JOSÉ CARLOS GARCÍA FAJARDO*
La incertidumbre se ha convertido en la única certeza. Estamos en el umbral de una nueva Era. En medio de un largo y penoso proceso que, bajo una forma u otra, conduce a una sociedad global de la que aún no es posible imaginar su estructura probable. La era de los héroes ha terminado; hoy se sabe ya que todo es solidario y conflictivo. Que el nuevo orden debe englobar todo en su campo de acción: la política, la economía, lo social, lo cultural y lo ecológico.
Muchas personas tienen el sentimiento de que su infelicidad es demasiado grande y de que el poder está demasiado lejos; no tienen la sensación de saberse reconocidas y escuchadas por los que poseen los medios para tomar decisiones. Los ciudadanos aspiran a un papel más activo, más inmediato y ligado a su marco de vida. Hay un desfase entre las instituciones existentes y las preocupaciones de los ciudadanos. A pesar de las apariencias, las conquistas sociales de un Estado de bienestar están en peligro y, con ellas, la democracia. Por eso somos muchos los que apostamos por una sociedad global de sobriedad compartida.
La ambición principal de la democracia es luchar contra la pobreza, la injusticia y la iniquidad: denunciar sin descanso a los falsos profetas. Los medios de comunicación tienen que explicar, analizar y favorecer el civismo de los ciudadanos; de ahí que sea preciso trabajar en ese campo con profesionalidad y rigor intelectual.
¿Cuál es el verdadero papel de los medios de comunicación y de los grupos de presión, de las universidades y de los centros de formación? Las grandes migraciones provocadas por la pobreza son un grito ante la injusticia que tenemos que escuchar para actuar sin contemplaciones. Que nos muevan a la acción apoyada en un pensamiento crítico frente a la inercia de un pensamiento único que nos domina en todos los ámbitos de la vida.
La mundialización convierte a las economías en dependientes unas de otras mientras los mercados financieros establecen una red férrea e invisible que atrapa a los países y controla a los gobiernos. El hombre contemporáneo, no contento con extender la lógica mercantil al conjunto de las actividades sociales, integra dicha lógica a la propia vida y nos amenaza con convertirnos en un mercado de materias primas genéticas.
Las sociedades occidentales ya no se ven con claridad en el espejo del futuro: parecen atormentadas por el paro, desconcertadas por la incertidumbre, asustadas ante las nuevas tecnologías, conmocionadas por la globalización de la economía, preocupadas por la degradación del medio ambiente y desmoralizadas por la corrupción de los dirigentes.
Controlado por los comerciantes, el modelo cultural se ha deslizado hacia lo insignificante, lo sensacional a lo vulgar. Es preciso alzarse en rebeldía para evitar que la civilización se hunda en la fascinación del caos.
El enemigo principal ha dejado de ser unívoco. Se trata de un monstruo de mil caras que puede adoptar sucesivamente las apariencias de la explosión demográfica, la droga, las mafias criminales, los fanatismos étnicos, el sida, el integrismo religioso, el efecto invernadero, la desertificación, las grandes migraciones, las nubes radioactivas.
En un planeta que cuenta con quinientos millones de ricos contra seis mil millones de pobres, habrá siempre razones para rebelarse. Y el economista André Gortz señala “Frente a esta sociedad, convertida en extraña para ella misma, tenemos dos tipos de rebeliones. Por un lado, las personas con capacidad cultural para asumir su autonomía exigen la creación y la protección de nuevos espacios de solidaridades autogestionadas y de actividades autodeterminadas contra el poder del Estado y el poder del dinero. Por otro, tenemos la reacción regresiva de aquellos que desearían volver a encontrar la seguridad de un orden premoderno, estable, jerarquizado, integrador, en el que desde el nacimiento cada cual tuviera su sitio asegurado y asignado por su pertenencia a su nación, religión o raza”.
Es un hecho asumido por las mentes más sensibles de nuestro mundo que a la sociedad del consumo ha de sucederle la sociedad del reparto solidario o de la sobriedad compartida. Después de años de euforia financiera y de mentiras propagadas por el control que tienen en los medios, los ciudadanos vuelven a sentir un fuerte deseo de retorno a actividades virtuosas: la ética, el trabajo bien hecho, la competencia que no la competitividad, la excelencia, la honestidad… al kalós kai agathos (hermoso y bueno, persona honrada, de bien), de la Grecia de Pericles. Se trata del único camino que permite preservar el planeta, proteger la naturaleza y salvar a los seres humanos en su comunión con todo lo que es y existe, aunque no acertemos a nombrarlo, pero si a vislumbrarlo.
*Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)