Opinión

Fernando Jiménez]Efemérides y saldos[

 

El artista debe mostrarse ciego ante las formas reconocidas y no reconocidas, sordo a las enseñanzas y los deseos de su tiempo.

Sus ojos atentos deben dirigirse hacia su vida interior y su oído prestar únicamente atención a la necesidad interior. Entonces sabrá utilizar con la misma facilidad tanto los medios permitidos como los prohibidos.

Vassili Kandinski

 

Suponer una idea sin forma es imposible; lo mismo que una forma que exprese una idea. He ahí un montón de tonterías de las que vive la crítica. Se reprocha a quienes escriben en buen estilo, el descuidar la idea, el fin moral; como si el fin del médico no fuera curar; el del pintor pintar, el del ruiseñor cantar; como si el fin del arte no fuera la belleza ante todo.

Gustave Flaubert

 

ALEJANDRO GARCÍA

No se engañe. Usted, yo, amable espectador, entra a un mundo de colores, a un orden que en el momento de escribir estas líneas desconozco en el juego de esta exposición: el acomodo sobre las mamparas, el hálito sobre los pasillos, las puertas que conforman entradas a universos diferentes a la manera de América de Franz Kafka y que algo dirán sobre la totalidad, sobre el efecto.

   Será el saludo y la promesa de un romance o de una indignación: verá los azules, los verdes, los rosas, los sepias, los escarlatas, los híbridos, los innombrables; verá los horizontales o los verticales, los rayos naranja que dividen el cuadro sin mantenerse fiel a ciertas exactitudes, los trazos circulares, oscuros, misteriosos, que mueven la vista hacia la vorágine, hacia la fuerza centrífuga o centrípeta de la percepción y del alma; verá los satinados plata o dorado o los blancos de un papel que cautiva la vista, que cultiva el color, que inhibe o desafía a la luz. Verá que en unos casos es uno y en otros es dos y la vista duplicará el esfuerzo o el vago ir y venir por ese toma y daca entre ojo-cerebro y color-papel. Es la hora del lenguaje sobre el lenguaje.

   Y después verá en alguna parte un título que puede o no evocarle algo, pero que es muy probable que lo haya visto por allí o por allá. Será la otra parte del desafío, el regreso, el mensaje sobre el mensaje. Allí estará la firma del responsable, éste sí unívoco en su realización: Jiménez: Fernando Jiménez.

   Estamos frente a un robo desinhibido: el artista plástico ha hurtado 40 títulos, pero al hacerlo, los cuadros (muchos de ellos parte de una realidad cotidiana, usted señor que hoy es Drácula y mañana K, usted señora que es Emma y después la víctima de un Grenouille, usted Quijano Valjean, usted Frank resistente y viajera en el tiempo, usted terco lector-espectador que no renuncia a la pulpa estética y secreta de don al buen cazador, usted Fernando que va de Kandinski a Darwin, de Aureliano Buendía al profundo secreto de Elizabeth Bennet, de las manos de quien le entregó el libro de Hemingway al fuego perenne de Fausto) (o seamos justos, usted rosa que es Bovary, usted azul tremendo que es viejo en el mar o azul de manchas que es ballena perseguida, usted negro que es rosa de los vientos o arma de múltiples picos en el recuerdo del vampiro, usted que es verde y nunca ganó una guerra civil, usted que es telón vertical lo mismo en el libro de los libros que en la aventura de un príncipe en el albor de la vida), reitero, los cuadros han trasmutado y han sido robados por esos 40 ladrones que desde el color también proponen, rasgan, acarician, musitan. Ladrón que roba a ladrones, ladrones que roban a ladrón. Y el delito se convierte en fiesta cuando el espectador entra detrás de una ballena, de una mujer, de un amor asediado, de un guerrero colérico, de un viejo caballero que rompe lanzas por el amor y la vida.

   Fernando Jiménez roba y es robado. Ali Babá contemporáneo nos entrega este regalo, este reto para los sentidos, este desafío a la cultura, este paseo por la creación de la creación.

