Opinión

Leonardo Sciascia 001]Efemérides y saldos[

A la mafia nunca se la ha considerado, salvo por el fascismo, un fenómeno subversivo del orden establecido sino más bien un sistema paralelo o especular del otro, connivente con él y aun integrado en él, las razones de la protección que toda una sociedad le brinda, más o menos conscientemente, resultan evidentísimas. De esta condición “externa”, por cierto, deriva la mafia su compatibilidad “interna”, por lo que la rebelión de alguno de sus miembros, cuando la “delata”, es considerada objetiva y hasta clínicamente, un acto de locura.

Leonardo Sciascia

  

ALEJANDRO GARCÍA 

Para una memoria futura (Si la memoria tiene un futuro) (México, 2013, Tusquets, 189 pp.) reúne colaboraciones del escritor siciliano Leonardo Sciascia (Rocamulto, 1921-Palermo, 1989) en diversos periódicos italianos (L’Expresso, Corriere della Sera, Il Globo, Panorama, La Stampa) entre el 7 de octubre de 1979 y el 11 de noviembre de 1988, un año antes de su muerte.

   ¿Qué debe quedar claro para cuando los buscadores vayan en pos de las versiones de los hechos de esa década que para algunos marca el fin del siglo veinte?

   Lo primero es que se da desde el gobierno italiano un combate contra la mafia bastante confuso, porque los tentáculos de ésta se encuentran lo mismo enquistadas que activas dentro del poder, lo mismo ?igual? en lo que sería el poder ejecutivo que dentro de las diversas jerarquías del judicial y de las instancias policiacas o de carabineros. ¿Qué tanto ha roído y sustituido esos órganos y filamentos nerviosos el aparato delictivo? Recuérdese que la gran lucha de “El Padrino” de Francis Ford Coppola es por alcanzar un status de aceptación social, donde el dinero sucio pueda ser plenamente lavado. ¿Cómo reconocer esto o cómo combatirlo? Aún más, los testigos protegidos pueden llevar una vida ilocalizable (¿lujosa?) después de haber denunciado a lo que antes era inexpugnable, pero no iré tan rápido ni tan lejos.

   El libro abre con una anécdota del autor, consignada en un diario de Colette Roselli. Éste consigue que Sandro Pertini invite a Sciascia a un desayuno. Los une algún pasado común en luchas ideológicas, pero mientras uno se ha hecho político, el otro se ha convertido en un escritor que desde el lenguaje y la literatura defiende mejores causas (aunque no sean las más prestigiosas). Entre otras, la defensa de su amada Sicilia, tan estigmatizada. Pertini busca más una línea de censura hacia las actividades violentas de la izquierda, Sciascia busca que el presidente reconozca que la mafia está dentro del gobierno, las brigadas rojas no, que la lucha debe ser de frente y a fondo. El desayuno termina con tan importantes comensales en despedida incómoda.

   Si de ochocientas cincuenta y seis órdenes de arresto nada menos que doscientas eran erróneas, y las personas detenidas por error fueron liberadas a los pocos días (pero no se olvide que fueron despertadas al amanecer junto con su familias, les registraron las casas, les pusieron las esposas, les llevaron a la cárcel, les retuvieron hasta que se dieron cuenta del error, todo lo cual marca para toda la vida)…

   El mafioso, como ha demostrado Henner Hess, no sabe que es un mafioso, vive en la mafia como vive en su piel. Vive dentro de algo que “existe”. Pero el terrorista de las Brigadas Rojas sabe perfectamente que vive dentro de algo que “no existe”.

   Sciascia nos lega para la memoria ese momento en que las democracias pueden no estar dirigidas por mafiosos, pero sí haber sido apoyados por ellos y responder a sus intereses o a algunas de sus instrucciones. Y el contraste entre el mundo de la mafia y de los grupos que buscan el cambio por la violencia es cualitativamente importante: el uno existe y avanza, presiona, destruye, mata. El otro no existe, está por construirse, aunque su saldo puede llevar también recuento de vidas sacrificadas. La violencia no elimina las causales de la rebelión, tampoco anula los factores de desigualdad y miseria que siguen allí a pesar de triunfos o fracasos.

