]Efemérides y saldos[
Muy sabida y repetida es la cita de un verso de Borges quien decía enorgullecerse más de los libros que había leído que aquellos que había escrito. Pero también en este ensayo-conferencia, como si ahondara sobre el tema, refiere en una maravillosa definición que la lectura es una felicidad mayor y la escritura una felicidad menor. Con toda modestia de mi parte, diría estar de acuerdo con él respecto a la lectura de los libros que han quedado en lo más íntimo de nosotros, los cuales nos han dado toda suerte de dichas, pero para mí en general la primera escritura ha sido un esfuerzo y un sufrimiento, y en cambio la tarea de corrección, de tallar y de retocar un poema, un cuento, una novela, una crónica o un ensayo hasta el punto final que dice adiós, está llena de iluminaciones y de goces menores.
Marco Antonio Campos
ALEJANDRO GARCÍA
Indicaciones (México, 2014, La otra/ ISIC/ CONACULTA, 362 pp.), de Marco Antonio Campos (México, D.F., 1949), consta de 52 ensayos divididos en 4 secciones y una “Nota”. En términos generales, la primera sección, la más larga, agrupa 33 trabajos referidos a la poesía. El primero es un pórtico sobre el libro y los dos siguientes sobre el trabajo poético. La segunda parte se conforma por 11 piezas sobre prosa. La tercera presenta 5 escritos sobre artes plásticas y la cuarta nos comparte 4 visiones sobre el cine. Señalo lo de los términos generales, porque en muchos momentos, casi a cada paso, los textos son multidmensionales, no sólo de creación sobre la creación, sino de actividades diversas en el arte, de arte a arte, de género a género.
A veces se trata de verdaderos túneles del tiempo: como el breve ensayo donde Campos da noticia de la envidia manifiesta de Salieri a Mozart, a partir de una obra teatral de Pushkin preparada y editada (junto a otras tres) por el poeta peruano Ricardo Silva-Santiesteban para la Universidad Católica de Lima (2010) y traducida (en verso blanco) por José Emilio Pacheco y de la película de Milos Forman, además de su propia vivencia como estudioso de la literatura y viandante de la Austria que le tocó caminar e indagar a Campos. Del siglo XVIII nos transportamos por la pluma de un decimonónico a la cinta de un escéptico del veinte y una voz y una pluma que escriben y refunden lo legendario y lo vital, lo literario, lo leíble y lo escriptible, desde el fin de la primera década del XXI. Interacciono con verdadero placer desde el 2016 en la vida de estos hombres, contada por otros, asisto a sus cóleras y escapes desde mi cómoda lectura.
Campos es uno de los más prestigiados reseñistas mexicanos. Desde sus esperadas (semanales) aportaciones en la sección cultural de Proceso ha ido cultivando un sub género que buena falta hace en nuestro medio. Es, desde luego, más que eso. No sólo es poeta, narrador, ensayista, crítico, traductor, compilador, promotor cultural, es también muy consciente del papel que cumple frente a otras formas de abordar la literatura. Sabe de las raíces, troncos y ramas de la literatura mexicana. Heredero de la reflexión breve, por ejemplo de los ateneístas, convierte el trabajo crítico en una creación en sí, desde la que se puede acceder a la literatura desde sí misma. Esta autoconciencia se manifiesta en el texto que a Emmanuel Carballo dedica:
A mí me interesa más la crítica como creación a partir de otro texto; Carballo se inclinó más por la crítica polémica, la cual han ejercido admirablemente entre nosotros Gabriel Zaid y Evodio Escalante.
Campos persiste en los pares que, con lo que ya he dicho, son más que eso, forman verdaderos poliedros, a veces sobre alguno de los dos protagonistas del ensayo, a veces sobre el efecto en quien escribe y uno se puede dar el lujo de incluirse. Pero además están los diversos niveles de competencia literaria con estos trabajos. Van desde la información elemental, el desconocimiento frente a escritores muy recientes o que no pertenecen a nuestras lecturas (algunos libros mencionados son inconseguibles por los siglos de los siglos), hasta poetas de los que sabemos algo, que nos han dejado algo y que podemos dar cierta interlocución con lo que de ellos se dice o se cita. El panorama es amplio, escritores universales, latinoamericanos, mexicanos, escritores todos, eso no hay que olvidarlo y Campos nos los deja siempre muy en claro.
