LENGUANTES
CYNTHIA HIJAR JUÁREZ*
Cimacnoticias
Todos los años vemos en marzo la llegada de una primavera aderezada con el desconcertante desfile de imágenes, regalos y atmósferas sonoras donde se proclama el triunfo indiscutible de “la mujer” en el mundo: ¡Feliz 8 de Marzo! Las mujeres ya tienen hasta su día. ¿Qué más quieren? Dales a todas las empleadas una rosa roja y una paleta de corazón. Joder, es el triunfo del matriarcado.
En 1857, un movimiento de mujeres obreras de la industria textil de Nueva York saldría a las calles a denunciar las condiciones laborales violentas a las que se les obligaba.
Años más tarde, en 1908, otra vez las mujeres obreras organizadas se hicieron oír, y aunque aún se debate sobre los hechos exactos ocurridos el 8 de marzo de 1908, se reconoce la muerte de 129 trabajadoras en el incendio de la textilera Cotton (probablemente inducido por el dueño de la fábrica), donde estaban resguardadas después de ser reprimidas brutalmente por la policía.
En 1910, como parte de los acuerdos del Segundo Congreso Internacional de Mujeres Socialistas en Dinamarca, y gracias a la propuesta de Clara Zetkin, se estableció el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
Es decir que no, queridos detractores del 8 de Marzo, no es cierto que las mujeres “tenemos” un día, como si la institucionalización de una fecha conmemorativa nos otorgara la posibilidad de poseer el tiempo.
No es cierto que esta conmemoración sea una muestra de la “superioridad femenina” que tanto alegan, como si por un día conmemorativo del despojo y de la violencia se pudiese desmontar toda una estructura armada con instituciones que la legitiman.
No es cierto que exista el matriarcado aunque usted, machista de la alta modernidad, le tenga mucho miedo a su mamá o a su abuela, y sobre todo sépalo desde ya: no es cierto que los hombres sufran violencia de género porque no se les conmemora a ellos el 8 de Marzo.
Lo que sí nos recuerda esta fecha es el empuje de las mujeres trabajadoras en los derechos laborales, que lograron reivindicaciones que durante décadas han beneficiado a un extenso grupo de personas.
Ha sido gracias a estas coyunturas y, sobre todo, a las luchas que se han dado desde diversos lugares en nuestra América, que muchas personas podemos acceder aún a ciertos derechos laborales (sí, también ha beneficiado a los hombres y sí, también a la gente que cree que es de clase media y que trabaja en puestos gerenciales en oficinas bonitas).
Claro que estos logros no aplican para toda la población, y eso se puede notar en todas las formas de esclavitud de la alta modernidad de las cuales México es crisol. Violencias imbricadas, sectores avasallados por una intersección de opresiones de clase, raza y género, lugares que el proyecto eurocéntrico de modernidad nunca supo alcanzar si no era para explotarlos.
Entendiendo que no abordaremos todas las tramas y urdimbres de este complejo telar, reduciré mi columna de esta semana a señalar algo muy sencillo, que seguramente usted ya tiene claro en su cotidianidad: a pesar de que el 8 de Marzo nos recuerda el trabajo de millones de mujeres por superar los condicionamientos sociales de desventaja y opresión, los logros cristalizados, las violencias normalizadas y los despojos aún vigentes, no hay todavía una idea clara sobre lo que implica la conmemoración de un 8 de Marzo obrero, feminista y transformador.
Lo que tenemos a la mano es, por el contrario, una evasiva de nuestros derechos, una luna de miel al estilo de los maridos golpeadores, pero esta vez en las calles, en las oficinas, en las escuelas, en los medios masivos de comunicación y vaya, hasta en algunos institutos de las Mujeres que generan y alimentan esa proclama caprichosa y sexista de “feminazi stole my ice cream”.
Y es que si bien el backlash antifeminista ha estado presente como reacción constante a la vocación liberadora de los feminismos, en el presente las redes sociales nos han ayudado a documentar una serie de violencias que enfrentan las feministas por el hecho de serlo.
La misoginia combinada con represión, justo como en las luchas obreras señaladas anteriormente, nos recuerda todo lo que falta por construir, los espacios que aún debemos recuperar, y la seguridad y cuidado colectivos que aún nos quedan por procurarnos entre mujeres.
La ola antifeminista, como respuesta a los movimientos profundos de carácter práctico y estratégico que han provocado millones de mujeres en el mundo, nos recuerda todo el trabajo que tenemos por delante, todos los despojos que aún intentan vulnerarnos.
La reaccionaria actitud del entorno ante los derechos alcanzados nos recuerda también que estamos haciendo que la estructura patriarcal se incomode desde hace siglos.
Así, vemos el backlash primaveral en las reacciones de los altos funcionarios de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (Unicach) denunciados por las trabajadoras por acoso sexual y laboral.
En un grupo de personajes que laboran como funcionarios compartiendo fotos de defensoras de los DH honestas y trabajadoras como Dianne Padilla, acusándolas de “enseñar demasiado” en sus fotos, después de que ella desenmascaró una serie de violencias laborales e institucionales en Chiapas.
Es la dinámica de la policía de género, ejercida por los trabajadores de un edificio cuando violentan los derechos de las compañeras trans, impidiéndoles el uso de los sanitarios de mujeres.
Es el compañero del salón de clases haciendo bromas de mal gusto sobre la identidad de género de otras personas. Es, como explica la defensora de DH Jessica Marjane Durán Franco, una CDMX con leyes impecables, pero que no logra resolver la violencia de género en el tejido social.
Vivir este backlash primaveral es saber que mientras el feminicidio se establece como norma abusiva de convivencia, mujeres como la maestra Sandra Aurora González Sánchez de la Unicach tienen que defender su puesto de trabajo de represalias inverosímiles en pleno 2016.
Que mientras se declara que seis mujeres fueron asesinadas por su condición de género estando embarazadas, casi todas las compañeras que se posicionan en contra del feminicidio tienen en sus bandejas de correo electrónico amenazas de muerte y violación.
Es saber que mientras denunciamos con la cara apretada de dolor que no queremos perder a una sola de nuestras hermanas, aparecen cientos de mensajes en las redes sociales con hashtag como #LegalicenLaViolacion y #ViolaUnaLesbiana.
Backlash primaveral es esta estructura, acostumbrada a hacernos objetos, rascándose incómoda porque decidimos decir basta.
Así que no, de ninguna manera aceptaremos una dinámica en la que el patriarcado encuentra su fase de luna de miel en el ciclo de la violencia cada 8 de Marzo, llenándonos de rosas rojas, pero negándonos los derechos.
Vamos a seguir resistiendo, trabajando, como nos enseñaron las ancestras que hilaron fino todos los días y nos heredaron enseñanzas en el hacer cotidiano.
El backlash primaveral es catarsis coyuntural, pero los feminismos nos enseñan que la constancia, el cuidado colectivo, el amor rabioso y la transformación son tareas cotidianas y persistentes, y el 8 de Marzo no es para nosotras una coyuntura, sino un recordatorio de todo lo que aún tenemos por defender y construir.
*Cynthia Híjar Juárez es educadora popular feminista. Actualmente realiza estudios sobre creación e investigación dancística en el Centro de Investigación Coreográfica del Instituto Nacional de Bellas Artes.