A CONTRAPELO
LUIS ROJAS CÁRDENAS
No empecemos el año con actitudes negativas. Seamos optimistas. Ignoremos la chinga que nos espera. Desechemos la nefasta idea de que 2016 pinta más feo que Frida Kahlo. Olvidemos pequeñeces como la caída del precio del petróleo, la deuda externa, las medidas de austeridad impuestas por el Fondo Monetario Internacional, la devaluación del peso, el desempleo, la miseria humillante en que viven millones de mexicanos, la acechante delincuencia que nos mantiene en permanente zozobra, la sanguinaria cauda de muertes que deja tras de sí el narco, el fastidioso tráfico vehicular y el pésimo transporte público. Pensemos positivamente en que nuestros gobernantes harán sus mejores esfuerzos durante todo el año, para que el 5 de febrero de 2017 festejemos con bombo y platillo el centenario de la promulgación de la Carta Magna .
Así pues, dispongámonos a ver durante todo 2016 los preparativos para el gran festejo de los primeros cien años de la Norma Suprema. Esperemos una magnánima propuesta gubernamental para celebrar esta festividad. Qué no se note la miseria, que la alegría de los mexicanos se desborde por la felicidad de contar con una Regia Constitución Republicana (se ponen dos adjetivos para que el lector escoja el que más le guste). Seguramente, las instituciones culturales patrocinarán concursos de cuento y poesía, antologías de documentos inéditos, ediciones infantiles para fomentar la cultura cívica en la niñez, exposiciones museográficas, exhumación y exhibición de restos óseos, para que los contemporáneos aprendamos de qué calcio está hecha la osteoporosis de los héroes. Tal vez, se construya una escultura de mayor envergadura (¡glup!) que el He-man aztecoide erigido por gobernantes municipales megalómanos, mejor conocido como el Guerreo Chimalli de Chimalhuacán. Acaso se levantará una columna más espectacular y costosa que la Suavicrema, también llamada Estela de (móchate con una) Luz, principal emblema de la corrupción en tiempos de la democracia mexicana (ni modo, la casa de blanca de la Gaviota se quedó chiquita en esta desaforada competencia de corrupción gubernamental). Es probable que en cada ciudad, en cada poblado por más pequeño que sea, llegue una nueva oleada de renombramiento de calles; seguramente, en todos los rincones del país se designará una vialidad que evoque a la Carta Magna, no faltará un Circuito Centenario del Constituyente, una Calzada Constitución del 17, un callejón sin salida del Pacto Constitucional, una calleja dedicada a don Venus, un andador llamado el Cleptómano de Cuatro Ciénegas. Probablemente revivirán las historias y cantos a los héroes que nos dieron la Suprema Norma: “Si vas a Tlaxcalantongo / procura ponerte chango, / porque allí a Barbastenango / le sacaron el mondongo”. “Con las barbas de Carranza / voy a hacer una toquilla / pa’ ponérsela al sombrero / de su padre Pancho Villa”. “Todas las muchachas llevan / en el pecho una esperanza, / pero más abajo tienen / el bigote de Carranza.”
Olvidemos, pues, que los particulares se pasan por el arco del triunfo a la educación laica; que el entonces presidente Carlos Salinas (cuando el ejecutivo tenía el control total del aparato legislativo) acabó con el espíritu del artículo 27 al decretar el fin de la Reforma Agraria (lo que de nada sirvió, 24 años después la situación sigue empeorando en el campo mexicano); que las instituciones gubernamentales imprimen el artículo 123 en rollos de papel higiénico para restregarlo en su trasero cada vez que contratan personal por honorarios. También borremos de la memoria a las reformas estructurales de este sexenio, debido a que lo importante no es la norma ni su aplicación, sino el guateque, el reventón, la pachanga, pues no siempre se llega al siglo de vida. Recordemos que la Constitución de 1857 solo duró 60 años; por esta razón, la norma que rige nuestros destinos bien merece un brindis: “Larga vida a su majestad: la Constitución”.
Pero, volvamos al presente que no deja sentir otra cosa que pesimismo puro y descarnado (chin, sin darme cuenta me salí del discurso optimista), no nos adelantemos todavía falta un año para el centenario. Cuando se cumplen 99 años, una de las pocas certezas que pueden tenerse a esas alturas de la vida es que uno ya se encuentra metido hasta el cogote en el alud de una vejez que está terminando de sepultarlo. Lamentablemente, con esa edad a cuestas nuestra Constitución ya está en las últimas. Desde hace décadas, se halla en fase terminal, moribunda, agonizante, ya no respira ni un poco de esmog. Se mantiene viva como si estuviera conectada a un respirador artificial. Nada más porque no me gusta dar malas noticias, si no en este artículo esgrimiría el lema que usaron los miembros del Partido Liberal en 1903: “La Constitución ha muerto”.
Los integrantes del Congreso de la Unión van de fracaso en fracaso en sus delirios legislativos. Irremediablemente la riegan cada vez que pretenden darle una remozada a la Carta Magna, parece que les importan poco las consecuencias de sus decisiones sobre la población, da la impresión de que nada más les interesa mejorar la imagen de su engendro. Solo consiguen mejoras cosméticas en la construcción de esta norma centenaria, aunque sus pretensiones sean las de darle una apariencia como la de Maribel Guardia, han convertido a la Constitución en caricatura de Frankenstein. Los senadores y diputados han demostrado ineptitud y torpeza con el manejo del bisturí legislativo debido a que la especialidad de la mayoría es el oportunismo, la grilla, la tenebra, la traición, el chantaje, la manipulación, la corrupción, el engaño y el levantamiento del dedo. En las comisiones legislativas solo han destacado yerberos, brujos, charlatanes de la cirugía plástica, cirujanos chambistas y carniceros, quienes tras cientos de intervenciones quirúrgicas, inyecciones de botox y de aceite multigrado han dejado a la Constitución peor que las nalgas de la Guzmán. Y como para no dejar lugar a dudas de esa obsesión de plasmar la estupidez en la Carta Magna, en el sexenio de Peña Nieto las llamadas reformas estructurales, le cambiaron el rostro a la Nación: se lo dejaron como a Cirugía Méndez, Michael Jackson o Lyn May, la famosa vedete de otra época.
Los valerosos legisladores no le sacan al parche y con más arrojo que razonamiento mantienen una permanente sobrescritura del texto constitucional, que en la actualidad se ve como esas sábanas viejas que cuelgan en los tenderos de las vecindades: zurcidas y parchadas con retazos multicolores, que a pesar de tantos remiendos siguen deshilachándose.
Los cientos de reformas han dejado a la venerable y anciana Constitución como a una puta vieja vestida con ropas de adolescente.
En medio de tanto manoseo surgió una nueva Constitución en verso. A finales de la última década del siglo pasado, Griselda Álvarez, la primera mujer que gobernó un estado en nuestro país, de una manera digna de alabanza se dio a la tarea de reescribir todos los artículos constitucionales en el estrecho molde del soneto. Lo que produjo como resultado el libro Glosa de la Constitución en sonetos. Veamos una muestra: “Artículo 17°. Nadie se hará justicia en propia mano / ni ejercerá violencia en su derecho / la justicia en reclamo será un hecho / y el reclamarla nunca será en vano. // Lo que dicten las Leyes será sano, / de manera imparcial y sin cohecho. / Las Leyes no caminan trecho a trecho / son columnas de alcance soberano. // Su servicio será siempre gratuito / prohibidas, pues, las costas judiciales, / que nada puede ser caso fortuito. // Ya sean federales o locales / las Leyes dictarán y por escrito / la independencia de los Tribunales”.