   Me permitiré volver a empezar: esos baluartes verticales que impiden o propician un azul y amarillo que es aéreo, casi ave, casi pico, como la fundación de un mundo indefinible, milenario, en Poema de Gilgamesh; grises en estrella, multidimensional, hiere y destina, es fin y principio, rojo lago en I Ching; viaje vertical, héroes en receso de blancura en Ilíada, horizontal, mar de zozobras y misterios, en Odisea: sintagma y paradigma de nuestra ruta; la línea se quiebra sinuosa, resiste, abarca el cuadro, rojo quemado, se salpica de otras armas en El arte de la guerra. La Biblia, El Cid, La divina Comedia, Don Quijote de la Mancha, los grandes libros, cantos de cristiandad y no, arcos del esfuerzo del hombre recapturados aquí. Son nueve en los orígenes, los pivotes ocultos del artista plástico.

   Dieciséis son del diecinueve. Schelling y Darwin son los teóricos, algo dicen del lugar del hombre en el universo. Aquí están La relación del arte con la naturaleza, Fausto, Orgullo y prejuicio, Frankenstein, Cuento de Navidad, El conde de Montecristo, La cabaña del Tío Tom, Moby Dick, Madame Bovary, El origen de las especies, Los miserables, Alicia en el país de las maravillas, De la tierra a la luna, 20,000 leguas de viaje submarino, Drácula, El mago de Oz. Temáticamente está aquí el romanticismo, el gran vuelco, las múltiples lecturas, el gran asomo del hombre a las intrincadas vetas de la naturaleza y del cuerpo, del lenguaje y de su vehículo de vida, el ser y su casa. Veo una amalgama de volutas azules, serpentinas anaranjadas y amarillas en el tinglado sobre el libro de Carroll, el conejo en busca del sombrero; presiento esa fuerza y movimiento, ese batidillo de colores en el cuento humano y melodramático de Dickens y me quedo pensando y repensando en los rosas de la historia trágica, por todo y para todos, de la novela de Flaubert, con esa central columna de un café empobrecido al designarlo así. Y claro, está ese núcleo imperativo, seminal, llamando, en el inmortal gótico de Bram Stoker.

   He perdido el tiempo ordenando las obras. Kandinski (¿o prefiere Kandinsky?) domina la presencia teórica en la última parte. Es el tiempo nuestro, el arrebatado siglo XX. Y no podía faltar la irrupción de México y América en el mundo del arte y de las letras De lo espiritual en el arte, La metamorfosis, Los de abajo, Punto y línea sobre el plano, Un mundo feliz, El principito, El diario de Ana Frank, El viejo y el mar, El llano en llamas, El señor de las moscas, Pedro Páramo, Aura, Cien años de soledad, El perfume, El amor en tiempos de cólera. Hijo de Juan Rulfo, novela, con amasijo de fantasmas y presencias que se mueven al contorno de café y un incierto naranja sobre el blanco y gris, mientras los cuentos, parecidos a trompas de elefante se mecen y muestran su raigambre de sangre venosa y arterial. O ese gigantesco escenario, un Macondo no dicho, parte selva, parte campo de batallas y derrotas, en donde es visible la soledad centenaria a la manera de García Márquez.

   En este universo hay optimismo, el robo es vital y mutuo, como el gran hurto azul de Aura, el misterio sólo conlleva la iluminación, el sufrimiento se torna epifanía, el color es arma para detectar el estado de la condición humana y ayudarla a seguir la empresa. Ladrones van y ladrones vienen. Sé que si Fernando Jiménez tuviera que llevarse tres libros al lugar del exilio o a la isla paradisiaca empaquetaría El viejo y el mar, Orgullo y prejuicio y Fausto. Los llevaría porque son sus grandes amores. No sé si también se llevaría estos tres cuadros. Habría que preguntarle, no sé si también estaría dispuesto a realizar este hurto. 

 

(Texto preparado para la exposición de Fernando Jiménez, consistente en 40 grabados  que recuperan la experiencia de lectura de 40 grandes libros, en su mayoría obras literarias, actualmente en exhibición en el Edificio de la Crónica, antes Palacio de Gobierno del Estado. Si tiene oportunidad regálese una vuelta por ese multicolor viaje. Vale la pena)

 

 

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