Opinión

Patricia Melo]Efemérides y saldos[

 

Nos quedamos otro rato en el bar, ya eran casi las cinco y el sol continuaba fuerte, como si aún estuviéramos al inicio de la tarde. Se lo comenté a Sulamita y ella remató, es verdad, dijo, ése es otro problema de mi trabajo. Todo en esta ciudad se pudre más rápido.

Patricia Melo

 

 

ALEJANDRO GARCÍA

Ésta es una novela donde se mezclan sabiamente la rapidez, la acción clara y envolvente con una complejidad en las implicaciones de los actos humanos, sobre todo a partir de la reflexión que ocasiona en el protagonista de esta novela Ladrón de cadáveres (Océano, México, 2015, 201 pp.) de Patricia Melo (Assis, São Paulo, 1962). Él vive en un rincón de Brasil, Corumbá, casi en la frontera con Bolivia, apenas divididos los dos países por el río Paraguay. Es el Gran Pantanal en el estado de Mato Grosso del Sur. Allá ha ido a parar.

  Apenas un año antes vivía en São Paulo y era un gerente de Telemarketing, ventas por teléfono de aparatos para ejercitar el cuerpo. Un día, una violencia incomprensible lo hizo suyo y le dio una bofetada a una de las operadoras porque se había puesto un piercing en la lengua y eso le dificultaba la articulación. Inmediatamente le pidió perdón. Lo hizo numerosas veces. Una semana después la mujer se lanzó desde un décimo piso y las demás empleadas lo culparon a él, se hizo evidente la infamia que se había propagado en susurros. Lo despidieron. Se trasladó hasta la otra orilla del país, gracias a su primo Carlão, quien además tenía una tentadora mujer, Rita. Fue él, o mejor dicho ella, quien le salvó la vida, le incendió la sangre.

  ¿Allí comienza el problema, el piercing, Rita, que lo llevará a transformase o el origen viene de la historia de un cadáver perdido, el de su padre? (Encendí un cigarro  mientras pensaba que quizá, un día, alguien había llegado cerca de mi casa para contar dónde estaba el cuerpo de mi padre. En un baldío, atrás de una fábrica de cemento. En el fondo de río. Con dos balas en la cabeza. Enterrado en un lote de la periferia.). Hasta su cuarto en las afueras de Corumbá, donde convive con los indios guató, éstos también expulsados de sus tierras, condenados a vivir en los márgenes urbanos, llegará la necesidad de hacer cosas diferentes, porque en esta novela la normalidad es maligna: Serafina es una pobre india a quien frecuentemente corre y expulsa de la casa su nuera; la chica del piercing encuentra su punto de lanzamiento al vacío después de una bofetada, la madre del piloto es casi ajena al mundo, sólo llora y quiere recuperar o sepultar a su hijo desaparecido. Sulamita es pura, sólo hasta que su compañero y sus superiores deciden otra cosa.

  Él, sin nombre propio, si acaso señalado después como Porco por Ramírez, ahora arranca su camioneta y sale a pescar y perderse aún más dentro del mundo y resulta que se encuentra con que su paseo se ve perturbado por la caída de un avión pequeño y él va ver qué pasó y encuentra que el piloto está vivo, mas fallece apenas lo mueve. Bingo, va acompañado de un buen reloj, teléfono celular y un paquete con droga. De pronto, su rumbo cambia. Y además está Rita que cada que está en su compañía le parece más atractiva y coqueta y con quien termina en una fragorosa relación sexual. Sin faltar su pareja Sulamita, con quien hace planes a futuro, que trabaja en la policía y pronto cambiará su adscripción al servicio forense.

  El personaje no duda, piensa en la venta de ese kilo y cien gramos más de cocaína, en venderlas al menudeo, encontrando la vía adecuada. Para eso está Moacir, el indio guató, su vecino, hijo de Serafina, esposa de Eliana, para que se encargue de la distribución, del goteo. La primera fase no tiene problemas, venden el producto, nada más para ir tirando (pero en la pobreza algo de dinero siempre se nota), no para lucrar, sólo que se relacionan con Ramírez, en Bolivia y éste les ofrece un cargamento que vale cincuenta mil dólares. Mocair se encargará de la venta, pero está en una fase de su vida en que le molesta el rumor de que Eliana, su mujer, es amante del carnicero (cuando el río suena…). En un pleito conyugal interviene la policía y encuentra la codiciada mercancía.

