por personas que tal vez uno encuentre en renglones ajenos a la literatura, como la política (según cataloga Luis González a don Pedro) o en la educación, o tal vez en la oratoria (como señalan algunas referencias a don Alfonso). En ambos se mezclan el viaje y la permanencia, algo que Marco Antonio Campos señala para el recién desaparecido Hugo Gutiérrez Vega: Salir de la ciudad, llevarla a cuestas, viajar a la aventura, encontrar lejos a Ítaca. La visión de esos dos viajeros, Pedro y Alfonso, es una visión idílica, esclerotizada, lejana de los vaivenes y contradicciones de los que se quedaron. Y entonces es esa mirada, en gran parte inocente, la que busca esa temprana interrelación entre la geografía y el hombre, tal vez entre la geografía y el yo.

  Polemista, peleonero, señalador del error o del prejuicio, Alfonso Sierra Partida está más en el arrebato, en la lucha entre grupos políticos, pero una lectura atenta, una vez que se supera la perversión de su adjetivo, nos demuestra a un hombre de sensibilidad muy fina, de creencia en el telos revolucionario, de señalada militancia por el cambio. Y entonces, a partir de la lectura y de su escritura, es que uno entabla una relación sin prejuicios con la obra, con su libro.

  El estilo de Sierra Partida es por momentos apeñuscado, barroco, pleno de conceptos polivalentes o de interpretaciones que llegan a pegarle al lector. Pero encuentro en general esa vocación por mostrar el país, por venerar a la patria, lo mismo como contenido clásico que como nación moderna, fruto de la modernidad, allí los patricios y los revolucionarios se dan la mano.

  Comparto como muestra de lo anterior este largo párrafo:

  Así se ha descubierto ya el supuesto origen de su nombre, atribuido a Hernán Cortés: la cálida fornax, horno cálido para entroncar los etimológicos antecedentes, anclándolos en el Califerne, que aparece en el francés Cantar de Roldán del anónimo trovador medieval que copió el monje Turoldo. Seguramente engendró el “California” de las Sergas del Esplandín, de Garci Ordóñez de Montalvo, tomado del galafre del citado poema de Roldán. Más aún, el Galaferne y el Califerne ?variantes del mismo canto? deviene etimología danesa colaf-cerne, atlántica galaf-cerne, islámica califa-farnaj y hasta griega kaliptoó, que significan respectivamente “ciudad de las puertas de oro”, “ciudad principal”, “lugar codiciado o hermoso” y “misterioso, velado u oculto”. Remoto origen sin duda del norteño agro mexicano llamado Baja California, incógnita tierra para los conquistadores a la búsqueda de míticas ciudades de oro y fuentes de juventud.

  No sé cuántos lectores en México haya con competencia para constatar o desafiar este párrafo. Yo no, por lo pronto. De modo que el libro es un hueso duro de roer por momentos y transita de la más completa comprensión hasta estos momentos en que se requiere de algunas consultas no siempre exitosas. Se me ocurre que este libro empieza a urgir de una edición crítica que vaya acompañando modificaciones tanto en lo geográfico como en los contenidos y referencias. Y no sería malo, acompañarlo de material visual que nos muestre algunos de los lugares señalados por el autor.

  Cuando se me invitó a presentar este libro, se me dijo que uno de los motivos era que el autor era guanajuatense y que tenía un apartado referido a Guanajuato. Las dos cosas son ciertas. Una cuestión que me encontré en él es la referencia casi exclusiva a la capital del estado, cosa muy señalada en determinados momentos de la evolución de México y que ha tenido su contrapeso a partir del gobierno de diversas fuerzas políticas. El programa liberal en Guanajuato siempre presentó como alternativa de civilización o de progreso a la capital y descuidó los centros urbanos que hoy dictan el rumbo en dicha entidad. Creo que esta costura se encuentra en el libro. Cualquier referencia a la relación León-Guanajuato, Fresnillo-Zacatecas sale sobrando. Y poco hemos pensado en la actual relevancia de la relación Guadalupe-Zacatecas.

  Decía hace un momento que el libro requiere una edición crítica. No sólo por el surgimiento de nuevas entidades federativas, también por el hecho de que uno de los lugares de gran turismo se ha desarrollado en uno de los territorios de la república (Quintana Roo, Cancún) y el otro ha sido vendido en pequeñas propiedades privadas (Baja California Sur), sino también por el cambio que se ha operado en el Distrito Federal. No tanto en lo que se refiere a la Gran Tenochtitlan que podemos consultar en cualquier libro de historia, sino en una realidad que es hoy imposible corroborar, el México que se nos fue y que también se da en grandes ciudades del país (la placa de concreto se traga a los campos).

  Al referirse a la Villa Gustavo A. Madero:

  Dan vida a su población de cien mil habitantes, comercios, establos y agricultura a merced de la presencia de los ríos Chico y Los Remedios, que forman el río Guadalupe que, con el Consulado, forma a su vez el Unido. Cabe la orográfica presencia de la sierra de Guadalupe y su notable cerro del Chiquihuite.

  Quizás podamos imaginar la ciudad de México en el momento de la conquista a partir de maquetas, de visitas al Museo Nacional de Antropología e Historia, pero seguramente nos extrañará que se hable de agricultura, de establos y, sobre todo, de ríos que se unen y forman otros mayores, porque debemos reconocerlo, para muchos habitantes del país y de la misma ciudad de México, Rio Consulado o Río Churubusco son calles. De allí que sea necesario recuperar esa otra geografía que a manera de palimpsesto se encuentra debajo de la actual ciudad.

  Mi última resistencia con el libro vino por el lado del adjetivo “romántica”. Ciertamente fueron los románticos los que trajeron del pasado las historias, las genealogías, los grandes acontecimientos y los hicieron suyos. De modo que esta geografía de Sierra Partida es un renombrar a la patria, hacerla nación moderna, distinta, pero con sus constituyentes que son a la vez atractivos para el visitante como definidores de parte de nuestro carácter. Está detrás de todo esto el amor y está el modelo de país, está la patria suave que susurró el jerezano universal.

  

   

   

 

 

 

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