   Qué mejor manera de activar la memoria y preguntarnos cuánto tiene de infiltración el sistema mexicano frente a los Carteles del narcotráfico. Cuántos de los caídos en nuestras calles son parte de una infantería que oculta a los mandos superiores. Y el problema se ha tornado mundial y sofisticado, como lo muestra, entre otros, “CeroCeroCero (Cómo la cocaína gobierna al mundo”, una economía en universal que se paraliza y amenaza con confundirse y desplazar a la otra, un intercambio de mercancías que no necesita ya de operadores directos o de intermediarios humanos, el que entrega el maletín y el que recibe el cargamento, sino que se puede hacer desde las más respetables instituciones financieras.

   A esta infiltración en las democracias, habrá que agregar la particularidad del pasado italiano. Es cierto que el fascismo combatió a la mafia, pero lo hizo implantando una nueva mafia. Nunca hubo calidad moral. Al delito había que agregar la punición por la no observancia de sus principios. A la identidad popular con algunas figuras había que sumar el liderazgo de Mussolini y sus replicantes. Cualquier alusión a la ética y a los grandes principios de la Modernidad provoca sonoras carcajadas.

   Sciascia desmenuza esta conducta y nos previene contra la tentación de cometer el mismo error del fascismo y de quienes lo siguieron o creyeron en él, mucho más para los que fueron sus víctimas (al fin de cuentas casi todos). Es decir, detrás de todos estos intentos de combate se asoma el espectro del totalitarismo, la intolerancia, el asesinato del que piensa diferente, la anulación de la libertad y de la crítica.

   Quizás el aspecto más cuestionable de la película de Coppola es ese tratamiento de héroe a los Padrinos, ese momento en que parece darle una manita al Vaticano para limpiar sus sacrosantas cloacas, lo que se asemeja a las literaturas que esconden los referentes y embalsaman a sus protagonistas o a los gritones de la violencia para detener cualquier intento resistente. La película tiene valores que rebasan este matiz polémico, por fortuna, y asumo que puede ser una sobreinterpretación de mi parte. Confieso además que la trilogía me encanta.

   La mejor carta de lo que sucede cuando esto no se da (decir lo que sucede, quiénes, dónde, cuándo, cómo) está en la obra de Leonardo Sciascia, quien es el primero en desacralizar a la mafia, llevarla a la literatura en su actuar elitista, discriminatorio, empobrecedor y asesino y, más recientemente, en la de Alberto Saviano por sus denuncias sobre el actuar de la Camorra napolitana.

   Yo, que fui el primero en la historia de la literatura italiana que di una representación no apologética del fenómeno mafioso, aunque siempre preocupado por que acabara combatiéndosela con los mismos métodos con los que el fascismo los había combatido (una mafia contra otra), movido por la lectura del libro de Christopher Duggan sobre mafia y fascismo, sobre mafia y poder político, escribí una serie de artículos en este sentido en el Corriere della Sera que provocaron una terrible polémica, y por los que se me acusó de debilitar la lucha contra la mafia y poco menos que de favorecer su existencia.

   Para una memoria futura (Si la memoria tiene un futuro) nos va dando un segumiento de ese momento en que la mafia siciliana volvió a los escenarios de poder en Italia y amenazó con destruir a su titubeante democracia. Es tiempo que no lo ha resuelto del todo, pero al parecer lucha y se sostiene. Presenta ejemplos de víctimas propiciatorias, de figuras que la misma mafia quiere fuera del escenario. Es parte de un juego que se muestra como el efectivo ataque a los que han desafiado el orden, en realidad mucho ruido y pocas nueces o que todo se mueva para que nada cambie, como diría el vecino de Sciascia, Lampedusa.

   Qué mejor futuro que el hoy para revisar estos breves artículos del autor de “El Consejo de Egipto”, “El contexto”, “El caso Moro”, “El día de la lechuza”, “Todo modo”, “El mar color de vino”, obra entera en la que se mezcla la realidad y la ficción, el pulpo de las significaciones humanas y el pólipo de su negación, de su patología. En Sciascia la ficción está a la mano, es la realidad, es el brillo del sol que oculta el brillo del revólver al dispararse sobre la cabeza de un inocente ciudadano en una soleada mañana como las nuestras.

 

 

 

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