  Bingo. La otra noticia buena es que lo del piloto crece, es hijo de un rico ganadero, la noticia tarda en salir en los medios y cuando por fin encuentran la nave siniestrada, resulta que el cadáver ha desaparecido. Cuando va a dar noticias a la familia el jefe de la casa lo confunde y lo contrata como chofer. Y la ambición de nuevo se despierta y se afianza, hay manera de ganar dinero, de lucrar con el dolor de los Beraba, siempre y cuando se les proporcione el cadáver desaparecido, el cuerpo que la madre añora poner bajo tierra. Siempre que la normalidad amenaza con imponerse, aparece el eslabón que prolonga la posibilidad de salir adelante.

  Las acciones se trenzan y no se sabe qué es lo que predomina: 1. La vida del protagonista, llamémosla dimensión individual o privada,  escindida entre su relación con Sulamita o con Rita, a quien embaraza, la posibilidad de intervenir en el caso del piloto que termina con él como empleado de los padres, hacer capital con la primera droga y acrecentarlo con la sociedad con Ramírez. 2. Está también la vida dentro de un sistema que no se nota, pero que está corrompido, dentro del cual, si sobrevives, puedes tener el premio anhelado y tal vez un poco más. Algo han movido con el negocio del cadáver que obliga a que la superioridad ponga un alto. Llamémosle dimensión colectiva o cívica. 3. Hay en esta novela un sentido de la vida en el que han desaparecido los grandes ideales, donde se vive al día y donde las dimensiones individual y colectiva están perdidas irremediablemente. No hay lugar para la inocencia. Y si se da es para los perdedores.

  En la película el tipo sigue adelante y ya sabes lo que pasa. Mucha sangre Adrenalina pura. En la vida real no entras. En compensación, haces cosas peores. Asaltas a un cadáver, Contratas a un indio jodido para vender la coca que le robaste al cadáver. Coges con la mujer de tu primo. Haces todo eso porque crees que puedes cometer un error, nomás uno, nomás uno más, y otro, nomás otro, nomás otra cagada mínima y después ya puedes regresar y continuar con tu camino, con tu película, porque el camino de la vida sigue ahí, inmóvil, esperando que hagas tus cagadas para después regresar.

  Casi todos los personajes que delinquen o se acercan al delito obtienen un beneficio o reciben una satisfacción mediana, a la manera de la comedia, donde todos ganan, pero el tono de risa o de júbilo no existe en esta narración, el tono es siempre gris u oscuro, la vida se da en la márgenes, en el interior de algo, allí habitan los personajes: un pueblo perdido, un río en el corazón del continente americano, una persona que vive de las autopsias, y un personaje reventado por su pasado que no sólo roba las pertenencias y la droga de un piloto de una nave siniestrada, sino que además ofrece el cadáver inexistente a la familia y lo hace a cambio de doscientos mil dólares (en el proceso se conmueve y le ofrece una rebaja a ciento setenta mil).

  A pesar de la marginalidad (la paradoja de las periferias que son iguales al centro o que incluso marcan el ritmo de éste), no hay escape: siempre hay alguien que propone o consigue que las cosas culminen; es el caso de Sulamita, mujer primero policía y después forense que pronto entiende que se puede ganar algo y llega a tener la sartén por el mando (se entera que su mancuerna policíaca y sus jefes andan en algo sucio), de modo que el protagonista se torna auxiliar de ella en momentos en que su abulia amenaza con sacarlo del evento. Sólo se trata de un relevo en busca del mismo fin.

  Los Beraba necesitan un cadáver, Sulamita y el narrador requieren cincuenta mil para pagar la deuda de droga que tienen pendiente, los policías requieren que las cosas sigan como están, que no se altere el orden, que no se ponga en evidencia el mundo de corrupción de que se alimentan. Eliana vive al fin con su amante, una vez que ha muerto Moacir, Serafina está a punto de recibir un refuerzo económico para ponerse a salvo de la nuera. Al final, el capo de la droga recibe el pago con un interés de diez mil dólares y confiesa que lo de Moacir fue suicido, no asesinato de ellos y tanto Sulamita como el narrador reciben el pago, una indemnización por el cierre del caso y un extra para él por ser despedido por los Beraba y para que no haga escándalo con eso ante la dueña de la casa (ella le regala la ropa del difunto). Todo se cubre con dinero, el cadáver ha venido a cerrar cualquier problema.

  Patricia Melo (brasileña, vive en Suiza, su representante es alemana y la primera edición del libro comentado es 2010) toma (¿roba?) el título de Stevenson y parece decirnos que sólo el camino del delito asegura una vida más larga, siempre y cuando no se caiga abatido en el sendero. El hombre está dispuesto siempre a enchufarse. En Ladrón de cadáveres no se necesita de asesinatos, los muertos proporcionan la pudrición necesaria para que cualquiera que esté en el momento y en el lugar adecuado aderece su vida.

 

 

 

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