VÍCTOR CORCOBA HERRERO
Para vivir hay que saber convivir. Es el primer pulso que debiéramos asimilar. En consecuencia, sí uno no respeta su propia vida difícilmente va a poder sentir ternura por nada, ni por nadie. No olvidemos que la consideración de uno mismo es el principal freno de las maldades. Por eso, aplaudo a los constructores de existencias que apuestan por un sentido de donación a una humanidad común y celebro que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), presente una guía pedagógica sobre la prevención del extremismo violento. Su objetivo es auxiliar a los docentes, máxime cuando tantas familias están desestructuras, reina la ansiedad por la siembra psicológica del terror y la prisa tecnológica nos tiene ganado el corazón. Por consiguiente, cualquier apoyo es bueno en la creación de un contexto educativo integrador que facilite el diálogo respetuoso, el debate sincero y el pensamiento crítico, sabiendo que uno ha de ser dueño de sí mismo en todo momento y circunstancia.
Si importante es educar para adquirir conciencia de lo que uno es y representa ante la vida, y teniendo en cuenta que la familia es el ámbito donde primero se aprende a convivir, a compartir, a soportar, a ayudar, a querer, a despertar el sentimiento de pertenencia en definitiva; la tarea educativa ha de contribuir a afianzar esos impulsos y así crecer en la maduración de una libertad responsable, reconociendo que vivimos con otros, junto a otros, siendo dignos de nuestra estima y afecto. Por desgracia, la propagación del extremismo violento, aparte de deshumanizarnos, nos desestabiliza como especie pensante. De ahí, la necesidad de reorientar nuestras prioridades de convivencia y entendimiento, de reconstruir un pacto de sociabilidad entre gobernantes y gobernados, de fortalecer la creación de sociedades abiertas, equitativas, inclusivas y pluralistas. Al fin y al cabo, todos somos necesarios e imprescindibles. Otro precepto a considerar.
En efecto, pienso que debemos prestar más atención a las causas por las que algunos ciudadanos se sienten atraídos por grupos extremistas. A mi juicio, el respeto a los derechos humanos es algo básico; así como la igualdad real de oportunidades para todos, es también algo primordial para poder coexistir unidos. Siempre es más valioso tener la deferencia de tus convecinos que el liderazgo, sobre todo si se carecen de puentes de comprensión. Téngase presente que no hay lazo social sin esa primera dimensión cotidiana, la de estar fusionados en vecindad, ya no sólo promoviendo el reconocimiento mutuo, también el aprecio que todos nos merecemos para ascender en el proceso de socialización y de maduración afectiva. Quizás los momentos más felices que tengamos sean aquellos en que el afecto es una esencia en nuestro comportamiento. Un ciudadano caprichoso, inmoral, jamás inspira miramiento alguno, es insociable y cierra todas las puertas de la concordia.
Subrayemos, que donde hay armonía, siempre hay convivencia. Lo armónico nos injerta equilibrio, altura de miras, tolerancia natural de unos para con otros. Desde luego, el acercamiento y la conciliación deben conquistarse cada día, con ambientes propicios que destierren la marginación, la desigualdad, la discriminación o el mero aislamiento. El problema de la no aceptación debemos confinarlo de nuestro abecedario de plática. Aceptarnos como somos es una manera de ponernos en camino, porque si la verdad y la justicia no han de tener fronteras, también cada ser humano, por ser único e irrepetible, precisa de entornos seguros, acogiendo con beneplácito la diversidad y promoviendo, en todo caso, un sentido de comunidad que nos mundialice y fraternice. Indudablemente, la educación no puede esperar, es fundamental para llegar a los acuerdos. A mi modo de ver, es una de las primeras emergencias humanitarias.
Por tanto, ha de ser urgente recuperar de modo equilibrado todas las dimensiones de la vida; pues, en el fondo, son las relaciones de convivencia lo que da auténtico sentido a nuestra existencia, que hay quien dice que sólo merece ser vivida cuando respeta a los demás. Es verdad que no siempre depende de nosotros el ser respetados; pero lo que siempre depende de cada cual, es respetarnos porque sí. Querernos como alma que escribe nuestro camino paso a paso. En suma, que nuestra primera condición para saber caminar, cohabitando, es el compostura entre caminantes. Hagamos buen propósito y mejor ejercicio.