Entre los que nos permiten esto último están Pessoa, Keats, Rimbaud, Montale, Ungaretti, Eliot, Pizarnik, Pacheco, Chumacero, Castellanos, Lizalde, Zaid, Sabines. Entre los que nos resultan un reto y una tarea (leerlos): Nelligan, Miron, Lapointe, Coco, Varela, Bennett, Cano. Entre los esenciales para nuestro afecto: Gelman, Cisneros, Gutiérrez Vega, Sandoval. Y están esos misterios sin resolver: Noyola.
Campos no pierde la esperanza:
Los poetas seguimos escribiendo, sin saberlo o con la esperanza callada, contra todo y todos, de que algún día las sociedades venideras le den a la poesía la importancia fundamental que tuvo en otros tiempos cuando el dinero no era lo esencial o lo único.
En la segunda parte me resultan especialmente relevantes los ensayos sobre la relación entre Alfonso Reyes y Pablo Neruda y el acercamiento a la obra de José Revueltas. En momentos tan dolorosos para México, tan atravesados por la violencia y la impunidad, Marco Antonio Campos pisa un terreno donde la crítica mantiene su actitud de pregunta, de duda. No sólo a partir de la voluntad de Reyes por procurarle una mejor posición al cónsul Neruda, perdido en oficinas miserables en Asia, no sólo revisando la literatura puesta al margen por los dictados del fundamentalismo político de izquierda en el caso de José Revueltas, también en el acercamiento a la novelística histórica de Taibo II y a esa interesantísima noticia (en mi caso) sobre los adolescentes argentinos ejecutados en la noche de los lápices.
La sección parte de una visita a la casa de la protagonista de la novela María de Jorge Isaacs, tan cara a nuestra educación sentimental y se prolonga con una verdadera recuperación de El primer hombre la novela póstuma de Albert Camus que Tusquets publicó en 1994 y que permiten a Campos un replanteamiento no sólo de la obra de Camus, por ejemplo un posible orden para ser releído, sino en torno a cuestiones de ética y estética que tuvieron su punto de explosión en la polémica con Sartre y que ha dejado el asunto de la memoria en pendiente con respecto no sólo a la responsabilidad histórica de los políticos y de los partidos, sino a la de los mismos intelectuales.
Si la cercanía a la poesía nos mantiene firmes en la nutrición del alma, la prosa nos permite un buen uso del libre albedrío, una identificación con la justicia y una denuncia, sin mordaza, de los pliegues de que se valen los ejecutores y dirigentes de nuestros países. A estas alturas, la revisión de lo que ha pasado, tenga el color que tenga, permite la salvación del hombre y levantar el valor siempre temerario del arte.
De la tercera parte es muy recomendable el ensayo sobre el gran retratista, y vendedor de helados, Hermenegildo Bustos, sin que tenga pierde ese repaso por Posada, tan cercano a nuestros fibras más sensibles o los encuentros con Isabel Campos y su papel para circunavegar mejor a Frida Kahlo o el papel discreto pero trascendente de la obra de Ricardo Martínez y la posible influencia de Egen Schiele en José Luis Cuevas.
La parte dedicada al cine me es muy grata, porque además de los horizontes que revela, también integra una parte confesional de sus años de formación en San Pedro de los Pinos y los cines de su vida. Es un ángulo que en lo particular no conocía y que me revelan a un Marco Antonio Campos de carne y hueso. En los ensayos sobre literatura aparece de pronto “yo” que es como un personaje que nunca acabará de dibujarse. En las piezas sobre cine las pocas palabras son rotundas, es el jovencito que es o que fue, como tú, como yo, en busca de cosas nuevas en la sala de proyección, en desacuerdo con la vida pero dispuesto a dar la gran batalla.
Libro que se puede leer con inmensas pausas, dándole a cada pieza salidas diversas, acomodos, informaciones que hay que buscar, Indicaciones también se puede leer con rapidez, cruzando informaciones, jugando con las figuras, con los tiempos, con los géneros, con las solemnidades y seriedades de los que aman el orden o con el desenfado de quien simplemente quiere ir por la vida como la armadura vacía del caballero inexistente.
Si la lectura es la felicidad mayor frente a la escritura, habremos de concluir que no podremos salir de la paradoja Borgeana, porque cuando escribimos El Quijote al hacerlo tal cual lo hizo Cervantes, en realidad leemos y cuando leemos a Campos en una conferencia sobre el libro, en un apunte sobre Los errores, en una especulación sobre la huella en José Luis Cuevas o sobre el cruce de coplas en Dos tipos de cuidado, en realidad asistimos en un subeibaja glorioso a la felicidad mayor y menor de la lectura y la escritura, de la escritura y la lectura.