Opinión

003]Efemérides y saldos[

 

Al tío se le escapa un tiro que termina por alojarse en la cabeza del sobrino. Llevado el enfermo a San Juan, el galeno extrae las postas incrustadas, pero es tanta la preocupación, que el tío urge al médico revise perfectamente la herida. El facultativo sólo responde que no habrá riesgo alguno, salvo que el niño se vuelva tonto o se le despierte la inteligencia. Por fortuna no sucede nada extraordinario, pues desde pequeño Pedro demuestra su capacidad y talento que le hacen sobresalir de sus hermanos y compañeros.

Sebastián Preciado Rodríguez

 

ALEJANDRO GARCÍA

En mi maniática búsqueda de libros camino en pos de la librería universitaria de la UANL. De regreso a la sede del congreso, la Facultad de Filosofía y Letras, me encuentro en medio de un conjunto escultórico y con la cara en bronce de don Pedro de Alba. Me viene a la memoria el libro de Sebastián Preciado y lamento que la Unidad Académica de Letras no la haya publicado en los tiempos en que fui director, como era mi intención y mi promesa. El autor salió ganando, el producto ha conservado el material fotográfico, el papel es muy bueno, la factura del libro es de calidad. Me muerde entonces la labor pospuesta de reseñarlo. Ahora tengo el gusto de entrar a este trabajo, de origen académico, donde se nos habla de Alba entre fundadores y constructores. Un viaje al pasado con el Dr. Pedro de Alba (Monterrey, N. L., 2013, Universidad Autónoma de Nuevo León, 212 pp.) es la historia de unos jóvenes que coincidieron en Aguascalientes por los años en que los tiros de la Revolución se presentían y que después, ya en el tiroteo, harían obra en pro de la patria que les había sido prometida. Algunos murieron jóvenes, fundaron y provocaron en torno a la pintura (Saturnino Herrán), o la poesía (Ramón López Velarde); a algunos les tocó ser líderes en ese momento fundacional de ellos mismos como individuos (Enrique Fernández Ledesma), otros tuvieron que hacer la labor constructiva o reconstructiva del país y arar en las aguas de las violencias post-revolucionarias desde áreas no siempre codiciadas como la educación o la diplomacia. Es el caso de Pedro de Alba.

  En este libro las nociones de Campo, Habitus (las dos de Pierre Bourdieu) y Generación son fundamentales para una relectura de la historia cultural de México y de ciertos momentos epifánicos de la llamada provincia.

  Pedro Palou fija el momento de los Contemporáneos como el que señala la forja y la autonomía del campo literario mexicano. Ubica a López Velarde como un predecesor. Con los Contemporáneos podemos observar un habitus del escritor tendiente a la autonomía económica y a una industria editorial que publica sus libros. Resulta indiscutible que la autonomía económica fuera de Europa o los Estados Unidos siempre será limitada, pero por lo menos es a partir de la literatura que esos escritores son requeridos y pesan en la red social y muchos de sus contratos son por esta condición. Ellos son poetas, escritores, literatos, las otras actividades son subordinadas. Y desde luego, lo esencial es la conciencia del trabajo sobre el lenguaje.

  Hay momentos previos, escritores que logran un estatus por su actividad, pero no hay ese territorio de relaciones, instituciones, publicaciones, luchas internas, manifiestos por la autonomía. Se habla de un buen momento en Mazatlán en la raya entre siglos y esta conformación en Aguascalientes de un grupo muestra actividades diferentes de casi quinceañeros con una visión de grupo distinta a la tradicional. Por ejemplo, Berenice Herrera habla en uno de sus trabajos de cómo algunos licenciados zacatecanos publicaban una revista para hacer méritos en la abogacía y en la vida pública o por lo menos para fabricar una escalera que les permitiera figurar profesional y socialmente. El grupo de Aguascalientes es el de un puñado de muchachos que querían hacer las cosas bien y diferentes, que querían llevar a cabo programas de formación donde era importante hacerse de una cultura, de un oficio y de un vehículo de publicación. En gran parte se ve en ellos esa intención de la forja de un campo y de la variación tradicional del habitus de escritor decimonónico y provinciano.

  En su momento, los que tienen la visión de esa salida son Fernández Ledesma y De Alba, son ellos los que ven la bondad y la trascendencia de una revista y los que luchan contra el medio humano y económico que conlleva.

  En este caso el término generación es importantísimo. Ni Cervantes ni Shakespeare, ni Goethe, estuvieron solos en la construcción de su obra. Ni Herrán ni López Velarde estuvieron solos en su ruta de pintor y poeta respectivamente, y en gran medida esa solidaridad, ese encuentro, ese conjunto de energías y búsquedas lo mismo se resuelve por el lado del fundador, la carrera breve, que la del constructor, la ruta larga.

  El límite de este grupo es su escolaridad, el periodo fatal en que deben tomar sus respectivos caminos, pero van bien preparados. A Herrán y a López Velarde los espera la muerte, pero también una admirable mirada crítica que aún les es propicia.

  En el caso de Pedro de Alba el camino es largo (1887-1960): médico, educador, diplomático, escritor. Son notables sus aportaciones a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, la Escuela Nacional Preparatoria y la Rectoría fundacional de la Universidad Autónoma de Nuevo León entre la tercera y cuarta década del siglo pasado y su participación como legislador desde la segunda década. Más adelante se destacará en la diplomacia mexicana en momentos en que brilla por sus posiciones específicas y de apoyo de causas diferentes a las apoyadas por las grandes potencias.

  Pedro de Alba publica en 1958 su libro Viaje al pasado. Es su visión un tanto idílica de San Juan de los Lagos, el terruño. Al igual que a los escritores que salen de su origen, a De Alba le gana esa estampa de un tiempo y un espacio que han cambiado, que se han ido, pero que a la vez deben estar en la memoria, en la construcción de un país en el que cree, por el que ha luchado en tareas educativas y en búsqueda de la convivencia internacional. No es una obra de ruptura, simplemente es la voz de esa memoria, de niñez, de esa inocencia que el hombre lleva, como su ciudad, a donde va.

  Uno de los atuendos, considerado índice de categoría social, es el sombrero. En el trabajo no representa mucha diferencia con los de los demás, pero en el paseo a caballo, por las calles y en la plaza, es un objeto de lujo que acapara miradas y enorgullece al que con él las recibe… Es motivo de afrenta que alguien se atreva tocar un sombrero sin consentimiento del dueño; quitarlo con violencia es el principio de un disgusto serio y si se arrebata de la cabeza o sirve de juego entre varios, la ofensa muchas veces es lavada en sangre.

  Celebro la aparición de este libro de Sebastián Preciado Rodríguez y agradezco ese esfuerzo de ubicación de un personaje que no es el más celebrado de su generación; pero, fiel a su apellido, fue Alba y posibilidad de un puñado de jóvenes que creía en la vida. Y así fue.

 

 

 

 

 

 

 

 

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